16 julio 2011

Angustia


De casa de mi mamá extraño que todo esté alfombrado. Que nunca haga ni frío ni calor. Que las repisas siempre estén llenas de dulces y el refrigerador con salchichas y huevo y carne... Que haya sillones grandes y espaciosos.

Y, con todo, cuando ronronean mis gatos y en la mañana los dos están dormidos sobre mi, reconozco lo que de hogar tiene mi casa.

Y con todo, cuando todo lo hago sola, desde levantarme hasta acostarme, y comer siempre fuera (o ya sin darme cuenta de que al comer siempre la nariz del gato está en mi nariz ¿quién se fija? ¿a quién le molesta? Sólo cuando con la punta de su pata trata de robarme un trozo, lo he de bajar de la mesa)

Y ¿quién se da cuenta? ¿a quién le afecta nada? ¿qué más da que comamos gatos y humana en la mesa, todos juntos, si somos los únicos ahí.

Mi gata ronca. En la noche se oye el masquido de las croquetas. El silencio es mortal. Y a veces Qualia deja la silla del escritorio (el lugar predilecto) y se acuesta cerca de mi nariz. Y sube su pata sobre mi mano y ronronea.

Y yo me pregunto ¿en qué momento lo eché a perder todo? En qué momento me quedé sola, aferrada a mis gatos (para quienes lo soy todo, y por más que intento no puedo hacerlos todo para mi). ¿En qué momento cometí tantas estupideces que se fue una madrugada de mi casa?

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Es difícil aceptar que se acerque de nuevo a mi vida. Pero andar con las ganas a medias y con rencores y reclamos no era algo que se me antojara en la vida.

Todo esto es como un estado de humillación constante, donde, por más que quiera, soy siempre la que quiere buscarlo, desearlo, ir tras él. Y entonces lo único que puedo hacer es arrancarme el deseo y quemarlo en la estufa y oler la carne quemada, y ver la sangre manar desde el muñón de deseo que me queda.

Tragarme el orgullo. Pero el orgullo es tragarme el deseo. Y todo esto termina en vivir atragantada. Y temer que, para siempre, viva con una fuga, una hemorragia eterna porque me lo voy a volver a encontrar (pulula, siempre pulula y anda por ahí). Y pensar "bueno, ya me enamoré dos veces, ya tuve dos largas relaciones. Ya las eché a perder cada una. Ya. Tuve más de lo que muchos...
¡Pero entonces no puedo evitar morderme el puño y gritar un autoconmiserativo ¡no es justo! ¡porque hay quienes tienen familias, hijos, pareja para toda la vida!

Y mejor me callo la boca porque estoy deprimida, y sólo en estos momentos entiendo por qué me cuesta tanto trabajo hacer las cosas, cumplir los plazos, concentrarme en lo que debo. Siento como si tuviera adentro un árbol enorme de puras espinas. Que me penetrara la piel desde dentro, por todos lados. Que si me trato de mover se me entierra una nueva espina y me sale por el cuello otra. Siento como si al caminar fuera echando chorritos de sangre.

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Me vine a casa de mamá. Porque hay mazapanes cubiertos de chocolate y tostadas con queso. Y sillones enormes y en toda la casa hay alfombras. Y no hace frío ni calor, y el agua caliente nunca se acaba. Y se oye su respiración en la recámara.

(Y me hubiera gustado invitar a Qualia y a Chupacabras a descansar acá, también, un rato).

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Te envidio el que tengas una mamá así. La mía es fría como un témpano de hielo por lo cual lo último que haría sería refugiarme con ella.

Lo de "echar a perder" relaciones... querida: para bailar un tango se necesitan dos. Una relación es un enredijo donde no es fácil saber qué es de quien.

Y la buena noticia es, que aunque uno mismo no lo crea, todos los duelos se terminan un día.

Eres muy linda.

Esponjita dijo...

Gracias por venir y dejar un cariño.
En realidad estoy espantada porque tengo que entregar mi capítulo y me está costando mucho trabajo. Y pues mi psique de higo se evade y piensa en otras soledades.
Tú también eres linda y hermosa. Un beso.