26 abril 2011

Alquimia

Ayer escribí un gran post. Me pareció hermoso. Mucho lloré mientras lo escribía y lo releía varias veces, corrigiendo detalles aquí o allá. Tardé dos horas en escribirlo, tiempo justo y necesario porque ayer no paré de trabajar en el capítulo. Pero ya mientras ponía los últimos puntos y comas, me preguntaba si sería capaz de publicarlo. Sólo les transcribiré la “introducción” (que es más bien el resultado) para que entiendan de qué iba la cosa y por qué les ahorro los detalles:

“Lo que sigue es una revelación maravillosa que tuve. De mi papá Fernando, la palabra Cubículo, mis procesos de transferencia con el Lobito y con Valerio, y el origen de la agonía por la partida de Daniel. Todos son papá. Bajé hasta el noveno círculo del infierno (aquí sólo lo narro, no es el viaje sino la Comedia) y al fin entreveo el paraíso. Ahí está mi papá triplex per similitudine, mi imposible Beatriz eterna y atemporal, mientras que los hombres con que me relaciono en la vida quotidie et currente han vuelto al lugar que les corresponde.”

Entonces me fui a dormir. Luego de un intermedio en mi sueño en que a las 4:00 de la mañana Kualia comenzó a brincar arriba de mi persiguiendo a un mosquito (por cierto, o lo cazó o lo espantó, porque luego pude dormir muy bien) tuve el siguiente sueño:

Iba a haber una gran pelea de algo así como box. A mi carnal le gusta muchísimo porque alguna vez lo practicó en la UNAM y de ahí la afición en mi familia. Pero en el sueño la pelea tenía los tintes épicos de una final de copa del mundo donde juega la selección mexicana, o algo así. Mi papá venía por nosotros para llevarnos a un lugar para ver la pelea. Cuando llegábamos aquello ya no era una pelea de box, sino una especie de pelea de algún deporte japonés, como si fuera un Dojo de Sumo o algo así.
Dentro había hermosas estutas de dragones de jade, banderas bordadas de rojo sobre blanco con grandes letreros en chino (bueno, mi sueño tenía conflictos geográficos), y todo era muy hermoso. Llegábamos. Pero entonces yo ya no iba con mi papá sino con Miguel (sí, mi Arcángel de quién les he hablado).
Entonces me daba cuenta de que había torcido mis anteojos: mis lentes rojos que tanto me gustan, y sentía mucha tristeza. Mientras trababa de arreglarlos (pues tenía la esperaza de que, aunque fueran de pasta, podría volver a enderezarlos) los edecanes de aquél evento nos conducían a un cuarto donde había unas diez personas sentadas viendo una pequeña pantalla de televisión. Miguel me explicaba que no era ahí donde veríamos la pelea, sino que estábamos esperando a que dieran las cuatro de la mañana, la hora en que empezaría en Japón.
(Aquí me acuerdo que, cuando conocí a Miguel, el practicaba Kung-Fu)
Me sentaba en una silla, y de pronto lograba arreglar mis lentes: descubría que tenían un mecanismo para doblar las patitas y que no los había torcido, sino que los había doblado siguiendo tal mecanismo (como si fuera un rompecabezas tridimensional). Entonces sentía una gran alegría y por fin me ponía mis lentes (tomen en cuenta que tengo 4 dioptrías: para mi perder los lentes es verdaderamente una tragedia: soy incapaz de hacer cualquier cosa sin ellos).
Entonces descubría que, entre los servicios que ofrecía aquél lugar, había una especie de Spa japonés, y que uno podía ir a tomar una especie de sauna “japonés”. Y esto es lo que se imaginó mi sueño: era un enorme cuarto de paredes muy altas, todo cubierto de madera. En el centro había varias ¿mesitas? ¿cómo les llamamos? eran una especie de piletas, también de madera, donde la gente se sentaba o recostaba a disfrutar del vapor del sauna. Aunque las paredes estaban vacías tenían algo que las hacía muy bellas, pero no podría explicar qué: no eran ni dibujos, ni cuadros, ni diseños. Era la pura madera (color café oscuro) y eso las hacía muy bellas. Había algunos helechos y en cada esquina (porque tenía muchas paredes y había muchísimas esquinas) había recipientes con piedras calientes de donde salía el vapor.
Entonces un hombre viejo se acercaba a decirme que mi ropa no era apropiada: y me fijaba que llevaba unos shorts blancos con letras negras, y que por el vapor se volvían transparentes. Me daba mucha vergüenza y les explicaba que no me imaginaba que la humedad pudiera causar ese efecto. No sabía qué hacer. Pero entonces otros viejitos llegaban y me daban una espeice de pareo. Era semi transparente, rosa pero con los mismos motivos negros (las letras) de mis short. Y parecía que casualmente era la parte que le faltaba a mi atuendo. Me lo ponía y me recostaba en mi pileta. Ellos se iban y yo tenía la sensación de que todo estaba de nuevo en orden y eso me hacía sentir mucha tranquilidad y alegría.
Finalmente salía del Sauna, y Miguel me estaba esperando. Yo lo veía y me acercaba a él. Entonces la gente se comenzaba a despedir: nosotros nos quedaríamos a esperar el evento.
Uno de los que se acercaba era Daniel. Llegaba con “su novia” (pero que no era nadie definido) y Miguel y yo los saludábamos. Miguel era como el centro de atención ahí. Todos llegaban a saludarlo a él y se iban muy contentos de haberlo podido hacer. Al final se veía a Daniel muy lejos agitando el brazo y diciéndole a Miguel: “¡adiós holandés!”. Y Miguel, con cierta sonrisilla que yo le conozco, correspondía el saludo.

Desperté. Lo primero que me pregunté es ¿por qué le había dicho holandés? Lo único que me vino a la cabeza fue que ‘holandés’ tenía un algo de misterioso y naranja. Como si con ello le reconocieran una especie de ser marinero… marinero, más bien viajero: como los holandeses.

En fin. Eso soñé. Y recordé que les había prometido un post para hoy. Pero pues no podía publicar aquél ejercicio psicoanalítico; similar al del general Simonini en “El cementerio de Praga”. Simonini ha olvidado quién es él, o más bien ha despertado un día descubriendo que tiene una personalidad alterna de la que no recuerda nada, pero tiene pruebas de que es él mismo. Decide escribir sus memorias (en sentido literal y en sentido de género literario) para ver si así descubre el misterio.

Yo he olvidado quién soy. Veo a todas mis personalidades deambular frente a mi, ocuparse de sus tareas, y sé que ellas son yo, pero no encuentro la conexión entre ellas y yo. Ayer creo haber descubierto algo. Algo no sólo referente a mis muchas personalidades y a los personajes de mi vida, sino también algo acerca de la tesis. Muchas cosas: algunas como aquello que me hizo, por fin, relacionar a Searle con Prisciano vía Nuchelmans: ahí está aquello en el De homine. Y otras, más bien producto de la excitación de anoche, pero que todavía no me suena demasiado absurdo, así que se los comparto:

“Me tardé hora y media escribiendo esto. Cuando terminé, salí por cigarros, un milkiway, una lata de cocacola y un Arizona-te. Mientras iba de camino hacia el Oxxo me cayó un veinte muy cabrón. Lo que Alberto hace con Aristóteles, Avicena, Averroes, Alfarabí (o pseudoAlfarabí), Algazali, Prisciano, Hilario de Poitiers, Costa ben Luca, pseudo Gregorio Niceno (Nemesio de Emesa), Damasceno, Agustín y el pseudo Dionisio es… alquimia. Ellos son sus elementos, y los está transformando. No hay pecado en ello, ni traición a las auctoritates, ni novedad, ni copia, ni ninguna categoría que intentemos. Es alquimia, como la que hace en el De mineralibus. Esa idea (producto de la sobreexitación de lo que acabo de escribir Infra) tendré que meditarla cuando esté “sobria” (mejor dicho, bien dormida). Pero la idea parece prometedora. Si no ya para el marco teórico de la tesis, o un artículo de menos… por lo menos para un cuento.”

Esponjita, en el puerto, esperando a un marinero holandés.

1 comentario:

Felicidad Batista dijo...

Esponjita, leo que has cumplido tu promesa y has sacado un post ciertamente muy interesante. Eso de estar trabajando en la tesis mantiene en forma tu capacidad creativa. Es una muy buena entrada donde le laberinto de los sueños, lejos de convertirse en un entramado de caminos sin salidas, se nos revela como un texto cargado de matices, atractivo para el lector y donde tienes la certeza que, a parte de leer y dusfrutar, estás aprendiendo. Nos ubicas en una perspectiva donde entramos de pleno en el interior de la historia. A seguir.
Un abrazo