13 septiembre 2013

Malin génie

Te voy a contar un cuento.

Sostengo una cuerda en la palma de la mano. Apenas la sostengo con los dedos. Se desliza, suavecita, y basta que presione el pulgar y el dedo medio para que se detenga el movimiento. Entonces siento un jaloncito que viene del otro lado, y jalo tantito la muñeca hacia mi. Del otro lado me contestan con dos jaloncitos... y me río. 

Tu mano invisible jala la cuerda. Una pizquita de fe me hace jalar hacia mi... la fe, colmada, tiene que sostener la cuerda entre el pulgar y el medio para sostener tu respuesta. La invisible tensión de la acción tu alma –del alma invisible, intangible, insensible–, tu deseo se salirse de si, de ti, de llegar a mi en un movimiento que me quita la cuerda para entregarme algo que te guardas adentro, muy, muy adentro: una respuesta. 

Podría, como Descartes, sentarme frente a la inaudita estufa sabia e imaginar el universo entero. Pero por más esfuerzo que pusiera jamás podría inventarle al mundo tu respuesta. Otra mente, otro yo, otro pneuma, otro. Tú. Otro. El único con otra mano derecha para estrechar la mía. Otro, tú, invencible vencedor del test de Turing, cajita oscura de deseos y creencias, único poseedor de las respuestas: jala la cuerda que sostengo en la mano y extírpame la soledad absoluta. 

***

Cuando era niña solíamos ir a la casa de mi tía B., al otro lado de la ciudad... claro, "al otro lado de la ciudad" ¿qué puede significar cuando se vive en Monstruópolis Distrito Federal, y su enorme zona conurbada? Las dimensiones de Monstruópolis son tales que "otro lado" es un concepto más bien retórico para decir "muy, muy lejos". Habrá que reescribir entonces: "Cuando era niña, solíamos ir a la casa de mi tía B., muy muy lejos de mi casa". Y cuando uno hace viajes largos se aprende las señas del camino. Se aprende, por ejemplo, la Montaña Rusa de Chapultepec, se aprende la Fuente de Petróleos, se aprende los edificios de espejo, y aquél en particular que tiene un árbol saliendo por una ventana. Se aprende también un mismo camino de día y, como si fuera otra cosa, el de regreso siendo de noche. Y de pronto, muchos años después, uno recuerda una enorme paz, en el asiento trasero de vocho azul, sobre algún puente ya sea sobre Viaducto Río Piedad o sobre Eje 4 Sur, y las luces de noche, o el anuncio de un pastel congelado "Sandy", o el anuncio luminoso de productos de papelería Baco (y los transportadores y compaces bailando), o el piano volador justo donde Viaducto se transfigura en Periférico Norte...  y recuerda la velocidad sobre Periférico como si fuera una cuerda tensa y en vibración constante que tuviera en perfecto tono al alma. Ser feliz era, entonces, no darse cuenta de que se lo era. 

***
Quise hacer una red muy apretada, de huecos pequeños, para salir al mundo a cazarte y hacerte sólo mío. Fui dibujándote, a medias preguntando, a medias escuchando lo quedito. Luego metí una carnada, jugosa y olorosa, en una cajita. Y tus ojos, tus enormes ojos de mirarlo todo se quedaron absortos contemplándose en mi, muy adentro, más adentro que mis ojos, mucho más adentro. Miraste mis figuraciones y fabulaciones sobre ti. Miraste, luego, mis palabras tiernas a través de la claraboya que instalé para tu satisfacción. Dejé cartas desesperadas que, como largos brazos de luz, se extendieron hasta donde pudieras haber estado entonces ¿pensando en nada? Siendo feliz, en armonía y tensión perfecta, solamente acariciado de lejos por los tentáculos que salían de mi cajita negra de deseos y creencias. Todo así, todo funcionaba, pero ya no sabía yo qué eran inventos míos y qué la resistencia de tu existencia ante mi mirada. 
De todo eso, del dibujo de lo que creí que eras, del dibujo que exponía mi deseo para atraer tu mirada, lo único que no conseguí fue lo único que importaba: tu respuesta (a modo de sonrisa, a modo de mirada, a modo de palabras, a modo de, a modo de, a modo de). Y cuando ya al tenía, y cuando ya sostenías mi mano y mi palabra, y mi sonrisa y mi mirada, por estar envuelta en mis dibujos de lo que eras y lo que yo deseaba, insensible e incrédula te miraba. 

***

Vamos a 90 km/h sobre Periférico hacia el sur, sobre una recta. Veo pasar cada una de las cosas que debo ver pasar, una tras otra, en el mismo orden de la semana pasada, de hace un año, de hace diez años, de antes de que se fundara la Ciudad de México: la pastelería Sandy, el anuncio luminoso y bailarín de reglas y compaces Baco, la Montaña Rusa de Chapultepec, las luces, lo oscuro; y la vibración del carro tensa mi alma y en ese momento no necesito nada. Ni un ápice de deseo se asoma: todo está en orden, completo, equilibrado. La felicidad absoluta, la satisfacción real, es no darse cuenta de que se está siendo feliz. Es nada.  

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