02 mayo 2011

¿cómo se escribe sorrajar?

Ok. No traigo las emociones en la garganta... como debería ser.
Hace rato que llegué al Sangron's porque no soportaba la duda de saber cuántos virus-spameros había decidido escribirme el día de hoy. Y aquí me tienen: los mismos de toda la vida. El caso es que huí de mi celda-cubil felino, donde los gatos dejaron de perseguirse mutuamente y me miraban como preguntando: ok ama esponja, entendemos lo de la compositio vel divitio... y eso ¿qué tiene que ver con al intencionalidad? (por poco Kualia cita directamente a Perler –que en el post pasado del pasado nombré Perlman, porque andaba pensando en Salvatore, Ron Perlman y el nombre de la Rosa.... ¡¡¡Bogomilos!!!!)...

Hui. La mirada inquisitiva de los gatos era demasiada. Peor fue encontrarme con un viejo cuento inconcluso sobre Valerio... demasiado bueno. ¿Será que entonces tenía 28 años y mis neuronas estaban en su pináculo? Pero ahora, ni cuentos ni tesis ni nada... las neuronas van de bajada.

No, no traigo las emociones en la garganta, todas agolpadas tratando de construir un discurso coherente sobre cómo lo que hace Alberto es una teoría del signo para las facultades desprovistas de intelecto. Es lo único que hace... o al menos lo único que pretende. Y ¿qué? ¿tan fácil? Seguramente ya todo mundo se había dado cuenta y por eso nadie ha publicado algo al respecto. Digo: ni siquiera nadie se ha dignado a rebatir tan brillante hipótesis... por opaca.

Y heme aquí, huyendo del encierro autoimpuesto. Huyendo del calendario autoimpuesto para entregar algo decente al asesor y comenzar a construir el camino hacia "ser alguien". Y es cuando me encuentro este post.... (aquí mero píquele). Y pienso en que a eso se refería la higuiatra con "el sentido de la vida". Y leo la rabia de la chica de veinti tantos años, y reconozco un poco mis modos de escribir en ella. O al menos la flama impresa en el papel producto de una avalancha de emociones en la garganta.

¿Quiero ser alguien?

Vino el fin de semana mi Arcángel de la guarda. Y ahí me tienen, con mis necedades del futuro, los hijos, la vida en común. Y no bien acababa de irse cuando golpee repetidamente mi frente contra la pared murmurando el mantra incesante "estúpida, estúpida, estúpida, estúpida..." y preguntándome de dónde chingados salió ese monstruo que ya tenía bien dopado en el sótano de mi consciencia.
Dopado, ahí, tranquilito, encadenado con correas de cuero, en el sótano de mi consciencia. Las paredes acolchadas para que el pobrecito no se haga daño. No vaya ser que se libere y lleve cinco mil años de hembrismo mujerista a la superficie de mis pensamientos. Ser alguien, ser alguien, ser alguien. Ande usted (murmura el monstruo), debe usted ser alguien para obtener reconocimiento. Reconocimiento es poder. Poder es el combustible que mantiene el equilibrio contra las fuerzas entrópicas de la vida. Poder, poder, poder. Antes, en alguna cueva paleolítica, poder significaba abrigo, sustento y satisfacción de otras necesidades básicas y pulsionales (estúpido monstruo estructuralista-marcusiano-cientifico-dialéctico). Pero entonces todo aquello fue sublimado en imperativos categóricos y se volvieron parte de un super yo inconsciente que, para alcanzar la libertad (poder, poder, poder, poder) no hizo otra cosa sino satisfacer al ego vía aquél reconocimiento.

Y ser alguien. Alguien...

Un vulgar medio de subsistencia porque otorga las dos cosas básicas de la existencia humana: poder y libertad. Y no falta quien sacrifique la una por la otra. Estúpidos. Las dos son la misma cosa.

Estúpidos.

Estúpidos.

Y entonces un monstruo paleolítico decimonónico sale del cadalzo do a punto estuve de cortarle la cabeza, y grita: ¡eres mujer! ¡requieres marido! ¡sólo un falo podrá proveerte de todo el reconocimiento que necesitas! ¡poder y libertad! Eso sí, libertad femenina... pero al fin libertad.

Y yo lo persigo con mazo en mano por toda la casa, tirando libros y libreros, y pisándole dos veces la cola al gato. Escapa de la casa y huye por la acera oriente de Tlalpan... ¡va dirección centro! Hay que ir más rápido que él, con el mazo dando... hay que ir más rápido que él y me trepo al metro... no bien pasamos por el Sangron's de Xola el ladino se mete y pretende esconderse en la sección de autoayuda. Bajo en Xola y corro hacia el Sangron's ¿seguirá ahí el monstruo?
Los clientes me ven pálidos del susto, la gente de seguridad se me acerca dispuesta a sacarme a patadas –¡pero y soy clienta clientísima desde hace miles de años! ¡mejor harían ustedes ayudándome a dar caza a ese maldito monstruo paleolítico con delantal de cuadritos, embarazado por enésima vez–
Uno de ellos lo agarra de una trenza.
Lo agarro de los hombros y el monstruo al ver pender sobre su cabeza el mazo, gimoteando me mira e implora:
–¿Acaso no me reconoces? Soy todas tus muñecas, el instinto que Mafalda saca a pasear de vez en cuando, la jerarquía de la sociedad entera, tu deseo por que alguien haga las cosas por tí, todos los falos fálicos que han pasado por tu mente en forma de gentes que son, que son álguienes. ¿No me reconoces? ¿no ves que soy la prosopopeya de la escala de valores única del universo entero? ¿Quién te guiará si das cuenta de mi? ¿quién te enseñará a buscarte el poder y la libertad parapetándolo todo bajo la justificación del deber ser y del he obrado bien? Te falta imaginación, entiende, para inventarte otra escala de valores. Y ¿qué culpa he de tener yo si la tuya es tan paleolítica y despreciable ante tus ojos? ¿del descuido de tu madre por no darse cuenta de que las caricaturas japonesas tenían los mismos valores infames que las telenovelas tan prohibidas? ¿Me zorrajarás la crisma aun sabiendo que luego no sabrás para donde ir, ni cómo empolvar decentemente tantas pulsiones de muerte y poder que te invaden?

Pero cayó el mazo sobre su cabecita. Por ahora quería silencio. Silencio. No escucharía nada más que a Alberto Magno, a mi asesor-bibliografía secundaria, los maullidos de los gatos, y un que otro capítulo de Eco... por ahora.

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