05 agosto 2013

En busca del tiempo perdido...

«Los espejos y la cópula son abominables, 
porque multiplican el número de los hombres»
Jorge Luis Borges, Tlön, Uqbar, Orbis Tertius.


Mentiría si dijera que todo fue culpa de la marihuana pero indudablemente esta narración carecería de interés si no refiriera el suceso pacheco... con minúsculas, sí, porque es un adjetivo. Y como tal, la historia comienza cuando tres amigas son convocadas a una comida en una casa de campo, con un rosal que no produce rosas y un árbol con una hojita olorosa cuyo perfume sigue impregnado en la memoria. Y como tal, la historia comienza al adjetivar de 'pacheca' a una de las tres amigas... eso, y la traición doble de cada una de ellas hacia mi: la convocatoria había sido a las tres amigas y todas –menos yo– bien que aprovecharían la salida para ver a sus mentecatos cualsinembargos. La historia de los mentecatos no viene a cuento pues baste decir que al final los astros se conjugaron correctamente y yo pasé gran parte de la noche platicando con mi amiga no-pacheca y todo bien, todo en orden y como debe ser. 

La historia, pues, no comienza cuando me siento miserablemente abandonada y traicionada por mi amiga no-pacheca quien se va a buscar al mentecato a la parada del microbús y me deja sola con la pareja pacheca. Traigo un huequito en las entrañas... chiquito: como si una espina hubiera hecho una rasgadura desde el corazón hasta los intestinos. Traigo un huequito en las entrañas: luego, la historia comenzó mucho antes. Traigo un huequito en las entrañas y no puedo amansar el ataque de ansiedad con un cigarro ¿qué sería del poco autorespeto conseguido en estos meses? Tampoco es opción el alcohol: para empezar ya había consumido cantidades industriales de espirituosas bebidas (¡ah sibaritas bebidas de gusto exquisito!), pero con cuidado suficiente de no perder el control de los órganos, los nervios y el penuma psíquico que lo contiene. Mucho cuidado, mucha degustación, mucha soledad porque, a diferencia del cigarro, no podía encerrarme en la habitación del hotel con una botella de cerveza a aplacar mis ansiedades. ¿Qué hacer?

No hubo deliberación alguna: todo era contexto y trasfondo de la situación. Voltee a ver a mi amiga pacheca y con ojitos de borrego suplicante le pedí un poco de aquello que era obvio que le iba a pedir a ella y a nadie más. Antes de un minuto ya estábamos en su habitación y ya tenía yo el porro entre los dedos. Oficialmente era la tercera vez que lo "intentaba". La primera vez ni cuenta me di, y aquello fue hace muchos años. La segunda vez fue en su casa y... y... y después de aquellas dos experiencias yo estaba convencida de ser inmune a la marihuana. ¿Para qué fumar? Seamos honestos: yo quería fumar tabaco pero no quería perder la poca dignidad ganada en estos meses... el cigarrito manufacturado artesanalmente parecía un "tabaco" de amentiritas... y fumé con desesperada, como si fuera inmune, como si no fuera a hacerme nada... 

No acababa de salir de la habitación cuando la lengua se me hizo chicharrón, –la boca reseca, reseca– y asustada, con toda la velocidad que mis reflejos idiotizados me permitieron, fui a mirarme al espejo –con los ojos retecolorados– y sabía, así como algo muy, muy lejano, que yo tenía un pendiente... traía el teléfono despilado y... ¿acaso tenía yo una amiga que hacía horas, días, años, había salido de la habitación en busca de..? ¿de qué..? ¿amiga? Sabía que tenía que llegar a la habitación, conectar el teléfono y hablarle a mi amiga que, en ese momento, me parecía había salido hace días del hotel en busca del hombre perdido

Pero lo único perdido era el tiempo... porque cuando finalmente logré comunicarme con ella, me senté en un silloncito y me puse a reflexionar, con mucha dificultad, sobre el extraño estado en que me encontraba. ¿Qué es la pachequez? Pues nada: que se le rompe a uno el reloj interno. Ese es todo el chiste.

No se rompe la continuidad real de las cosas: los objetos permanecen aristotélico-quinebodyminded sólidos y continuos, y las cosas se mueven suave y sucesiva y kantianamente sobre el continuo trascendental. Al espacio ni al tiempo como accidentes del movimiento les pasa absolutamente nada. Lo que se jode es el relojito interno, ése que nos dice que hace 10 minutos salió la amiga, y que hace dos horas terminó la fiesta y que hace nueve horas al fin tuve en mis manos el voto que faltaba. Ése, ese relojito se rompe. Uno queda como suspendido entre el instante de atrás y el de adelante. Es, digamos, una ilusión tipo dibujo de Escher: el movimiento persiste pero el tiempo se detiene. Es, insisto, una ilusión perceptual. 

Pero no sólo eso. No. Ocurre el efecto contrario al que padecemos los niños con TDA. Nosotros buscamos desesperadamente estímulos que activen la atención. Por eso no la podemos mantener en una sola dirección. Pero bajo los efectos de la cannabis la atención queda perfectamente satisfecha con el mínimo estímulo: y así de pronto me descubría mirando la misma letra de una palabra del folleto del pueblito aquel... ¿cuánto tiempo llevaba contemplándola? Y es justo por eso que se rompe toda posible continuidad: porque si uno planea una actividad, de pronto la atención se queda detenida en un punto fijo y se rompe la ejecución de la acción. Lo desesperante es no poder completar ninguna acción...

Bueno. Pero la historia de esponjita y la cannabis era sólo para atraer su morbo y atención. Pero, ya lo dije, sólo era pretexto aunque de veras durante un rato culpé a la cannabis de todo lo que había pasado... pero ¿qué había pasado?

Pasó que tuve la más terrorífica de las revelaciones que uno pueda tener: contemplé frente a frente a mi locura que me sonrió y se rió de mi en mis narices. Pasó que, de un sólo golpe, en un instante, tuve que darle la razón al imbécil del psicólogo. Pasó que tuve mi trágica anagnórisis.

La anagnórisis se puede poner en una línea: 

(1) Aquél a quien le he escrito tanto, tanto, tanto aquí, no es el mismo que me invitó a comer. 

El descubrimiento ocurrió, de golpe, en un solo momento: 

(2) Al que nos había invitado a comer le quería contar algo, no recuerdo qué, sobre aquél al que tanto le escribo aquí. 

Luego de meditarlo mucho... mientras estaba pacheca, mientras me retorcía de celos por el mentecato (el porqué me provoca celos el mentecato no viene a cuento y mejor no saquen conclusiones que ya estoy suficientemente confundida yo como para que ustedes se confundan también), mientras le contaba a mi amiga no-pacheca la experiencia pachequienta, mientras me bañaba en la mañana cantando desgañitadamente, mientras regresábamos a México, mientras caminaba por Calzada de Tlalpan cargando mi lámpara de bola y su tripié de bambú... mientras contaba la historia en twitter, mientras trataba de contarle a mi mamá la experiencia pacheca, mientras... mientras recordaba que ya es 5 de agosto y ¡santo cielo, que Dios nos coja confesados!... 

...luego de meditarlo tanto llegue a la conclusión de que ES OBVIO que el que está escindido y multiplicado NO ES ÉL. Si fuera él podría platicar ¿no? podría platicar con él, luego de tantos años de conocerlo, luego de tantos años de escribirle, de recibir respuestas oblicuas (dada la naturaleza oblicua de nuestro medio de comunicación, sí, ahora te estoy escribiendo en segunda persona), tantos años de cambiar el matiz, el color y la tónica de mis deseos, desde lo más inocente hasta lo más aventado, pasando por lo más indiferente y lo más obsesivo. Es OBVIO que el que es varios no es él.

(por más Géminis que sea)

La que está escindida soy yo... 

***

Además de la conclusión psicológica, que nada concluye y sobre la cual mañana el psiquiatra tendrá que sacar sus propias conclusiones, saqué otras. Como la levinasiano-filosófica, por ejemplo. De hecho, fue la primera que saqué. Al tener ganas de contarle a él sobre él, la primer pregunta evidente era cuál era el criterio para diferenciarlos, siendo, supuestamente, uno y el mismo. La respuesta que se me ocurrió fue que, al que le quería contar lo veía como un 'amigo', es decir, un otro, ajeno y distinto de mi, al que podía contarle algo. Y aquél sobre quien quería contarle, es una especie de construcción que habita dentro de mi. ¡¡ok, ok!! ¡¡eso último no es nuevo!! ¡¡tengo un cuento que terminar sobre el asunto!! 
  
Otra fue que lo único que quisiera es poder sentarme junto a él (junto a ti, pues), y estar como junto a cualquier persona querida... y no quedarme callada porque un algo suyo (tuyo) me impide hablar. Estar contigo como frente a cualquier otro. Un otro tan amado como sólotu... pero ya no idealizado ¡maldito genio maligno!... Es fácil idealizarte porque eres absolutamente inmenso, pero esa maldita imagen, species sensibilis me aleja del real, del otro, del vivo.


Y una última fue que conocerte es uno de los dones más grandes que me ha dado la fortuna por muchas, muchas razones... pero una de ellas (y la que concierne a este texto), es porque hasta la salud me estás devolviendo. 

Y ya quiero callarme, y 

cómo pasa el tiempo, que de pronto son años, sin pasar tú por mi, detenido... 





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