24 octubre 2012

Sombras...

Nos escondemos detrás de los árboles oscuros. No queremos que nos vea, pero, al final, asentimos al impulso y andamos por la acera derecha hasta sentir en la espalda las luces que bajan la velocidad para pasar el tope. Suben y bajan. Y luego acelera...

Y nos reprochamos, mientras se aleja instantáneamente, la debilidad de hacernos ver ante sus ojos vouyeristas... porque esa es nuestra debilidad. Y nos reprochamos no habernos mantenidos ocultos debajo de la sombra del álamo, y la esquina. 

Y nos reprochamos mantener abierta la mirilla que es este lugar, y no meter una llave de pronto para picarle el ojo y que tenga que ahogar el quejido por la picadura. 


Nos escondemos detrás de los árboles oscuros. No queremos que nos vea. Ahí nos quedamos, como cachorros hambrientos, porque él es un poderoso imán y nosotros, limaduras. Nos quedamos, como gatitos con sed, esperando saciarnos con la luz que ciñe los linderos de su figura. 

Pero hay que guardar el decoro, darle por fin sepultura a su fantasma inasible. Hay que desaparecer, en silencio, sin que nadie lo note, sin que nadie lo sienta. Pero ¡es tan poderoso! Y así optamos por permanecer ocultos debajo del álamo oscuro, y la esquina. 

Lo queremos ἁπλός, simpliciter, a secas. 

Porque es la vida toda, la única zanahoria efectiva del amasijo gris que guardamos dentro del cráneo. Porque nos resguardamos en las sobras de su denso fojalle, como animalito herido, y él nos acogió, amoroso. Porque ¿qué puede exigírsele a alguien que lo ha dado ya todo por anticipado?

La amargura del desamor no sabe qué hacer con el agradecimiento. 

Agradecemos que esté vivo, que nos lo hayamos topado en el camino. Que haga milagros para mantener andando su pequeña creación, artesano, craftsman, Δεμιυργός. Somos la idea de su pensamiento, en él, por él, de él somos. 

La amargura del desamor no sabe qué hacer con la admiración. 

Animula vagula, blandula, de sonrisa franca y mirada vergonzosa, de palabras cariñosas que un día nos sorprendieron cuando, tras los modos aristocráticos y la mirada dominante, salieron casi por descuido y graciosas. Hay toda una muralla helada, alta e imponente... imponente... imponente... pero ¿y detrás? Hay un muchachillo, revestido de superpoderes políticos, ademanes aristocráticos... que no halla cómo acercarse sin más, simpliciter, ἁπλός. 

La amargura del desamor no sabe qué hacer con el cariño. 

Y vuelve aquí, el corazón ardido, y escribe, escribe, escribe y se cansa. No sólo sus cienes son ceñidas por la nieve. También aquí el tiempo, democrático, aja. 

Te quiero.

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