27 diciembre 2011

Creso, si cruzas el río Halys destruirás un gran imperio.


siempre creí que si aparecías
en un cuento, sería uno que
escribiera YO.


Era Creso. Y éste fue y consultó al oráculo de Delfos. Era sobre una gran batalla contra los persas. Y le anunciaron que él, el Rey, si cruzaba el río Halys sería la causa de la caída de un gran imperio. "El Persa", pensó él; pero cuando se hallaba preso por el enemigo y a punto de maldecir al oráculo, le advino la anagnórisis: el imperio destruído sería el suyo. Supo siempre la verdad, aunque en realidad no la sabía.

Esa es una leyenda que deja escapar un pequeño asombro de la boca del niño que la escucha por vez primera. Ahí hay una trampa más vieja que la historia aquella. Y, sin embargo, no hay quien dude en hacerla funcionar como novedoso experimento mental.

Un hombre se encuentra a su colega en la misma entrevista de trabajo. El colega, con más experiencia, tenía diez monedas en el bolsillo derecho, y el hombre vaticinó: "será el hombre con 10 monedas quien consiga el empleo". Para su sorpresa, no sólo el ganó la entrevista –a pesar de la inexperiencia y la sensación de falta de preparación– sino que en el bolsillo derecho descubrió 10 monedas. "Después de todo no estaba equivocado". Así pudo haber pensado nuestro querido Creso ¿no? El equivocado fui yo, no el oráculo. La verdad de las palabras que escuché no ha cambiado y, sin embargo, fui engañado.

El quid de la anagnórisis consiste en ello.

La perfección de Edipo Rey consiste en la absoluta necesidad de todos y cada uno de sus hechos. Quien "viene" a descomponerlo todo es Tiresias pues viene a informarle al trágico Edipo que algo fallaba con el referente que designaba "padre". Los oráculos ambiguos y trágicos son eso: proposiciones donde una referencia se toma por otra. Y desatan las tragedias de Edipo y Creso. La falta de imaginación de nuestro filósofo contemporáneo hizo del oráculo algo agradable, pero también oculta su verdadera naturaleza: la ventaja del que escucha relatos griegos es conocer el desenlace, es decir, las relaciones causales que dotaron de pleno sentido a las oraculares premoniciones. Digamos que conoce toda su justificación. Y el relato funciona justamente porque el escucha sabe que las proposiciones solitarias están cojas y son como puntos que requieren de líneas para mostrar su verdadero rostro. Pero también funciona por la sopresa que provocan. Hallar "el chiste" del relato consiste en eso, en colocar el referente preciso a ciertos elementos que cambian totalmente el sentido sin que por ello cambie en absoluto el valor de verdad de la proposición.

(¿y no consiste en ello algunos chistes?)

Y ahora que lo pienso, es curioso que Aristóteles, quien alabara tantísimo en la Poética a Edipo Rey por su perfección causal, no reparara en lo mucho que había que cambiar el Perihermeneias para dar cuenta de por qué había funcionado realmente su Edipo favorito.

Me voy. Tengo que narrar la lucha de Avicena contra los espejos animados.

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