20 marzo 2011

De los propios mitos.



Vuelta de vacaciones. Tres novelas, 5 películas y medio libro que hay que fotocopiar porque se nos pasó que el préstamo interbibliotecario es de una semana, no 15 días como los otros. Pasmo porque a la vez todo parece cuadrar, y por el otro lado nos da miedo ser una paranóica que hace cuadrar absurdos. Berlín en una pantalla. Nostalgia de la nieve ignota. Un "Ich will nach Berlin gehen" que no acaba de poner las comillas de apertura de cabeza... un "ij vil naj Belín géen" que quiere fluir como el inglés que tampoco fluye. Un montón de miedo. Abrir el baúl de la consciencia y descubrirse como un tejido de mitos. Destejerlo todo. Verse deshilachada. "Belín" entre ceja y ceja... "no, no mamá... no es el ángel de la Independencia". ¿Por qué una ciudad que se ve tan gris llena fantasías donde debería estar París o la Toscana? "no, no Ray, no es el ángel de la Independencia"

Tan lejos, tan cerca...


Luego uno abre el baúl y descubre los mitos. Y descubre qué son: proposiciones compuestas de hechos y engarzadas por columnas de valores cuyos extremos son lo óptimo y lo pésimo. Los hechos están ahí, son rei, son la composición del mundo. Pero aquello que los dota de significado y los hace óptimos o pésimos son entes de razón. Y luego resulta que esas columnas axiológicas son tan frágiles...

Ver la naturaleza de los propios mitos es tan difícil como reconocer la estructura del propio lenguaje. Como para el pez percatarse de que vive en el agua. Como despertarse un día y descubrir que las inusitadas ganas de vivir proviene o de una pastilla o de elegir la canción correcta. Enjoy the Silence, Rock me Amadeus, ...like tears in rain. Que el golpe emocional que le arrebata el sentido a la vida es una desproporción de neurotransmisores.
Como descubrir que Blade Runner es mil veces mejor que el enredo que escribió Philip K. Dick, o desear el mood organ que, probablemente, no es sino un potente antidepresivo. Un inductor de ánimos de...

Descubrir, un día, que toda la escala de valores es una construcción literaria también que no tiene más sustento que el origen y la clase social a la que se pertenece. Que no es sino un modo de explicar y justificar los ánimos de... las ganas, la voluntad. Como amanecer un día y descubrir que nunca le entendimos a Nietzsche, por más que lo leíamos y lo predicábamos. Mirar el abismo y percatarse de la ausencia de alas.

Descubrir los mitos propios es como mirarse en el espejo y no ver la similitudo de algo real, sino un personaje. Y descubrir que uno es pésimo escritor y que los propios personajes son acartonados, neuróticos y ligeramente patéticos.

Quitarse la máscara y no hallar nada...

Y así ¿cómo? ¿cómo?
¿Reconstruir qué?
¿Para qué?

Querer encontrarse a Roy Baty en la calle. Morirse de celos porque él besa a Pris, tan perfecta como él. Querer ser Pris... o mejor el mismo Roy Baty. Pero un Roy Baty que consigue vencer a su creador y conseguir una vida larga. Un Roy Baty que le da la razón a Hume sobre el origen de toda la moral. O quizás el super hombre de frío ojos azules. Un Philip K. Dick que nunca reparó en que su Roy Baty no era sino un Golem. Por eso la versión cinematográfica es mejor: más madura.

Querer encontrarse en la calle al otro Roy Baty. O mejor huir a "Belín" y averiguar si es tan gris como en las películas...

Querer despertar por fin. Despertar sin más. Que el mundo deje de estar roto y poder descender de nuevo a la realidad. Sin mitos.

1 comentario:

luciana Rubio dijo...

Mirar el abismo y percatarse de la ausencia de alas.