14 diciembre 2012

¡Crack! (Anagnórisis)

Yo de psicoanálisis sé muy poco. Mi experiencia con el psicoanalista no fue del todo buena por varias razones, pero la misma mala experiencia me permitió echar un vistazo a la serie de procesos que convertían mi vida anímica en un infierno. El tema central del asunto tenía qué ver con el famoso proceso de transferencia, del cual entiendo muy poco. 

El analista me preguntó ¿tienes miedo de enamorarte de mi? Fue esa pregunta la que le dio al traste a todo: no se me había ocurrido, le dije, pero ahora no me lo puedo sacar de la cabeza. Y valió madres todo. Y, el asunto, vino a propósito de mi relación con mis figuras de autoridad. Y pues sí, en el tiempo que siguió, me la pasé analizando qué demonios sentía por cada uno de ellos, y la importancia de cambiar algunas cosas en mi relación con ellos. Y, durante ese proceso, tuve aquella anagnórisis causante de temor y conmiseración

Fue cuando se me reveló, con prístina claridad, que del Asesor lo único que yo quería es que fuera mi papá. Yo no sé si los pobres asesores, antes de aceptar alumnas, deberían recibir un entrenamiento de como lidiar con las transferencias de cierto tipo de mujeres cuyas carencias afectivas infantiles las marcaron de manera especial. Pero, digo, igual y luego resulta que somos buenas alumnas, y que vale la pena saber enfrentar esos casos tan, pero tan dificultosos. 

Sobre todo cuando los individuos en cuestión son personas nobles y no se aprovechan de tales situaciones. Entonces el asunto se vuelve un infierno para todos. Porque la transferencia no es algo consciente, es decir, algo de lo que uno tenga noticia. Y ni ellos entienden porqué reaccionamos como lo hacemos, ni nosotras entendemos porqué no se comportan ellos como lo esperamos... sobre todo, porque ni nosotras tenemos claro qué esperamos

Pues sí, así fue. La terrorífica anagnórisis fue antecedida por una víspera (muy larga) donde de golpe y porrazo tuve el indeterminado sentimiento de no, no se va a poder. Es imposible. No, simplemente no. Pero ¿"no" qué? No lo tenía claro, sólo un tremendo sentimiento de desesperanza me abarcó toda entera. Eso, y un espantoso resentimiento que, en realidad, no parecía tener objeto alguno. ¿Por qué estaba tan furibunda con él, si siempre se ha portado de manera, no sólo totalmente correcta, sino cordial y hasta cariñosa? 

Pero la anagnórisis comenzó el día en que mi mamá me dijo: Él ya tiene a quién querer. Y yo, aún confundida, le pregunté con sarcasmo Sí, sí... su esposa. Pero mi mamá me corrigió: su hija. Él ya tiene una hija a la cual querer. Era eso: no es que me hubiera enamorado de él (para entonces ya tenía yo un enorme conflicto: se supone que estaba enamorada de Daniel,* y de ya saben quién* y ¿también de él?), es que quería que fuera mi papá. 

Y no es que él no hubiera cumplido con un montó de ritos que, ambiguos, eran propios de un papá y de un Doktorvater: incluso iba a mis presentaciones, atendía con prontitud mis requerimientos y, en las antedichas presentaciones, me defendía. Y que esos ritos, de la misma manera ambigua, se hubiera juntado con un profundo miedo de no dar el ancho, de decepcionarlo, de no ser capaz de satisfacer sus expectativas... como poder irme a estudiar al extranjero, como representarlo bien, como alumna suya, en el Aquinas. De hecho, todo aquello admite ambas lecturas perfectamente: él fue un excelente asesor y yo, de pronto, fui presa de mi baja autoestima y huí del fracaso incluso antes de intentarlo. 

El problema advino con el plus que ya no cabía en la ambigüedad: lo que yo quería era un afecto más allá de la realidad. En comprender la naturaleza de mi desazón inicial y del desencanto que me llevó a lo más hondo de la depresión, ayudó mucho que mi papá de a de veras regresara a mi vida como lo hizo. Al recuperar a mi papá (¡oh, afortunada de mi!), ya pude aceptar lo que me había pasado. Y ya pude dejar de ver al Asesor como mi Vater y verlo simplemente como mi Doktorvater.  


***

De todos modos, si me he puesto a escribir esto, fue por una addenda a mi anagnórisis y porque era necesario aclarar algunas cosas en beneficio de todos los asesores futuros y todas las alumnas futuras que padecen del mismo mal. 

Hoy platiqué con una amiga a la cual su asesor le movió la cita porque está gripiento. Y es que se la movió de manera indeterminada: no hubo nueva fecha, sino un feliz navidad. Y ella estaba furiosa. –¡Pero está gripiento! ¿de plano no le crees que esté gripiento? También se le ha de haber juntado mucho trabajo, o está cansado... ¿por qué te enojas?– Y ella, furibunda, me contestó que sentía que su tesis no le interesaba en absoluto. Y yo le dije que he llegado a sentir eso de mi asesor, que también otra amiga ha llegado a sentir lo mismo del suyo y que, sospecho, tarde o temprano todAs sentimos eso, pero que lo importante es que nos interese a nosotras, y que ellos están ahí para que los usemos en beneficio de nuestros propios proyectos. 

Pero mi moralina perorata fue interrumpida por la más tremenda declaración jamás oída (ni a mi otra amiga, ni a mi misma, con tal desparpajo): ¡Es que mi tesis debe ser su prioridad! ¡pero seguro para él es más importante su trabajo, sus viajes y... (aquí, querido público, prepárense)... y su hija! ¡Seguramente pensó "me importa más ir al festival de mi hija que la tesis de M. E."!

¿Qué podía contestar yo ante tales declaraciones? ¿diagnosticarla? ¿decirle que OBVIAMENTE era más importante cualquier festival infantil que otra cosa en el universo? Mis oídos no daban crédito. No porque estuviera diciendo barbaridades: era muy claro lo que le estaba pasando, pues no es que esté enamorada de él (lo que, sin duda, no sólo él, sino incluso ella podrían, hipotéticamente, llegar a creer), más bien es que quiere su atención y la exige como uno exige la atención de papá. Un vulgar episodio de transferencia. 

Pero ella es una persona mucho más sana que yo (no teman). La ira exhibida tenía que ver con la sensación de no le interesa. ¿Qué es lo que una teme que no le interese al asesor? Más bien, más que interés, una busca reconocimiento... como todo mundo en el universo. El detalle de nuestra condición radica en dónde ponemos la carga: a quién le transferimos la capacidad universal y absoluta de brindarlo. Y lo ponemos en él, quién ostenta toda la autoridad porque es el que sabe. Si de pronto él, ante nuestros ojos, parece perder interés, nosotros sentimos que perdemos su reconocimiento, y nuestro trabajo se vuelve inválido y pierde sentido. 

A eso, súmenle que una está metida en terrenos desconocidos y nuevos: esa es la naturaleza de la investigación. Mis dos amigas comparten el haberse sentido, en determinado momento, totalmente perdidas. Y buscaron auxilio en ellos, un auxilio difícil de brindar porque lo que uno no sabía era investigar y eso, pues no se enseña... es un know how y no un know that. A medias se aprende por imitación, a medias es poner la inventiva, el ingenio, a funcionar. 

En el fondo, todo es un proceso de natural maduración. De todas las partes: de una que se da cuenta en qué consiste el auxilio que puede brindar, en realidad, un asesor. De ellos, que aprenden a medir qué tipo de palabras son las que se necesitan escuchar según qué de tipo de caracter se trate. Y al final todo se resuelve muy bien... 

... se resuelve muy bien, siempre y cuando no se trate de la orate de esponjita. Que, al final, sólo quiere agregar unas líneas a la tesis para obtener, de una buena vez y para siempre, el vital y hegeliano reconocimiento de su Doktorvarter... que no es que quiera que le diga eres inteligente, te quiero o vales mil...  sino, simplemente, que todo este desaguisado, sufrimiento y tortura, valió la pena. 


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Notas:
*Al final del Daniel no estaba enamorada. De ya saben quién pues sí, pero hay que reconocer que tuvo su fase de transferencia primero, luego su fase literaria, y al final me encontré con la segunda persona, cuyo nombre no se escribe, sino que se pronuncia. 

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