17 junio 2013

La vida en bici.



Solía salir a correr. Es el deporte más barato que hay, y ello es facilitado por la manía de algún delegado
loco de Benito Juárez de ponerle cositas a los camellones (quizás imitando a los de Iztacalco). Todo iba bien hasta que rodilla dio de sí. Lo cual resultó absolutamente trágico porque yo, orgullosamente, me echaba caminatas diarias desde aquél trabajo hasta la casa que eran como 5 kilómetros. Y sí, más pronto que tarde la ausencia casi total de ejercicio físico, a causa del dolor de la rodilla y un poco en los pies, pasó factura al torso y otras no tan ya bien formadas líneas de mi anatomía. Y así ¿cómo?


Que nadara, me decían. ¿Con qué dinero? Seamos honestos: lo que me da una pereza infinita es ir a hacer todo el papeleo burocrático para la alberca de la UNAM o la olímpica. Pero, me decía una vocesilla interior ¡ahí está la tal alberca Aurora! Y, bueno, sí... eso... y hay que ir y... y... ¿y la bici?


La bici llevaba un año almacenada en la casa (un poco menos, no exageremos), desde que se le fregó el freno derecho. ¡La acababa de llevar a "ajustar"! Sí... luego de dos o tres años de haberla tenido sin uso. Claro, ahí la razón es que tenía la otra bicicletita, la de las llantitas con la que logré la proeza de ir a CU. Pero es verdad: las llantitas tienen su handicap y andar en la otra, la mitad de barata, el doble de pesada, pero con una muy respetable rodada 28, es más fácil. Y... y la rodilla. A la rodilla no le duele andar en la bicicleta.

Aún desconozco los oscuros procesos que ocurren dentro de mi animus, pero de pronto decidí dejar de fumar. Paso siguiente, un mes después, saqué a la adolorida bicicleta: le dolía su freno. Fui al taller de bicicletas que había visto en la mañana. Al llegar, nada, que ya estaban cerrando, y me pasé de largo. Pero parece que la bicicleta protestó y de pronto se atoró la cadena. Mis débiles bracitos femeninos (gordos, sí, pero femeninos) eran incapaces de soltar la cadena. ¿Qué hacer? Nada, pues regresémonos una cuadra, solicitemos auxilio, paguemos veinte pesos para enterarnos que estaba tooooda mal ajustada (y que la ruptura del freno fue consecuencia de un arreglo todo maskintapero) y luego otros tantos pesos en la canastilla.


Y ya con canastilla nueva... ¡había que meterle algo! Entonces seguimos recorriendo la colonia hasta que encontré algo barato y bonito para meterle a la muy morada canastilla. Y así fui, de acá para allá, con la increíble sensación de estar haciendo ejercicio sin una estúpida rodilla quejumbrosa. Hasta la rodilla lo disfrutaba (claro, ahora fue la otra la que protestó... ¡ok, ok! ya voy a ir con el ortopedista). 

Eso pasó ayer. Hoy en la noche algo le incomodaba a todo mi cuerpo. Para mi sorpresa me dolían muchos músculos: los brazos, la espalda, el tórax... bueno... quizás sí, sí sería el gran sustituto de ejercicio. Pero tenía una gran incomodidad que no vencí hasta que salí a dar vueltas por Plutarco Elías Calles. Bajarme al cafecito de después de eje 7A sur y tomar cosa frapposa... con café cafesoso... y... y pues eso. Alegría. 

Mientras regreso a mi casa (y pienso en que más me vale ponerme los lentes de contacto otra vez, porque con estos pinches anteojos me van a atropellar: ya no veo ni madres)... mientras regreso a mi casa, de noche y volteando por todos lados, voy pensando en él. O en ellos. O en todos. En cómo a él no me lo quito de la cabeza, y en cómo me dijo inteligente, a veces creo, más con cariño que con admiración. Así como apapachadoramente. Y que eso lo valoré más que si de veras creyera que soy inteligente. 

Sospechosamente, mi bici es roja...
(muy, muy sospechoso)

Y mientras procuro no cometer el error de ayer que hizo que me cayera de la bicicleta, pienso en mi prima que este año cumple 40, y que es sexy, soltera y feliz... y a punto de doctorarse. Y que pienso que, a final de cuentas, no suena tan mal el asunto...



Con cariño:

Esponjorodans...




PD: Feliz cumpleaños, Géminis de mi corazón.

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