06 abril 2010

Per accidens, per se


(bueno... cuando empecé a escribir ésto estaba fuera de mí. Ya me metí a mí misma de nuevo. La semana pasada me fui a Puebla unos días -como verán mis fieles lectores- y también me enojé con Puebla y luego me contenté. La Catedral de Puebla me parece la cosa más primorosa sobre todo el orbe terrestre. Entre una de sus curiosidades es que es un documento arquitectónico... con todo y citas a pie... -el piecito ese es de Santo Tomás... pero no el Aquinate sino el de hasta no ver... La cita, de Duns Scoto, Santo Patrono de ... ¿Puebla?)


(hay quienes deprimidos, escribiendo se desdeprimen. También los habemos diferentes a éstos)

La voy a matar. A asesinar. Me saldré del polícromo universo de lo políticamente correcto y aceptaré sin sonrojo alguno ni falso pudor todo el odio que proviene de la envidia.
La soñé... la pesadillié si es que tal verbo existe. No con su rostro, su voz ni sus palabras. No con la simpatía ni la cabellera negra y larga. La soñé non signata, potencial, inminente.
Y ocurrió. Mi pesadilla se materializó en ella.
(porque que fuera a sacarle sonrisas al lobito, eso fue terrible... pero que se pusiera de aguda y certera con el demiurgo... eso sí era demasiado... ¡¡buaaaaa!!)

Ocurre que, en última instancia, todo predicado es predicable per se. Eso es lo que NO se me ocurrió en ese momento. No se me ocurrió, por ejemplo, que hay algunos cuya extensión es minúscula, como chato, pero hay otros de enorme extensión justamente porque son predicados per se de un sujeto de enorme extensión: como cuerpo. Como superficie. blanco es predicado per se de superficie... y la extensión de superficie tan grande cuantas cosas poseen superficie. Si algo no tiene superficie, no puede predicarse accidentalmente que es blanco. Pero si quisiéramos buscar la definición de blanco tendríamos que terminar, ultimadamente, en superficie: el blanco no es sino superficie blanca. Vaya... hasta ahora se me ocurrió.
Y si todo predicado posee un modo de predicarse per se, nuestro admiradísimo Demiurgo -cuyas demostraciones en el papel hoy dejáronme apantallada... más que apantallada- tenía razón, y entonces he ahí la prueba de que Aristóteles no erraba al demostrar que todo predicado, al depender de un sujeto, no puede ser definido. Sin embargo ella fue la que metió en el asunto la clave: per accidens, per se... y la quise matar, porque su pureza es tal, que ella no aprecia aquello que yo sí: la gloria, la admiración, la fama... sustitutos irremplazables para las feas... y ella además de lista, es bonita.

(y para colmo: me cae bien)

(es que estoy de malas)

Hoy no fui en la mañana al IIFs porque me dormí a las cuatro de la mañana recolectando citas. Mañana quería entregar el capítulo. Pero todavía ni siquiera tengo todas las fichas. Además: o me hago mensa y con lo que tengo redacto ya, o ficho todo lo que desde el principio quería fichar. Y en ese fichadero entra el De Anima de Aristóteles, entran unos capítulos de la Metaphysica de Avicena... entra preguntarme a dónde va el asunto con Alberto. Ya no sé ni siquiera cómo se llama la tesis: ¿La intencionalidad en Alberto Magno? Ello implicaría meterse con el Intelecto ¿no?, con los primeros capítulos del comentario al perihermeneias de Alberto ¿no? porque si bien en Avicena uno sabe que detrás de un intentio puede haber un ma'ani o un ma'qul, pos en Alberto intentio es intentio y se acabó.
Y Avicena ¿para qué? Si la tesis era sobre Alberto, ¿no salía sobrando Avicena? Bueno... es que eso es lo que descubrí: Alberto hace y deshace con las intentiones de Avicena. Y ¡ojalá fuera un nuevo y gran descubrimiento!. No señores: los únicos que lo descubrimos fuimos el lobito y yo. De eso hace ya rato se había dado cuenta Doña Deborah Black y Don Dag Nikolaus Hasse. Entonces ¿cómo se llama la tesis? ¿la influencia de Avicena en Alberto Magno? Para que eso tuviera sentido ¿no habría que reproducir el proceso que llevé acabo con Avicena ahora con Averroes y Aristóteles -pues Alberto lo está leyendo directamente y su idea de phantasía en sentido laxo y estricto es un esfuerzo por encontrar la concordia entre todos los intérpretes.... y no, no lo descubrí eso yo tampoco. La Srta. Di Martino se me adelantó. Y peor: la interpretación que hace Rahman (quién no le hace fuchis a los filoponos y los simplicios) es tan similar a la de Alberto (que la Estimativa en Avicena es una de las funciones de la phantasía en Aristóteles y no una nueva facultad) que... ¿que qué?
Y luego... pues no bastan los autores que hablan de percepción sensible (por ahí me dejé llevar, la bruta ciega y sordomuda, torpe, trate, testaruda -nótese que la cita es de una cantante COLOMBIANA: Shakira), pues ahora caigo en cuenta de que mi tesis es sobre la intencionalidad en los animalitos (y que una de dos: o uno comete los disparates de cierto artículo- hecho, me estoy sospechando, a seis y no a cuatro manos-, de meter a MacDowell, Searle y Avicena en la misma canasta; o uno va y humildemente reconoce que a Sorabji ya se le ocurrió todo en la vida, que su magnánimo y estoicoide cerebro ya dió con todos los cabos sueltos, y uno va y se inscribe en su proyecto de los animalitos pero diciendo (como en la nota número 95 a un artículo de 11 cuartillas), como doña Déborah, pues que podemos formar a Avicena y a Alberto Magno en el proyecto Sorabjiano...

(y... ¡¡¡¡a mí qué rechingáos me importan los animalitos!!!!)

(sigo enojada... dejen me despejo un poco)

La culpa la tengo yo... yo... yo...

Me dejé hablar bonito. Me hablaron de palabras de filosofía contemporánea: INTENCIONALIDAD. Yo andaba con la cabeza metida en las percepciones accidentales por culpa de guapérrimo y filipino fino fino de Noell Birondo. Y aquello se me hacía super misterioso y super interesante. Además me di cuenta de que en Plotino el asunto de la percepción sensible era una gran piedra en el zapato, y que mi tesis andaba muy cruda. Y cuando este varón de Dios me habló de las intentiones y la estimativa yo babee...
Pero he aquí la confesión: yo YA tenía un proyecto en mi cabecita. No confiaba mucho en él porque estaba demasiado inspirado en el librito de Irwin sobre Los primeros principios. Y me daba pánico, miedo, terror, no ser capaz sino de repetir el libro de Irwin. Así que me puse BRUTA CIEGA SORDOMUDA, TORPE TRASTE TESTARUDA y me negué rotundamente a hacer mi tesis sobre Aristóteles. Y el demiurguito no ayudó mucho, porque entonces él, sabio y prudente, pero cuya practicidad le hace ver a toda gallina esférica (luego les explico el chiste de las gallinas esféricas), insistió en que hiciera la tesis de Aristóteles. Y yo que no. Y él que sí. Y yo ¿cómo voy a hacer una tesis sobre EL FILÓSOFO... llevamos 2500 años haciendo tesis sobre EL FILÓSOFO...? y pues.. ¿acaso tendría razón?

Yo dije: "Quiero hacer mi tesis sobre la intencionalidad en el siglo XIII".
(confesión chorromilquinientas: primero se lo dije al demiurgo y luego se lo dije al lobito. Así, en ese enfermo orden. Pudo mandarme al demonio el lobito y yo hubiera regresado con la cola entre las patas... Pero, pos obviamente, no ocurrió tal.)
Y él ofreció un catálogo de posibilidades: desde el desconocidísimo Robert Kilwardby hasta Alberto. Y pos dije: ¡pos Alberto! total, si le he sacado olímpicamente a Aristóteles... pos entrarle a Tomás sería más estúpido todavía. Y, pos total, yo pensé, no importa por dónde entre, tarde o temprano arribaré a mi tan amado objeto de estudio: la intencionalidad.

¿Y saben qué?

¿Y saben qué es lo peor de todo?

Pos que en su infinita sabiduría don Ricardo Horneffer... pos tenía razón: todos los arrollos llevan al mismo mar. Para empezar mis asuntos con San Agustín en la tesis de licenciatura -y lo vine a descubrir con el libro de Victor Caston, recomendando por el demiurgo y reseñado por el lobito... y luego, que la relación entre el Uno -y el porqué había de ser postulado- y el Intelecto en Plotino, y su crítica a Metafísica Labda... pos lo mismo. Y más requeteluego: la naturaleza de las percepciones accidentales, el cómo se aprehende la substancia... ¿se fijan? desde mi infancia filosófica yo andaba con la nariz metida en la intencionalidad. NOMÁS QUE NO SABÍA QUE SE LLAMABA ASÍ... y eso, enseñarme eso, es lo que justifica este periplo y estas angustias, y las que demuestran que, al final de cuentas, ha valido la pena seguir, un poco a CIEGAS, a lobito...

Y pos mi proyecto, ese que se parecía mucho al librito de Irwin pos es el que al final resultó que estoy llevando a acabo... pero con Avicena.
Ahora sí ya no sé qué va a pasar con Alberto. Porque cada vez me pasa más lo que con el proyecto de Irwin: veo que me falta muuuucho muuuucho... y me quedan tres meses de Beca.
(Cuando digo que falta "mucho mucho" quiero decir lo siguiente: tengo ya muy claro lo que quiero hacer, cómo hacerlo... pero yo misma sé que eso implica mucho esfuerzo... y tiempo... y yo me deprimo y escribo acá, y me peleo con Daniel, y tengo que hacer la reseña de los estoicos... ok: ya me voy)
Falta, repito, ir un poco hacia la lógica de Alberto y a su contraparte que son los primeros capítulos de la Metaphysica de Avicena. Falta, además, regresar a Agustín y a su De Doctrina Christiana que, contra lo que dice el título, implica su teoría del signo -porque algo sí tengo que hacer: evitar que la estructura contemporánea (el mobiliario del mundo, diría Tiresias... eh... el personaje de mi blog, no el griego) sobre el lenguaje se haga bolas con la medieval (pre-ockhamiana habría que subrayar)... como dice Perler (el único pinche libro que he podido comprar por internet... y que ha valido la pena).
Falta regresar a... ¡¡mi tesis de licenciatura!!... sí! porque Di Martino tiene una hipótesis interesante: a los cristianos medievales les gustó el lenguaje de 'interior', 'exterior' fue por culpa del De Trinitate de Agustín... (pero eso es lo de menos... Alberto mismo es el que me preocupa).

En fin...
Ya no quiero matar a... F.
Es linda y simpática
(Diría Garlfield: no odio a Nermal por joven y bonito, sino porque me recuerda lo feo y gordo que estoy).
Además, admito que es mucho más rápida que yo. Pero no siempre tiene razón... por un lado, gracias a ella me caen veintes, y por otro, con ese material logro armar cosas. En fin. Ya se me quitó la muina.
A eso viene uno a los blogs, desde que la gente no lee... a curarse...


YO SÉ QUE QUÉ HUEVA UN BLOG LLENO DE PURA CATHÁRSIS QUE, PARA COLMO, LE DAN ATAQUES ERUDITOS... y ni satisfacen ningún morbo, ni alcaran nada. Pero... ¿pos ya que?.

Ya me reconcilié con la vida...

Los quiero (con todo y Fede incluida):

La esponjis.

3 comentarios:

Lukas Rybensen dijo...

Me puso contento encontrar una referencia a mi santo favorito. Ahora con respecto a las catarsis, las suyas me movilizan mi empatía. Yo tengo procesos similares con mi tesis, pero no tengo ni lobitos, ni demiurgos. Me encuentro sólo como el "filósofo autodidacto" pero ni gacela tengo. A veces quisiera alguien que me complique el terreno para avanzar con más ganas, con sabor a desafío.

Un beso

Uchití dijo...

Hola:
La luz no tiene superficie y sin embargo si tiene color.

Y sí, ya sé que la luz tiene características de partícula y de onda, pero las ondas no tienen superficie. Y la idea de establecer la superficie de un fotón parece más divertida que factible.

Me parece que tu aseveración no es del todo cierta.
Perdón, es mi forma de saludarte.
Saludos
RRS

Esponjita dijo...

Luc: usted no sabe el infinito placer que sentí al leer su erudita respuesta :)

Uchití: por saludada me doy. Ja! debí aclarar: toda esa historia de la luz es aristotélica. Y es que para Aris la luz y el color son cosas diferentes: la luz es el medio transparente y el color una propiedad de la superficie de los cuerpos que, mediante la luz, pasa de la potencia al acto y por ello se hace visible.
Ahora bien, en términos contemporáneos, el argumento de Aristóteles no funciona porque para nosotros la luz -y por lo tanto el color, puesto que son lo mismo- es una "sustancia" (en sentido aristotélico) y no una propiedad de los cuerpos, esto es: un accidente.
Debo hacer algún día algún post sobre la luz antes de las teorías de Descartes y Newton...