06 julio 2010

Mr. Chalmers


Lo admito. No es un cuento precisamente y está demasiado largo. Pero ya haremos otro. Éste en verdad quería ser un cuento pero terminó como una divagación sobre el 'yo', la intencionalidad y esas cosas. En fin.
Sobre los asuntos de política: no me tomen por ahora muy en serio. En realidad he olvidado recurrir a Maquiavelo. En fin. Saludos.


Mr. Chalmers (cuento) Anita cayó de bruces sobre el piso; apenas alcanzó a meter las manos. Se levantó de un salto pero la rodilla le dolía demasiado. Sólo alcanzó a escuchar el chillido de Mr. Chalmers. A tientas y cojeando prendió la luz. No había nada. Desde que Isela pegó aquél grito una noche que se quedó a dormir en su casa, cualquier ruidito la levantaba de la cama de un sobresalto. Y es que esa noche Isela pegó tal grito de terror que Anita juró que detrás de ellas se hallaba Jason con su motosierra y le hizo coro. Antes todo ruido extraño se lo atribuía a Mr. Chalmers. Incluso antes de que el gordo gato amarillo llegara a su vida, Anita acostumbraba siempre tener a algún animal escandaloso para dormir en paz: un par de hamsters que hacían chirriar toda la noche la ruedita de la jaula, un par de periquitos australianos que finalmente liberó por misericordia y que luego jamás se perdonó de haberlo hecho cuando encontró al gato del vecino con el hocico lleno de plumas azules. Hasta tuvo peces: a veces Crisipo saltaba tan alto que se salía de la pecera. Un día llegó demasiado tarde para salvarlo. Antes de Mr. Chalmers tuvo otro gato: Bubulubu. Pero sus ansias de libertad fueron tales que una noche simplemente no regresó. Anita no pegó el ojo en tres días y pasó tres noches en la puerta del edificio esperando que Bubulubu regresara. Finalmente adoptó a Mr. Chalmers. Era un gato viejo y gordo, sin dientes por sus intensas aventuras de juventud. Ahora en su apacible vejez Mr. Chalmers no pedía mucho más que croquetas de veterinario y que no se le importunara demasiado, lo cual a Anita le agradaba mucho porque tampoco ella era muy dada a las caricias. Llevaban viviendo juntos ya cinco años y Mr. Chalmers cumplía con su parte del trato a la perfección: en la noche cualquier ruido era atribuído a él. Pero esa noche el gato gordo dormía y roncaba junto a ella cuando oyeron los dos que la puerta de la casa se abría. Después de unos minutos Anita se dio cuenta de que el vecino trompetista estaba llegando a su casa algo pasado de copas, y que probablemente se había caído sobre su puerta. Anita volvió a la recámara pero no quiso apagar la luz. Odiaba que la lámpara tuviera fundido el foquito rarísimo de conseguir, y esa noche se recriminó sobremanera la procrastinación de ir al centro a buscarlo. Le daba miedo usar una lámpara normal desde esa noche que los 40 watts prendieron la pantalla. La culpa había sido de Bubulubu, pero el miedo de morir incendiada junto con sus libros no la dejaba en paz. El precio de vivir sola era alto, pero en casa de mamá no podía fumar (tampoco la dejaba en paz la certeza de que su gato roncara a causa del humo se cigarro: se oía un suave silbido cuando respiraba…). Trató de leer algo pero ninguna novela de esas a medio empezar la atraía. Tampoco tenía muchas ganas de trabajar, estaba cansada pero no podía pegar el ojo. Mr Chalmers había sufrido un pisotón de cola durante el suceso nocturno, pero finalmente la perdonó y regresó con ella a la cama. Entonces ella le acarició un poco el lomo y comenzó a platicar con él: -Estaba soñando algo muy raro, Mr. Chalmers… ¿los gatos sueñan? -miau -Eso supuse. Bueno… estaba soñando algo así como una película. Sí… pero no como la otra vez ¿te acuerdas? -miau… rrrrr -¡Ay Mr. Chalmers! nunca me pones atención. Es que el otro día soñé que yo no era yo… o sea, no es que supiera que yo no era yo, sino que soñé que era una periodista, que vivía con mi papá en un departamento en la Condesa… pero no era mi papá… o sea, no era mi papá real, sino era mi papá en mi sueño. -Miau -Bueno, tengo que aclararlo… es que es bien raro. Total que yo tenía un amante fortachón que escondía en mi recámara. Y cuando desperté me sorprendió muchísimo descubrir que en el sueño yo simplemente era otra persona, convencida de ser otra persona. -¿miau? -¡Ah!, claro… esa película… ¿Cómo se llamaba? Ciudad en Tinieblas… Dark City, para que me entiendas Es que Mr. Chalmers había sido el gato de una gringa. Era una tipa de rastas, altísima y flaca. En realidad Anita no sabía si era gringa, europea o simplemente güera, pero hablaba español con tal dificultad que Anita prefería comunicarse con ella en Inglés. El inglés de la gringa era también un poco raro, y ella era rarísima en general. Una tarde le pidió que le cuidara un rato a Mr. Chalmers porque ella saldría de viaje… una semana o dos a lo más. Le dejó tres bolsas de cinco kilos cada una, lo que hizo suponer a Anita que no le había entendido bien a la gringa. Pero se acabaron todas las croquetas y la gringa nunca regresó. Finalmente Anita se mudó, le dejó su dirección a la veterinaria de la esquina por si la gringa volvía, y desde entonces vivía con Mr. Chalmers. -Si mira: en Dark City unos extraterrestres secuestran a unas personas, y les intercambian los recuerdos. En esa ciudad el reloj siempre va de las once a las doce de la noche. Y durante esa hora las personas viven la vida del conjunto de recuerdos que los extraterrestres les implantaron. Pero a las doce, como que se apagan todos, y los monitos estos les vuelven a intercambiar las memorias y el reloj vuelve a marcar las once y entonces tienen otra vida. Y los mismos cuerpos viven tantas vidas diferentes cuantas se les antojan a los extraterrestres. -¿Miau? miau miau miau. -Ah… Es que en realidad los extraterrestres son muchos cuerpos pero todos son una sola conciencia. Y esa conciencia lo que quiere averiguar es qué son los sentimientos. Y eso que hace con los secuestrados es un experimento, porque… fíjate Mr. Chalmers, lo que pasa es que aunque les cambie todos los recuerdos a cada uno, la conciencia individual de cada individuo de experimentación permanece con él. -¡¿Miau?! -¡Pues sí! ¡Aunque te parezca raro! las memorias de cada uno son diferentes de su conciencia. Y es la conciencia en donde se dan sus sentimientos. Y eso es lo que quiere averiguar el extraterrestre ese. Hay un algo que excede sus propios pensamientos, pero sin lo cual éstos no se darían… -¡Miau! Maulló sumamente indignado Mr. Chalmers y bajó a comer algunas croquetas… ¿cómo se le ocurría a Anita que él no comprendía justamente eso? A él, sobre todo a él le quedaba muy claro. Finalmente regresó y siguió escuchando. -Bueno, pues eso es lo que me pasó en aquél sueño: yo era la que vivía eso, pero era la vida de otra persona. Así nomás. -¿Miau? -Ah… es que este sueño era muy diferente. Aquí simplemente no había un yo. -¡¡¿Miau?!! ¿miau mau mau? -¡Pues sí! por eso era tan raro el sueño. ¿Cómo explicarte? Es que era como si yo estuviera viendo una película. Pero yo no salía en el sueño ni siquiera como espectadora. Las cosas ocurrían, pasaban… Mira, el sueño era éste: había un hombre enfermo en cama. O en el sueño se sabía (no yo, sino que simplemente se sabía) que él estaba enfermo. Estaba desnudo acostado de lado. Estaba muy flaco, casi en los huesos. Tenía la piel blanca y estaba lleno de unos puntitos rojos. Entonces llegaba otra mujer que lo quería mucho, a la que él le daba mucha ternura. -¿Miau? -¡No! ¡jajaja! no es que a mi me diera mucha ternura, te digo que yo no pintaba en el sueño… pero… ¿cómo decirlo? sentía la ternura que ella sentía. Pero a la vez ella no era yo: yo la veía desde ‘afuera’. Pero a la vez sentía todo lo que ella sentía… y también el dolor y la incomodidad que él sentía. Nadie hablaba. Pero él no podía ponerse encima la sábana porque las manchitas rojas lo molestaban mucho. Y a la vez tenía algo de frío y quería que alguien lo abrazara. Ella sentía mucha ternura pero las manchas le daban mucho asco: es que era algo como que muy contagioso. Pero a la vez como que no le importaba su propio asco: lo quería mucho. Entonces ella se desnudaba y se acostaba junto a él. Él estaba de costado y ella se ponía detrás de su espalda. Y en el fondo, mientras lo abrazaba, temía que llegaran ‘los otros’, así… o sea: yo no te podría decir ‘quiénes’, pero en el sueño se sabía perfectamente quiénes eran. Y ella pensaba en que tendría que explicarles que no es que tuviera ningún deseo erótico o algo así… ¡jajaja! Ahora que me acuerdo, esa era como una culpa que sentía porque de hecho ella había sentido alguna vez mucho deseo por él… ¿sabes? como que quién iba a llegar era su esposa o algo así… Era un sueño muy angustioso. -¿Miau? ¡miau! -¡No! ¡te digo que ella no era yo!... Pero yo sentía todo lo que pasaba en sus cabezas, de los dos… bueno: lo que pasaba con ellos dos, no con los ‘otros’ que iban a llegar… que total, nunca llegaron. Yo no salía en el sueño. No había yo… porque si alguno hubiera pensado… ¡es más! ella pensaba ‘Ellos van a creer que YO’… y ese ‘yo’ no era ‘yo’… ¿entiendes? -Miau… -Es que tendrías que haberlo soñado… ¿los gatos sueñan? …. Anita comenzó a sentir que el sueño la vencía, pero los ruidos no la dejaban en paz. Cualquier ruidito la hacía sentirse amenazada… ahora sí: a ‘ella’. Finalmente tomó de la mesita de noche un libro y se puso los audífonos. Miró la portada y se fijó que era La historia interminable. No quiso abrirlo… ya se lo sabía de memoria. Pero le daba mucha pereza levantarse hasta el librero o, en su defecto, levantarse a apagar la luz. Finalmente optó por lo segundo y regresó a acostarse. Entonces se acordó de Bastian y Atreyu, pero no los del libro, sino los de la película. Esa fue la primer película que vió en un cine… bueno… seguramente no: su mamá juraba que más pequeña la había llevado a ver Blanca Nieves… pero de la primer película que tenía un recuerdo clarísimo era de ésa: del Aurín, del Bastian llamado más bien Sebastián y que era güerito y delgadito y no gordito como Bastian. De un Atreyu de cabello negro y piel blanca, y no de aquél Piel Verde de la novela. Ella, en secreto, se enamoró del Atreyu de piel trigueña. Y nadie se le hizo más hermosa que la Emperatriz Infantil… Ella quería ser a la vez Sebastian, y tener las aventuras de Atreyu y enamorarse de la Emperatriz… y a la vez ser tan hermosa como ella y que Atreyu la admirara por lo hermosa. Anita hubiera querido ver a la vieja Morla. Y odiaba no haber llorado como Sebastián cuando Ayax murió en el pantano de la tristeza. Se sentía culpable: ¿tan insensible era? ¿qué no había entendido? ¿por qué no se había sentido conmovida?... De pronto se sobresaltó y tiró a Mr. Chalmers de la cama… -¡Ahí está Mr. Chalmers! ¡Ya entendí!... mira… lo que pasa es que el come-piedras, y el amigo ese del caracol… e incluso Fálcor eran ‘personajes secundarios’… pero Atreyu y Bastian, LOS DOS son los protagonistas… y… ¿te fijas qué es lo más terrible de la novela? ¿de la película? Cuando Atreyu se ve en el espejo del tercer Oráculo, ve a Bastian… ¡y eso hace que de pronto Bastian se vuelva un personaje! ¡Se vuelve un personaje para sí mismo porque él ha tomado el lugar del narrador omnisciente! Si, mira… mientras uno lee una novela, pasa como con mi sueño… ¡¡jajaja!! ¡¡Por eso te lo describí ‘como si fuera una película’!!... uno entiende todo lo que pasa ¿no? la motivaciones de cada personaje… sobre todo DE LOS PROTAGONISTAS… porque así está diseñada la narración: de tal modo que sólo de ciertos personajes uno comprende perfectamente todas sus motivaciones. Hay otros personajes que tienen un ‘interior’… es decir: que nos son opacos. Hay personajes que mienten y que no sabemos que lo hacen… pero otros nos son totalmente transparentes. Si mira: el narrador omnisciente sabe más que todos los personajes. Sabe más, incluso que el ‘lector omnisciente’. Nosotros somos ése: y somos omniscientes porque el ser del personaje principal se nos ‘pega’, se nos ‘adhiere’. Nos confundimos con él ¿no?... en cambio el ‘narrador omisciente’ es como el ‘destino’, es el que conoce las motivaciones de todos. Nosotros sólo vemos un lado: el del protagonista. Bastian para nosotros es un personaje, pero su personaje consiste en ser el lector que conoce las motivaciones de Atreyu. Bastian mismo nunca aparece y él mismo se anula mientras está leyendo las aventuras de Atreyu. Pero cuando Atreyu lo ve, Bastian toma conciencia de sí mismo porque de pronto ‘Atreyu lo ve’. Esa es la magia y lo que aterroriza a Bastian: al tomar conciencia de sí, se transforma en un personaje más y la historia impersonal que él leía deja de tener a Atreyu como referente… el referente se vuelve él… -¿Miau? -¿Me entiendes? ¿soy clara?... ¡chale! ¿cómo explicarlo? Mira: Lo único real, en la realidad, soy yo, Anita, que mira la película ¿no?... En la narración, a su vez, lo único real es Bastian: la única conciencia verdadera es la de Bastian. Todos los demás personajes tienen conciencias ‘de a mentiritas’… de ficción… sus ‘yo’ son de a mentis. Así como yo me borro mientras veo la película, Bastian ‘se borra’ mientras lee las aventuras de Atreyu. Bastian mismo nunca es referente de nada, el referente es Atreyu. Pero, a la vez, Atreyu no es nada sino la ficción que crea la mente de Bastian: él no es nada, no tiene conciencia de ‘adeveras’, porque es sólo una narración (así como Bastian no es nada sino las experiencias que yo tengo al ver la película… ¿en ese lenguaje sí me entiendes Mr. Chalmers?)… Pero de pronto Atreyu interpela a Bastian y Bastian mismo se vuelve un ‘yo’… Conciencia y ‘yo’ no son idénticos, Mr. Chalmers… -¡¡¡¡¡¡Miau!!!!!! -¡A cómo frega’os no! Cuando despierto de mis sueños, cuando cierro el libro o cuando salgo del cine, recobro conciencia de ‘mi’, es decir, me ubico: me llamo Anita, vivo en México y tengo un gato gordo y analítico llamado Mr. Chalmers… Pero en el cine todos esos supuestos están puestos entre paréntesis y eso es lo que me permite comprender la historia. Enloquecer sería… sería la incapacidad de ‘volver’ al transfondo, al contexto que se supone es el real. ‘Creerse otra persona’: equivocarse de cuento… de película. El ‘yo’ es una ficción, es parte de la estructura ‘inconciente’ que sirve para ubicarnos en la película correcta donde somos un personaje. La certeza que tenemos de que los que nos rodean son ‘otros’ reales, es que son opacos a nuestra vista, y es lo que nos hace suponer que hay otras conciencias tan reales como la nuestra. Esa ahí donde creemos que nuestra conciencia es ‘yo’ y que las conciencias de los otros son ‘tú’. Pero ese ‘yo’ que nos ubica frente a los otros es una ficción de nuestra propia conciencia… y eso lo demuestran los sueños y las películas. -¡¡Miau!! -¡Sí! ¡lo sé! ¡Sin esa estructura ‘ficticia’ no podríamos actuar! La acción depende de ubicar en ‘yo’ el mundo. Y por eso funcionan los relatos y las películas: somos espectadores de las acciones de otros, del protagonista, y casi ‘sentimos’ sus acciones. Pero su acción sólo la contemplamos: sólo somos espectadores de ella. En cambio nosotros sí sentimos nuestra acción. -¿miau…? -Sí, sí… ¡maldito gato! tienes razón… el ‘yo’ pierde lo ficticio a la hora de actuar… sí… tengo que reconocerlo. -¡Miau! -¿Y si la sensación de que actuamos no es sino una ficción? -¿mi-au? -Bueno… pues… la frustración ¿verdad? aunque fuera una ilusión la libertad, el ‘yo’ actuante no… ¡valgame Mr. Chalmers! ¿Vieras que ya me dio mucho sueño?

3 comentarios:

quique ruiz dijo...

Me gusta esta historia-reflexión. Tengo la impresión de que el yo actuante también es una construcción; según yo, hay una noción probabilística detrás... En algún no-lugar perdido en mi memoria está la definición. Te aviso cuando vuelva a mi conciencia.

quique ruiz dijo...

Híjole, más bien lo que te tendría que dar serían las observaciones, no la definición.

quique ruiz dijo...

En vez de 'noción', creo que es 'cuestión'.