Amelia. Así se llamaba. Amelia. Entonces ocurrió que escuchó una tonada llamada 'el testamento de Amelia'. Deseó que, si algún día tenía algo que heredar, fuera esa melodía. Quiso por eso aprender guitarra y aprendió, pero nunca se tomó el tiempo de aprender su tonada favorita. Quiso entonces encontrar a un joven mozo que supiera tocarla para enamorarse de él. Toda ella, toda enamorada de él.
Y así ocurrió que fue forjando en sus sueños al hombre del futuro. Él llenaría sus sábanas en las noches y sus suspiros en el día. Su andar a la lontananza encendería su corazón, y volvería su respiración nocturna el metrónomo de su calma.
Pronto olvidó que debía ser guitarrista y se enfocó en el ancho de sus espaldas, en la dimensión de un pecho que diera cabida a sus orejas y sus cabellos. Y buscó manos nudosas y voz cordial. Nudillos que supieran tocar puertas y dedos que abrieran ventanas. Dedos que deshicieran nuditos en los camisones, palmas en las que cupiera su cintura, brazos que en vilo la levantaran. Conversaciones armoniosas, armónicos que surgieran, como destellos, en la idea.
Y una noche, como sin darse cuenta, algún elemento añadió a la fórmula y la reacción alquímica ocurrió: Amelia figuró a su hombre con la materia del sueño, y le dio hálito de vida en las aulas de sus sueños.
Y él era nuevo, distinto, portentoso. Amelia descubrió que su fantasía había, por ella misma, cubierto todo aquello que ella no imaginó.
Era de alta estatura, brazos torneados, elegantes maneras y mirada profunda. Andaba y se paseaba entre sus sueños, sus pies eran grandes de largo caminar, y sus piernas, fuertes, sabían nadar.
Pero aquél hombre era todo lo perfecto que Amelia podía desear, pero tan perfecto era que para ser, no necesitaba mirarla. Y Amelia vivió un desamor y angustias infinitas a la hora del sueño, porque aquél hombre perfecto, para existir, no necesitaba sino su deseo. No le era menester mirarla, ni tomar su talle con sus grandes manos, ni tocar su puerta con sus nudillos, ni tocar los lóbulos de sus orejas con sus dedos. Con las yemas de esos dedos tan minuciosamente soñadas por Amelia.
Decidió entonces Amelia tomar la guitarra y buscar su partitura. Al fin tenía qué heredar y a quién: un sueño a un fantasma.
Pero sin querer, un día, un bello varón escuchó su plañir...
No hay comentarios.:
Publicar un comentario