28 enero 2013

Lástima Mar-ga-ri-to

Radix doctrinae amara esse 
fructus vero dulcis esse dicitur


–¿Y porqué no quería que te fueras–
–No sé. Quizás porque como perro fiel soy demasiado buena–

Se quedó callado. Tenía cara de "¡fuertes declaraciones!". Me arrepentí luego luego de haberlo dicho así. ¿Por qué tenía que andar contándole cosas a él? Todo aquello había sido la conclusión de una conversación donde yo trataba de tranquilizarlo acerca de sus dudas vocacionales. Por supuesto a nadie le recomiendo cambiar de tema de tesis a media maestría (valiente ejemplo soy yo), pero a nadie le deseo hacer una tesis nada más para recibir la en realidad no tan suculenta beca. Las cosas se hacen bien o se hacen mal. Hacerlas mal es peligroso, tanto para el alma como para el autorespeto. Hacerlas bien ha de ser un infierno para quien no quiere hacerlas. La raíz es amarga. ¿Para qué tragársela si el fruto no será dulce? No, no se lo deseo a nadie. 

Pero la amargura de aquella respuesta provino de algún comentario, cachado al aire, que hablaba cómo con su lástima las lastima. Mis criterios epistémicos para adjudicarme el ser destinataria de la aliteración son dignos de cualquier paranóica cuyos pensamientos, a medio camino entre Narciso y su objeto de obsesión, creen que todos se preocupan por su precaria existencia. ¿y si, en el fondo, lo que siente por mi es una honda lástima? Por supuesto la culpa la tienen esos neurotrasmisores que se reabsorben o no se reabsorben o lo que sea, pero bastó aquella mínima idea para llenar varios días de lágrimas. 

Me parapeto entonces en la autarquía de mi deseo, y me respondo sin convicción alguna: lo valioso de este amor es su pureza, que ama sin esperar ser amado. Como el amor de Spinoza por su geométrico amado. Y me siento a sentir la lucidez de saber, desde el principio lo que siempre he sabido. Que no soy yo. Que nunca seré yo. Que sé quién es, e incluso sé a qué grado. 

Y a veces me siento a hacerme preguntas absurdas. Por ejemplo: ¿por qué no me entregué así, tan a ciegas, tan como kamikaze a quién debí hacerlo desde un principio? ¡Vamos! Uno no debe entregársele a nadie. ¡Vamos! ¡ese es el engaño todo! La ilusión. La falsa justificación. Pero persiste la pregunta. ¿Y por qué no a él, infinitamente hermoso, objeto raro y extraordinario, de trato dulce y sencillo, luminoso, preclaro, y demás etcéteras?

Quizás, me contesto, parapetada en toda mi red de autoengaños, quizás porque aquello sí era un amor real, es decir, intencional. Porque por él se mata, se asesina, se construyen Catedrales, se invocan cruzadas... de él, por él y en él, una se conflagra. Porque bastó un no pequeñito a una cuestión pequeñita... un raspón mínimo en el contacto cotidiano, para que manaran ríos de sangre de una mínima herida. Porque el no, el jamás, el imposible son mortales si son propiedades que se prediquen de su trato. Porque es insoportablemente hermoso. Insoportablemente real y hermoso. 

***

Me siento en la orilla del camino y tomo un respiro. Recuerdo entonces que a mi edad mi mamá y las mamás de mis amigos hijos de padres divorciados ya estaban divorciadas. Y yo me pregunto ¿a qué horas pasó la vida, que no la vi? ¿Andaba yo con le hocico roto y sangrando por una confusión de la fantasía

No importa. Nada importa. Lo único real está frente a mi, se llama De homine y lo editó Henrik Anzulewicz. 

Si se me fue la vida en blanco, la causa es muy otra.

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