15 julio 2011

Historia de los colores

No sólo no puedo redactar el capítulo, ni un post al respecto puedo hacer.

Tendré que dormir unas horas y luego volver a la batalla. Ni modo. Pero algo les diré...

Historia del rojo.

El rojo vivía muy feliz en las manzanas, en los tomates y en la sangre. Pero luego un día alguien se preguntó si para el tomate ser rojo era lo mismo que para el ojo ver rojo. O si ser rojo para el ojo era lo mismo que ver el rojo en el tomate.

El rojo tuvo que agarrar sus chivas y mudarse. Ya no podía vivir así nomás en el tomate. Decidió vivir en la luz. Era un lugar cómodo, y un tal Alberto Magno halló el modo de explicar cómo el tomate era de cierto modo material su casa, pero no totalmente. Al rojo no le importó vivir en la luz. Pero lo que el pobre rojo no sabía es que, al firmar el contrato con el Obispo de Ratisbona, estaba firmando su expulsión del mundo "objetivo".

Pues alguien descubrió que la luz no es "roja", sino que excita a unas células en el ojos. No terminaba el ojo de establecerse en la retina, cuando un médico español descubrió cómo funcionaban las dendritas y las neuronas. El rojo tuvo que irse a vivir al cerebro. Era un lugar pastoso y húmedo, pero, con todo, un hogar. A penas se había establecido ahí el rojo, cuando un montón de filósofos reduccionistas y materialistas decidieron que él era menos que una interpretación de la realidad...

El rojo está a punto de se expulsado de la realidad. Y con desdeño mira al tomate, su antiguo hogar...

1 comentario:

luciana Rubio dijo...

El Rojo habita mis suenos y ahi es feliz, aunque a veces puebla mis mejillas si me averguenzo y las de otros cuando se enojan.