
En el piso del metro, camuflajeada por los pantalones de mezclilla y la sudadera negra con vivos naranjas (de la federación holandesa de futbol), la treintañera se sienta en el piso y se hace pasar por adolescente.
Por ahora no es Ni-Ni, porque ni tiene edad para serlo, ni está desempleada. Anda por las aulas universitarias creyéndose estudiante todavía... en el Sur estudia, en el Norte enseña (así de paradójica es la Ciudad). Su sueldo es raquítico, pero alcanza para comprar un libro de pastas rosas y letras azules (en realidad no alcanza... es una ilusión... pero junto al libro compró unas pastillas de canela).
Ha comprado ese libro porque quiere irse a estudiar al Norte para volver algún día al Sur a enseñar. Su teoría es que aprendiendo canciones y poemas de memoria grabara en su seco seso avejentado el vocabulario de la nueva lengua.
Por ahora memoriza canciones de Rammstein. Resultó que el Metal/Industrial/Electrónico o lo que sea eso no es tan ruidoso como dicen.
También encontró en el Proyecto Gutemberg el cuento de Blancanieves, y junto con ello un mp3 con una voz que lo narra suavemente. Planea memorizarlo. ¿Y por qué no? Cuando tenía entre 3 y 4 años memorizó la versión de ese mismísimo cuento traducido por José Emilio Pacheco. El estribillo, sin embargo, era más elaborado:
Espejito, dime tú por gentileza,
¿Hay acaso en este reino
quién me aventaje en belleza?
Sentada en el piso, camuflajeada con la sudadera negra y los tenis viejos y rojos, se sienta en el piso del metro, abre su nuevo libro, huele las hojas (vieja y necia costumbre: los libros se huelen primero... dañina costumbre: podría pescar hongos de pulmón. Por eso fumo: para matarlos).
Se sienta y trata de leer, en alemán, unos versos. Un renglón en castellano, uno en alemán... uno en alemán y luego el mismo en castellano... luego en castellano... luego en castellano... luego no puede parar y sigue leyendo... comienza a gimotear sonoramente...
No quiere que le vean la cara. No por las lágrimas (se le hace romántico que todos se conmuevan porque un libro de poemas la hace llorar), sin porque no quiere delatar su edad.
Tiene más de treinta y viaja en el piso del metro, parapetada con la sudadera negra, audífonos, y un anillo de plata y una piedra roja, que no es piedra sino un vidrio ya muy rayado... rojo, rojo, rojo... porque ella no está consciente que se viste como si hace quince años tuviera quince años...
Los quinceañeros de hoy se visten de colores. Ella andaba de riguroso negro. Los quinceañeros de hoy usan colores brillantes en la cara, estrellas moradas en el pelo. Ella andaba de riguroso negro. Los quinceañeros de hoy oyen. Ella leía de vampiros, de Flores del Mal... usaba botas de casquillo y andaba de riguroso negro.
Ella hubiera querido pegar el gemido a los quince años, en el metro.
(Cuando Nirvana era lo in)
Por ahora no es Ni-Ni, porque ni tiene edad para serlo, ni está desempleada. Anda por las aulas universitarias creyéndose estudiante todavía... en el Sur estudia, en el Norte enseña (así de paradójica es la Ciudad). Su sueldo es raquítico, pero alcanza para comprar un libro de pastas rosas y letras azules (en realidad no alcanza... es una ilusión... pero junto al libro compró unas pastillas de canela).
Ha comprado ese libro porque quiere irse a estudiar al Norte para volver algún día al Sur a enseñar. Su teoría es que aprendiendo canciones y poemas de memoria grabara en su seco seso avejentado el vocabulario de la nueva lengua.
Por ahora memoriza canciones de Rammstein. Resultó que el Metal/Industrial/Electrónico o lo que sea eso no es tan ruidoso como dicen.
También encontró en el Proyecto Gutemberg el cuento de Blancanieves, y junto con ello un mp3 con una voz que lo narra suavemente. Planea memorizarlo. ¿Y por qué no? Cuando tenía entre 3 y 4 años memorizó la versión de ese mismísimo cuento traducido por José Emilio Pacheco. El estribillo, sin embargo, era más elaborado:
Espejito, dime tú por gentileza,
¿Hay acaso en este reino
quién me aventaje en belleza?
Sentada en el piso, camuflajeada con la sudadera negra y los tenis viejos y rojos, se sienta en el piso del metro, abre su nuevo libro, huele las hojas (vieja y necia costumbre: los libros se huelen primero... dañina costumbre: podría pescar hongos de pulmón. Por eso fumo: para matarlos).
Se sienta y trata de leer, en alemán, unos versos. Un renglón en castellano, uno en alemán... uno en alemán y luego el mismo en castellano... luego en castellano... luego en castellano... luego no puede parar y sigue leyendo... comienza a gimotear sonoramente...
No quiere que le vean la cara. No por las lágrimas (se le hace romántico que todos se conmuevan porque un libro de poemas la hace llorar), sin porque no quiere delatar su edad.
Tiene más de treinta y viaja en el piso del metro, parapetada con la sudadera negra, audífonos, y un anillo de plata y una piedra roja, que no es piedra sino un vidrio ya muy rayado... rojo, rojo, rojo... porque ella no está consciente que se viste como si hace quince años tuviera quince años...
Los quinceañeros de hoy se visten de colores. Ella andaba de riguroso negro. Los quinceañeros de hoy usan colores brillantes en la cara, estrellas moradas en el pelo. Ella andaba de riguroso negro. Los quinceañeros de hoy oyen. Ella leía de vampiros, de Flores del Mal... usaba botas de casquillo y andaba de riguroso negro.
Ella hubiera querido pegar el gemido a los quince años, en el metro.
(Cuando Nirvana era lo in)
No hay comentarios.:
Publicar un comentario