23 noviembre 2011

Dresde (tren)

¿se acuerdan de mi viejo cuento Dresde? Bueno... este es algo así como una continuación pero pos no continúa nada. Por cierto, pronto actualizaremos el cuento de Valerio... pero es que ya se volvió a salir de madres y no tengo idea de como corregirlo. Nos vemos que sigo atorada con los espejuelos de Averroes. Abur...

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Mira por la ventana del tren. No se ve nada. Todo va demasiado rápido. La última vez que subió en un tren era un de diesel que iba de San Luis Potosí a la Ciudad de México. El viaje duraba 12 horas, contra las eficientes 5 horas de carretera. Aquél viaje había sido auspiciado por la abuela que, quizás con el tercer ojo que le brotó justo arriba de la nariz obtenido de tanto leer a Lobsang Rampa, adivinó que a los trenes mexicanos les quedaba muy poco tiempo de vida. La abuela decidió que aquello era una experiencia que la nieta debía tener en la vida. Mirar esos pueblecitos lejos, lejos de la carretera, a los vendedores de toda clase de alimentos tipo gorditas, quesadillas, dulces de nombres jamás conocidos antes, alegrías y tristezas... y luego la emoción de caminar a través de los vagones, y cambiar de vagón –cosa que en el metro de la Ciudad de México no se podía hacer, casi el otro único tren que ella tiene en la memoria. Y pasar de los vagones de segunda, que son de tiras de madera, a averiguar cómo serán los vagones de primera. Y la decepción de que son viejos y feos, acolchonados pero con manchas en el tapiz. Y vacíos, vacíos, porque nadie iba a pagar un boleto más caro por tan poca cosa. Es que los trenes ya eran poca cosa...
Y salir un momento del vagón y la abuela, con su conversación inteligente y anciana, haciendo plática con otro señor (¿acaso un empleado de Ferrocarriles Nacionales de México?) y la nieta, como siempre, no pone atención y mira el paisaje: que jamás volverá a ver porque ya no pasan trenes de pasajeros por ahí.


Pero esta vez va en tren hacia Dresde. Y va a buscar a un señor de piel blanquísima, casi rosada, negrísimas cejas y que no sabe en qué idioma será mejor comunicarse. Y va con miedo de no entender los sarcasmos, ni saber si terminará deportada otra vez... y va hacia Dresde a causa de un sueño que tuvo, y una premonición, y una beca de estudios que es lo que menos importa ahora, lo que importa es conocer el Elba y averiguar si los pitagóricos, al final, tenían razón, y esta resulta no ser la primera vez que viaja hacia allá. Pero ¿cómo tantísimos recuerdos de su padre, su madre y su abuela dejarán espacio para los de otra vida, otra niña y otro alemán de cejas negrísimas y piel blanquísima casi rosa? Que, por cierto, otro de similares características la ha mandado a Dresde... pero este habla en español, sonríe y se ríe en español aunque, de vez en cuando, la alumna no sepa si se la está cotorreando en alemán...

Se asoma a la ventana ¿cómo será el paisaje acá?

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