29 marzo 2013

Penélope y su mortaja

El martes vi al Asesor. Hablamos mucho. De la tesis, poco.
Las recomendaciones fueron muy específicas: sacar a Abelardo o de menos aclarar que no pretendo establecer una conexión histórica entre él y Alberto. También mejorar el estilo: mi pobre tesis está llena de larguísimos párrafos difíciles de leer. Y, bueno, justo ahora que estoy corrigiendo me doy cuenta de muchísimo trabajo que me cuesta plantear de manera concisa una idea. ¡¿Cómo?! dirán ustedes, ¡¿cómo es posible que en la tesis me pasen esas cosas tan espantosas?! 

Es curioso cómo hablar con él tranquilizó de una buena vez a todos mis demonios. Y que conste que yo ya había logrado dominarlos en cierto grado. Ya había tomado algunas decisiones, ya iba montada sobre ellos, y lograba mantenerme firme... pero hablar con él los apaciguó toditos. 

Sin embargo el efecto apaciguador ha sido extraño: abro el archivo, veo lo que he escrito, y me parecen todas incoherencias. Cada que trato de plasmar una idea (pues ahora tengo todo mucho más claro que hace tres o cuatro semanas), se me desbarata la sintaxis oracional... paso veinte minutos tratando de redactar un solo párrafo. Y me pregunto ¿qué demonios me pasó, si de entrada yo ya sabía que meter a Abelardo, así como lo metí, era un riesgo, y el Asesor nomás vino a corroborar mis sospechas? ¡¿Sospechas!? ¡Solamente vino a decirme lo que yo ya sabía! Hace dos semanas, justo antes de dejar la redacción de la tesis para meterle átomos al aquinitas, me di cuenta que Abelardo francamente sobraba. Bastaba demostrar que en Alberto se encontraba esa idea ocurrente que se me ocurrió al leer las ocurrencias de King. Y que, en realidad, no era tan diferente a lo que, de hecho, ya había plasmado en la Moleskine negra, cuando logré separar todos los textos que se referían al ut in subiecto, al sunt instrumenta. Quizás lo único que cambió realmente al leer a King fue... fue esto: 

1.- La species sensibilis es recibida de forma pasiva por el sensus communis

(esperen... tengo que ir a hacer café)

(ya)

Va de nuevo: 

1. La species sensibilis es recibida de modo pasivo por el sensus communis
Alberto tiene un texto precioso al final del artículo donde discute si los sentidos son pasivos o activos. Responde que ambos: pasivos al recibir y activos al juzgar. Me tardé millones de años en darme cuenta que, lo recibido pasivamente ya es la species sensibilis tal cual: los sensibilia propia dándose ut in subiecto en los sensibila communia. O dicho de otro modo: es pasivo el modo de graspear (captar, ok, captar) lo blanco dándose en la figura cúbica y lo dulce dándose en el centímetro cuadrado, y captar lo cúbico y el centímetro cúbico como un sólo sujeto donde se dan lo dulce y lo blanco. ¿Qué es entonces lo activo?

2. El juicio es una actividad del alma que se da sobre la species sensibilis
La capacidad que tiene el sensus communis de juzgar consiste en RECONOCER todas las relaciones que sostienen entre sí cada una de las propiedades percibidas. Reconoce identidad y diferencia (sic. Alberto) en virtud de estas relaciones. La capacidad de percatarse (¿notare?) de que la species sensibilis no es sino estas relaciones ¡es el juicio!. 


¿De qué exactamente fue de lo que me di cuenta al leer la versión de King sobre el lenguaje mental en Abelardo? ¿De qué cosa me di cuenta hace dos semanas? ¿hace una semana? ¿El martes en la madrugada justo antes de irme a dormir? 


El único elemento nuevo en esta historia es eso que Abelardo llama vis enuntiativa y que graciosamente traduce King constative power: capacidad de enunciar o constatar que las cosas son así (such and such, de tal o cual manera). Aquello que el sentido común recibe de manera pasiva es el contenido cognitivo ut ita dixerim, pero aquello que hace del acto de la percepción es constatar que de hecho así son las cosas. Es la fuerza asertórica. 

***

¿Y cuál es el drama, entonces, si todo eso que acabo de decir ya está escrito? Sí, está en desorden, hay más claridad en la página 15 que en la introducción, pero... ¿Cuál es el drama, si ya vino A. y disipó todos esos atrísimos fantasmas que me torturaron desde la noche que regresamos de Toluca y que no me dieron paz, hasta que el martes en la tarde se disiparon por fin? ¿Cuál es, entonces, el drama, si ya tomé un montón de decisiones y, se supone, no estoy haciendo otra cosa sino seguir, pasito a pasito, el camino amarillo para lograr llegar a Ciudad Esmeralda, se encuentre esta en un Reino Árabe, en el corazón de Europa, o en una ciudad casi polar en Canadá? ¿o en Izapalapa? ¿Cuál es ahora el pinche y jodido drama, que me hace no poder terminar con esta tortura larguísima, esta radix amara para ya cosechar el fructus dulcis?

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Empezar en la página 10, o quizás 15 de las 32 redactadas. Comenzar en el principio y no veinte cuadras atrás. Borrar el testimonio de este largo y accidentado camino y dejar única y exclusivamente el producto limpio y sin cáscara ni semilla de este largo batallar. Quedarse solamente con el destilado... el puro oro, el oro puro, sin que se vea la piedra filosofal... 

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Y terminar con la mortaja por fin, entregar al pasado, rompiendo todo lazo, ésta época de la última juventud, y aceptar, por fin, la tardía madurez. 

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