Mi mamá oyó en el radio el siguiente cuento, y me lo contó, palabras más palabras menos:
Vendría al pueblo el Gran Magneto. Todas las limaduras de hierro se organizaron para irlo a recibir a la estación del tren. Todas hicieron grandes esfuerzos porque todo saliera a la perfección. Prepararon girnaldas, grandes letreros de recibimiento, contrataron una gran banda de música... y se vieron en la necesidad de resolver muchos problemas de índole técnico: cómo acomodar a la banda de imanes de tal manera que ni se apiñaran unos con otros, ni se repelieran tremendamente. Su sabiduría electromagnético-diplomática obró milagros de organización.
Dos viejos imanes, profesores de la universidad, se encontraban bebiendo whisky en un jardín cercano a la biblioteca. Entonces una grácil limadura, antigua alumna de uno de ellos, se le acercó, tímida, a hacerle algunas preguntas. El viejo profesor, con un aire que iba de la suficiencia a lo paternal, tomó el cuadernito de la limadura y de su saco marrón con coderas de pana, sacó una hermosa pluma fuente. Hizo algunos diagramas, y ella le hacía dos o tres preguntas que él, presto, respondía. Al final encontraron la solución esperada, y ella, tímida y ruborizada, sonrió y agradeció con un leve gesto. Se retiró feliz, tratando de ocultar su euforia.
Entonces el otro imán, peinando su bigote le preguntó a su colega
-¿qué trajaín traen ahora las limaduras?
-Viene el Gran Imán... y las pobres creen que voluntariamente van a su encuentro.
Vendría al pueblo el Gran Magneto. Todas las limaduras de hierro se organizaron para irlo a recibir a la estación del tren. Todas hicieron grandes esfuerzos porque todo saliera a la perfección. Prepararon girnaldas, grandes letreros de recibimiento, contrataron una gran banda de música... y se vieron en la necesidad de resolver muchos problemas de índole técnico: cómo acomodar a la banda de imanes de tal manera que ni se apiñaran unos con otros, ni se repelieran tremendamente. Su sabiduría electromagnético-diplomática obró milagros de organización.
Dos viejos imanes, profesores de la universidad, se encontraban bebiendo whisky en un jardín cercano a la biblioteca. Entonces una grácil limadura, antigua alumna de uno de ellos, se le acercó, tímida, a hacerle algunas preguntas. El viejo profesor, con un aire que iba de la suficiencia a lo paternal, tomó el cuadernito de la limadura y de su saco marrón con coderas de pana, sacó una hermosa pluma fuente. Hizo algunos diagramas, y ella le hacía dos o tres preguntas que él, presto, respondía. Al final encontraron la solución esperada, y ella, tímida y ruborizada, sonrió y agradeció con un leve gesto. Se retiró feliz, tratando de ocultar su euforia.
Entonces el otro imán, peinando su bigote le preguntó a su colega
-¿qué trajaín traen ahora las limaduras?
-Viene el Gran Imán... y las pobres creen que voluntariamente van a su encuentro.