
¿Recuerdan el cuento? (acá la versión pasada)
Caperucita está esperando al Lobo. Él le ha prometido volver, pero ella, después de varias horas de espera, desconfía. ¡Lobos contratan en todos los cuentos! ¡Hasta en tesis de maestría! ¿han oído hablar del célebre miedo que la oveja le tiene al lobo?
Caperuza se mira los pies. Pequeños zapatitos negros de correa, de charol, de escolapia. ¿Qué sería caperuza sin el lobo? ¡medio cuento! ¡cuento sin nudo! ¡sin trama! ¿desenlace?
En esas cavilaciones estaba la Caperucita cuando decidió de pronto deshacerse de su capa roja... es decir, de la caperuza. Y por un momento quedó suspendida entre un segundo y otro, como si hubiese dejado de existir, pues si sin el lobo era apenas un indicador de algo que pudo ser un cuento, ¿qué demonios era sin el trapo rojo que la dotaba de nombre, denotaba, connotaba... notaba? Pero para la gran sorpresa de Caperuza, ella seguía ahí –aunque quién sabe si se seguía llamando Caperucita Roja–
En la versión anterior del cuento, Caperucita se mantuvo en ese estado suspendido por tres segundos y luego levantó la caperuza. Minutos después llegó el lobo, que no pretendía abandonarla, y la invitó a participar en un reality show.
Pero esta vez no. Esta vez caperuza contempla la capa lánguida en el piso, y compreden que la pobre capa, sin ella no es nada. O ¡bueno! ¡es algo! Es una especie de universal –es que caperuza acaba de aprender que no hay que confundir extensión con universalidad... ni le pregunten, la pobre a penas anda metiendo las narices en eso de los mundos posibles– pero sigamos: ¿qué es la capa?
Cualquiera que la vista se hace caperucita. Pero la capa, esa pobre capa donadora de formas, no es nada sin alguien que la vista. Y quien la viste, desnudo después de despojarse de ella ¿es algo todavía?
Caperuza soporta tres segundos más que la vez pasada en aquél estado de suspensión, donde su forma yace lánguida sobre el piso. Una voz habitante de su oído izquierdo le pregunta ¿y el cuento? ¿cómo entrarás al cuento sin capa, ni lobo, ni abuela, ni leñador?
¡El leñador!
Caperuza lanza un hondo suspiro ¡el leñador, demonios! ¡podría extrañar al lobo y acostumbrarse a su peluda ausencia... ¡pero el Leñador! ¡esa camisa de franela de cuadritos rojos le va taaaaan bien!
¿No hay leñadores en otros cuentos? –pregunta caperuza, y suspira y suspira ¡el leñador! de las grandes espaldas, del amplio pecho, de la barba siempre crecida –¡¡Aguas caperuza que eso que estás describiendo es un universal también, al que le acontece tener muchas instancias!!– y caperuza se muerde las uñas y cierra los ojos –¡el leñador! ¡quiero mi leñador!
Como arriba perdimos la cuenta de los guiones, seguimos en este párrafo. Bueno, en el de abajo.
Una vocesilla, habitante de su oído derecho, le susurra a la ex-caperuza ¿por qué no creas tu propio cuento?
Caperuza, o ex-caperuza voltea indignada y mira a la pequeña voz. ¡Claro! ¡tenías que ser tú! ¡voz ridícula vestida con vestidito blanco, alitas y aureola... por cierto ¿no está un poco oblonga para aureloa?
La criatura parlante, un poco ofendida, toma su aureola, trata de ajustarle algo, pero aquello obtiene un ángulo anticircular, y se la vuelve a colocar.
¿Sí? ¿decías?
Entonces dice caperuza, con voz fingida y chillona "es que eso de "crea tu propio cuento" me sonó tan autoayuda barata"... "criaturita estúpida... este es un cuento surrealista carente de morajela cuyo único objetivo es permitir que la autora pueda escribir sobre aristóteles... y tú ¡con tu autoayuda barata! ¡qué me importa el cuento, si sea original o copia! ¡lo único que quiero es que tenga un leñador!
y... ¿no te encariñaste si quiera tantito con el lobo?
El lobo. Es verdad...
Caperuza se agacha y recoge la caperuza. Está a punto de ponérsela pero no... esta vez no.
Y caperuza o más bien la ex caperuza deja tirado por ahí el trapo rojo, informante de personaje cuentístico, y sigue su camino... o sigue caminando porque justo lo que perdió junto con la capa fue el camino... o cierto camino...
total, piensa caperuza, el del cuento no ha de ser el único leñador que hay en el mundo...
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