04 diciembre 2011

Velas y Libros

Peña nieto confundió el título de un libro de Carlos Fuentes con uno de Krauze. Dice atinadamente Tormentas: "Genial: ahora no votarán por Peña Nieto los que no iban a votar por Peña Nieto". No me queda todavía muy clara la relación entre el amor por los libros y el rechazo al PRI. De hecho, cualquiera que tenga que pasar cotidianamente entre el Estado de México y el Distrito Federal podrá contar una miríada de razones para no votar por el PRI emanado del Edo. de México.

Pero no vengo a quejarme del PRI. Más bien lo que me llamó la atención, en todo caso, fue la intuición de Tormentas de que la gente que acostumbra leer no votaría por el PRI. Y eso me llevó a pensar si Tormentas relacionará el nivel de lectura de este país con su nivel educativo; y a su vez, el nivel educativo con el nivel económico. Ciertamente no es condición suficiente poseer cierto nivel económico para poseer nivel educativo, pero ¿es necesario?

Repaso un poco mi historia familiar. Mis abuelos, paternos y maternos, provienen de familias muy empobrecidas, y mis dos padres vivieron en una situación económica que, podríamos decir, lindaba siempre entre la pobreza y la clase media. Pero mis abuelos tuvieron siempre muy claro que sus hijos tenían que ir a la universidad. ¿Por razones de movilidad social? Quizás el caso de mis abuelos paternos podría apuntar hacia allá: mi abuelo trabajaba en la Compañía de Luz y Fuerza y quería que al menos uno de sus tres hijos fuera Ingeniero Eléctrico.

Pero el caso de mis abuelos maternos es diferente. Mi abuelo nació en 1903 y estudió solo la primaria, pero parecía ser que para tener una vida exitosa no se necesitaba mucho más. Mi abuelo trabajó muchos años en el "otro lado", pues era oriundo de Ciudad Juárez, Chihuahua, y pasar al Otro Lado a trabajar y educarse era muy natural en aquellos años. Mientras trabajaba con unos vidrieros italianos (de ahí la familiar frase "parla e parla e non labora!"), entró a estudiar pintura y hacía gimnasia en la YMCA. Lo malo fue que les cayó encima la gran depresión del 29, y por algo que mi mamá aún no averigua si fue una trampa mal intencionada de su familia política, o un vil mal entendido, mi abuelo creyó que podía regresar a trabajar a EU. Pero no, lo encarcelaron y, durante ese año, murió su mamá en Ciudad Juárez. Desde entonces mi abuelo les agarró odio a los gringos, y jamás, en el resto de su vida, volvió a pisar su territorio. Lo otro que sé es que, después de casarse con mi abuelita, se dedicó a ser alfarero, y hacía otras artesanías, y de eso vivió hasta que la muerte lo sorprendió a los 63 años.

Otra es la historia de mi abuelita. La miseria (más que pobreza) que tuvo que enfrentar tuvo que ver con que se quedó huérfana a los 5 años. Entonces dejó de ser la prioridad de cualquiera. Cursó la primaria con mucho éxito (uno de sus grandes orgullos repetidos hasta la saciedad), pero ya a nadie le interesaba tener a una mujer estudiando. Eso es lo que, junto con la orfandad, la marcó de por vida. Y ahí la tienen, invirtiendo cada gramo de energía en mandar a la escuela a sus hijos.

Pero la historia que quería contarles no era esa; sino cómo contaba mi abuelita que se acababa las velas leyendo. Leer no parecía tan caro. A pesar de que en su historia no hay una biblioteca pública, lo cierto es que lograba hacerse de libros. Y cuenta cómo ella, de noche, se sorprendía al ver que un libro le había arrebatado otra vela.

Mis tíos mayores se sabían larguísimos poemas enteros de memoria. Y las pequeñas hermanitas, mi mamá y mi tía Blanca, guardaron en sus cabecitas largos poemas modernistas que, hasta la fecha, llevo en parte grabados en mi cabeza por el simple hecho de oírlas repetirlos una y otra vez.

Las casas de mi mamá y mi tía Blanca son gigantescas bibliotecas. Es imposible aburrirse ahí. Hay de todo tipo de libros, de toda las edades, de todos los tipos de papel. Eso sí, salvo la Enciclopedia Británica, todo está en castellano. Quizás es ahí donde se nota ampliamente la diferencia de origen entre un lector monóglota y uno políglota: aprender idiomas es algo que en un territorio de 21 millones de kilómetros cuadrados y 300 millones de hispanoparlantes, no es una necesidad sino un lujo de ciertas clases sociales.
Mi maestro de alemán contaba con mucha sorpresa la extraña sensación de un latinoamericano cuando descubre que "en una distancia menor que de aquí a Cuernavaca, ya se cambia de idioma".

Pero el asunto, pues, es que eso de leer no tienen nada que ver con la clase social. Proviene de otras razones, pero no tengo idea de cuáles. Mi abuelita Aurora adoraba a Juan José Arreola. No sólo porque es adorable de por sí, y porque sus cuentos lo hacen a una desternillarse de la risa, sino porque se enteró que, con sólo la primaria, él daba clases en la Universidad (algo así como la historia que cuenta Ray Bradbury en el video que les posteé el otro día). Bastan los libros, diría mi abuelita.

Es un misterio el por qué la gente lee o no lee. Es un misterio triste el por qué en México hay poca gente que lee. Es un misterio alegre y curioso el que los mexicanos tenemos gran aprecio por la poesía modernista, y que se vende tanto o más que la autoayuda.

Pero algo me queda claro: cuando veo mi pesado librero, sonrío. Tuve mucha suerte. Porque en los momentos más negros de cualquier tristeza y depresión, cuando flaquean las fuerzas y uno acaba harto de internet o la estúpida televisión, ahí están los libros llenos de historias, de viajes, de metáforas, de descubrimientos, de verdades, de ficciones, de todo. Todo el universo cabe en ellos. Y como no basta una vida para leerlos todos, tranquilos podemos estar de la infinitud de ese manantial para apacigar los corazones... primero se acabarán las velas que los libros.

Esponja librera.

PD:
Hace algunos días mi mamá me regaló "La Torre" de Uwe Tellkamp. ¿Recuerdan ustedes mi obsesión con Dresde? Pues sí, todo comenzó con ese libro. Hace casi tres años (por OBVIAS razones) buscando en Google me encontré con el reciente ganador del premio de novela alemán. Yo recién acababa de iniciar mis autodidactas estudios de alemán y andaba buscando literatura bilingüe. Entonces caí con los poemas de Bertolt Brecht. ¡Todo estúpido fan de Silvio Rodríguez se sabe aquél breve poema y conoce al autor por la canción "sueño con serpientes"! Bueno... demasiada complicada la cadena de razones. Pero caí con un libro de poemas sobre toda la culpota que sienten los alemanes con el asunto de su pasado Nazi... y luego cayó en mis manos "Pelando la Cebolla" de Günter Grass (obviamente esos libros caían primero en manos de mi madre, ávida buscadora de novedades literarias) ... y dale con la culpa. Y luego comencé a escuchar a Rammstein (porque, ya ven, la "r" alveolar los hace muy agradables a quienes aprendemos alemán) y dale, que siempre estaban metidos en problemones porque los acusaban de Nazis... total que ese asunto de la culpa empezó a hacérseme interesantísimo. Y como, leyendo reseñas, descubrí que "La Torre" narraba los últimos diez años antes de la caída del muro, supuse que algo del tema tocaría (y obvio, me daba harta curiosidad averiguar qué escribía el quasi-homónimo de ya saben quién).

Pero ¡zaz! que sólo estaba traducido al Italiano y al Inglés. Y me envalentoné y fui a la biblioteca del Instituto Goethe a sacar "Der Turm" a ver de qué se trataba. Pero los 15 días que lo tuve no pasé del primer párrafo. Y toda compungida lo devolví, casi sin abrir, a la biblioteca.
Se tardaron dos años, pero al fin lo tradujeron, editaron y vendieron en castellano. Y mi mamá, a sabiendas de mi obsesa obsesión, me lo compró. Para entonces ya me sabía yo la tristísima historia del bombardeo aliado a la Florencia del Elba, y todas las controversias históricas sobre el número de muertos y de si eso había sido terrorismo o no, y etc, etc.
Pero a estas alturas lo único que ya me interesaba era que alguien me "narrara" Dresde, y que me narrara al Elba. Pero, de nuevo, no he pasado de las primeras 10 páginas. Como ya habían advertido los reseñadores al castellano, más bien es una novela para los que habitaron Dresde en aquella época. Es medio ininteligible. Tiene demasiadas referencias que apelan a haber conocido ya la ciudad.
Y entonces ayer se me ocurrió pasearme por la Gandhi de Madero. Y vi un libro de Kapuściński que se llama "El Imperio". Y estaba barato y me alcanzó y lo compré. Y ¡oh! ¡qué cosa más maravillosa!.

Quizás la diferencia es que ese es un libro escrito por un viajero, por un reportero, para que uno entienda cómo era otra ciudad. Y leí la historia de Armenia y me puse a llorar por los armenios. Porque ahí tienen que los Armenios lo traducían todo... para el siglo VI d. C. ya había traducido a todo Aristóteles (y eso me recuerda que, entre las traducciones del Natura hominis de Nemesio de Emesa, hay una armenia). Tradujeron todo antes que a los árabes les diera esa manía, y siguieron traduciendo todo, y tradujeron a los árabes también. En la Edad Media se hicieron copistas y eran extraordinarios miniaturistas. Pero no sólo era copistas aquellos que se dedicaban a eso, sino que cualquiera que supiera leer y escribir a veces la hacía de copista. Pero, al fin un pueblo medio dado a las diásporas, (por alguna razón que sí narra Kapuściński) los libros se volvieron parte de su identidad. Y cuando salían desterrados a todos lados, consigo llevaban sus bibliotecas. Y, dice el simpático polaco, había manuscritos tan grandes y pesados que no había más remedio que partirlos: así que hay obras cuyas mitades yacen en lugares opuestos del globlo terráqueo.

Yo no me sabía esa historia extraordinaria de los armenios. Sólo sabía que los han tratado de exterminar muchas veces, aunque no sabía eue en esas historias de exterminio también han tratado de exterminar sus bibliotecas... y que en la época soviética, cuenta Kapuściński, tuvieron que desenterrar muchos libros que se conservaron gracias a aquél método de preservación.

¿Cómo no llorar por un pueblo que hizo de sus libros su vocación? En México hay una gran colonia Armenia. Después de leer a Kapuściński, me metí a averiguar sobre la colonia Armenia en México y me encontré con este artículo (píquele aquí). Y me enteré de la existencia de la famosa zapatería "El taconazo popis" y uno de sus lemas: "los zapatos más popis a los precios más hippies"... obviamente, cuenta Enrique Hamparzumián, cuando entró el calzado chino, los días de "El taconazo popis" quedaron contados.

Y, ya para acabarles de contar, pues yo muy emocionada dije "¡voy a aprender Armenio clásico! ¡no me asustan sus 7 casos!"... era emocionante, además, aprenderse su alfabeto... pero no... no... me asustó un poco el hecho de que es una lengua "satem" no "centum"... y yo ni con el inglés puedo. Eso sí, de pronto me asaltó la extraña sensación de ¡qué fácil el alemán!...

En fin. Me voy. Tengo que seguir peleándome con el latín del astrólogo Miguel Escoto.

Salud.

2 comentarios:

Unknown dijo...

Me gustó muchísimo esta entrada. Me identifiqué, porque también en mi familia se considera a la educación como elemento de movilidad social, de crecimiento personal y cultural.
Mis padres nos educaron con esas mismas premisas, a pesar de provenir de familias tan empobrecidas.
Saludos.

Esponjita dijo...

:)