01 abril 2013

Naco (o una procrastinación mayor)

Yo los quería. De veras. Hay en ellos mucha nobleza. Pero tienen también algo de repugnante, y tuvieron que pasar algunos años para que, finalmente, me enfrentara ante esa repugnancia al verme al espejo. Se trata, en este caso, de tercer oráculo de la Historia sin Fin.

Su única diversión los sábados era hablar de lo nacos que eran todos. Quizás no toda la tarde, pero gran parte de la conversación giraba en torno a cómo la gran mayoría de la gente es estúpida, tonta, mal portada y, sobre todo, naca. 

***

¿Qué es "naco"? Cuenta la leyenda que es un término para hablar de los "indios urbanos", es decir, de la gente que llegaba del campo a la ciudad. La cosa del bajo nivel educativo de la gente que viene del campo es un clásico, asumo, en todo el mundo y desde la época de la urbanización. El asunto está bien retratado por las parodias norteamericanas a los Berverly Ricos (The Beverly Hillbillies), y cuya traducción alternativa a "Rústicos en Dinerolandia", –es decir, de rus-ruris, campo– me da la razón. Pero en México (y asumo que en gran parte de Latinoamérica), eso está íntimamente relacionado a la filiación racial: ser "indio". Porque, con horror decían y dicen aún, "ni siquiera saben español". 

Así pues, "naco" es un término que liga tres condiciones: la falta de dinero, la falta de cultura y la filiación racial. Por lo regular la falta de cultura y la falta de dinero están naturalmente ligadas, pues la falta de de lo primero impide el acceso a la educación para adquirir lo segundo. Pero si se accede al dinero, se puede entonces acceder a la educación. 

Pero es aquí lo que parodian los Beverly Ricos: no basta la adquisición de dinero para obtener educación y cultura. Hay algo que no se adquiere con puro dinero: y es aquí donde los modales se confunden con la cultura. Y la cultura, sobra decirlo, con una especie de superioridad moral. Ahora, sumen ustedes el ingrediente racista... 

El naco, pues, es una categoría tal en donde tener dinero no va ligado con tener cultura. Y esa categoría es muy útil para dos clases de personas: aquellas de "linaje" que perdieron poder adquisitivo (la aristocracia venida a menos), y aquellas personas que vienen de un nivel económico bajo y que quieren escalar "moralmente". 

A las primeras les es muy útil apelar a la filiación racial, pues su "aristocracia", al menos en México, va ligada también a su origen: ibérico. A las segundas se les conoce vulgarmente como wannabies, porque quieren llegar a ser algo "que no son". Obviamente el término wannabe es una categoría de los "aristócratas venidos a menos" para defenderse del peligro de ser alcanzables por los "indios wannabies". 

***

Así pues, ellos son, desde su propia perspectiva, unos wannabies. Son morenos, son pobres comparativamente, siempre sienten que los "ricos" los miran de arriba a abajo, pero simultáneamente son capaces de encontrar en ellos suficientes defectos como para reafirmar su propia superioridad moral aunque estén más jodidos. 

Así las cosas... 

Yo vengo de una educación, quizás igual de hipócrita, pero con presupuestos diferentes. También somos muy pobres. Es más: somos mucho más pobres que ellos. Su abuela era enfermera. Mi abuela era sirvienta y lavaba ajeno, y sólo tenía la primaria. 

Y también es la cultura la que otorga superioridad moral, pero en este caso no se trata de modales sino de consumo de objetos culturales: libros, música... ¡no nos dejamos llevar por las apariencias! ¡no es lo que nos importa!

He ahí la primer hipocresía. 

La segunda, es que ellos son abiertamente de derecha, mientras que nosotros de izquierda.

Desde nuestro punto de vista ellos quieren dejar de ser explotados poniéndose del lado de la clase explotadora y dejándose explotar para se considerados dignos de dejar de ser explotados. Ergo, los vemos como ingenuos y ridículos. 

Desde su punto de vista, nosotros enarbolamos la degradación de la sociedad, invirtiendo los valores para que, sin esfuerzo alguno, seamos colocados entre quienes merecen... sin merecerlo. Ergo, nos ven como perezosos y degradantes.

Así, cada que llamaban a alguien "naco", yo sentía una ofensa directa hacia mi y los míos: nosotros éramos los nacos que nos resistíamos a adquirir sus "modales". Pero tanto insistían con eso, que de pronto me vi utilizando sus propias categorías contra ellos. 

De pronto pensaba cómo uno de ellos ("Él", no ellos, sino "Él") se hizo iberofílico. Jamones serranos y vinos finos, no las cosas nacas que comen los indios acá. Comida italiana. Nada de salsitas mexicanotas. Y pensaba: "¡pero mírate la jeta de indio!". Pronto comencé a pensar en lo nacos que eran. Y me provocaron repulsión. Porque eran verdaderos nacos: eran morenos, eran bajitos, eran regordetes, eran lampiños. 

¿En qué pinche momento introduje yo el elemento racial en toda esta historia? ¿En qué momento me volví mucho peor que ellos? Ellos jamás metieron el detallito racial. Pero era tanta la insistencia en lo viles y bajos y despreciables que eran aquellos que sostenían los valores con que fui educada, que una enorme ira comenzó a embargarme.

Y de nuevo, volvía a pensar –igual que ellos lo hacían– ¿así que son muy cultos? ¡Perdón! ¿Cuántos pinches libros tienen en esta casa, que ni siquiera pueden decorar decentemente? ¡Y se nota que no tienen libros, porque si no sus pláticas no rondarían exclusivamente sobre lo inmoral, naco, violento, estúpidos que son todos los demás! ¿no se aburren de tener un espíritu tan pequeño? ¿no se dan asquito? 

Y todo eso lo pensaba porque, aunque jamás me atacaron, aunque jamás me dijeron nada ni a mi ni a mi familia, su constante manera de criticar todos los ideales con que fui criada, me hacían sentir constantemente agredida... 

***

Sí, es verdad. Estos años en que me he dedicado a enfrentar a mis demonios me permitieron hacerlo también con el demonio de lo Naco. 

He podido verlo de frente: me volví –respecto a mis propios valores– mucho peor que ellos, mucho más clasista y, peor aún, racista. No me "volví": siempre lo fuimos. Todos lo éramos, quizás, salvo mi abuela. Bueno, ella era abiertamente antisemita y su racismo contra los negros no le avergonzaba en absoluto, pero ella misma se consideraba india con mucho orgullo... lo que me hace pensar en la influencia de Vasconcelos en todo esto, pero ese es tema de otro post.

La historia la conocen. "Él" se fue de mi lado y menos de un año después ya se había casado con "Ella". Un día, en un encuentro casual y "amistoso" (esperen, no mal interpreten las comillas), me contó de cómo se fueron a España. Y yo, amargada y retorciéndome de la envidia, me sentía miserable por ser incapaz, como "Ella" si lo es, de ir a un congreso a Europa y pagarle el boletito al que no fue mi marido por no poderle ofrecer todo aquello que ella sí. 

Y así las cosas, me contó cómo a causa de las manifestaciones que ocurrían entonces en Madrid, un policía les impidió el paso... 

"¡Porque tenían jeta de ecuatorianos!"

Tragó saliva y sonrió forzadamente. 

–"No, porque estaba la manifestación". 

–"Ah". 

¡Me regodeé en mi crapulencia! ¡En mi maldad! ¡En mi...!

¡Sí! En mi defensa lo único que puedo decir es que usé sus horripilantes valores contra él mismo. Su iberofilia contra él... pero eso no es del todo cierto, o al menos no cuenta toda la historia.

Digámoslo así: al fin me quité la máscara. Sí, soy terriblemente clasista y, aún peor, racista. No, no está bien: tengo muchas razones, creídas y sostenidas racionalmente, para deplorarlo. Pero fingiendo que no lo soy, no voy a resolver nada. Y sí, lo utilizo para dejar de sentirme mal y fallida: surge de una amargura, distinta pero idéntica a la que hacía a su familia de derechas llamarle naco a todo mundo, y a mi familia de izquierdas llamarle wannabies a todos los otros. 

***

Y sí, cosas del karma:

En la primaria me tocó dar una conferencia (así era... cosas de la Escuela Activa) sobre Ecuador. Y  me cayó muy bien ese país, primero porque era el que me tocaba a mi, pero además por tener nombre de paralelo, y tener las islas Galápagos y, sobre todo, porque una de sus ciudades tenía el nombre más bonito que, hasta entonces, había escuchado jamás: "Guayaquil". Y me puse a investigar muchas cosas sobre Ecuador, y hasta cuando había partidos de fútbol le iba a Ecuador. 

¿A qué horas traicioné ese amor infantil por algo, además, tan despreciable a los ojos de mis propios valores, como el racismo?

En insisto, cosa de karma: 

Ahora parece que, encima de tener una ciudad con un nombre tan bonito, Ecuador dio a luz a alguien que representa para mi tantas cosas... 


...y no quepo en mi vergüenza. 

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