01 septiembre 2013

Psicoanálisis y personaje.

—Tengo los personajes, pero me falta la idea. 

—¡Falso! tiene ambas cosas, pero la máquina está descompuesta.  

—Sí, algo así. Justo lo que se descompuso fue lo más importante: la máquina. 

—Y a ver ¿qué personajes tienes?

—El que no toma café. 

—¿Y esa es toda su cualidad?

—¡Es que no puedo! ¿ves? Me cuesta todavía mucho despegarlo de ahí de donde lo saqué.

—Entonces no tienes un personaje. No tomar café no es un personaje, es una característica de un personaje. 

—Bueno. ¡Ese es el problema! ¿ves? Es decir... no sé.

—Ya me di cuenta. Quieres agarrarlo de tu memoria como si fuera ya un personaje cocinado. Ya está: Tu memoria es como un libro entre cuyas páginas dejaste flores. Y quieres encontrarlo ahí, ya, como una flor momificada lista para armar tu collage ¿no? 

—Sí, eso. Ahí ya está en la memoria así. Pero se sigue pareciendo mucho al real. Y sobre él no tengo nada de ánimos de escribir nada. 

—¿ni siquiera poemas?

—No. Todo lo que pude sentir por él, ya pasó. Entre lo que sentí por él y hoy hay un abismo. El abismo de mi enfermedad. Él es causa segunda de mi enfermedad. O fue pretexto de ella o... o no sé. Por él siento algo que no parece tener nada que ver ni con el personaje ni con aquél al que le escribí poemas... Ah... aquél al que le escribí poemas. ¿Quién era ése? No sé. Tampoco existe. Pero uno le escribe poemas siempre a ese resplandor del que algunas personas están rodeadas. O eso tal vez no sea cierto. Porque los poemas que a veces le escribo a Valerio son a él. A él le escribo cuando lo extraño, cuando me hace falta, cuando se me enchina el cuero por el frío y quisiera su presencia. ¡Cómo me vine a enamorar tanto, tanto, de un imposible! A él también le escribí de los otros poemas, de esos que se hacen a la aureola que envuelve a algunas personas. Antes veía yo esa aureola en tanta gente. Ahora la gente anda descarnada por el mundo, sin pelajes suaves, sin reflejos y sin piel. 

—Vaya... bueno. ¡Qué bonito! sí, sí... qué bonito. Pero eso no es lo importante. ¿Y el personaje?

—¡Es que también es él! Es como una fotografía suya. Del pasado quizás, pero sigue siendo suya. Usarlo sería como recortarlo y hacer un cómic con su foto y... y esas cosas no se hacen. 

—A mi se me hace que te estás haciendo güey tú solita. Que sí le quieres escribir a él. Que sí quieres escribir sobre él. Pero que no puedes. No porque te lo impida algún proceso psicológico complejo, sino porque no puedes escribir. Se te acabó la mecha y la lumbre, y eres incapaz de contar una historia. Eso es todo. 

—Pero, no... es que no entiendes... A él sí lo idealicé como corresponde a toda alumnita idealizar a sus maestro. Normal, sin novedad alguna. Y es la idealización la flor que está entre las páginas del libro. Y ese es un personaje hermoso: desconocido, nuevo, una persona a la que conoces la mirada de reojo o el dedo meñique que tiembla al pasar las páginas... ¡¿te fijas?! ¡Todo lo que tengo de él es un semestre de clases, dos horas a la semana, recién cumplió cuarenta, las jacarandas de fuera del salón de posgrado! Es todo lo que pertenece al personaje. Todo lo demás que pasó, cuyo único género literario permitido es la biografía (la mía, obvio), ya es parte de otra cosa. Es más: no quiero escribir sobre cómo lo idealicé después. Sólo de esos primeros meses, donde rondaba los cuarenta, el dedo meñique temblaba al cambiar las páginas, las jacarandas brillaban afuera de los salones de posgrado... ¡lo extraño! ¡lo extraño mucho! Extraño esos años en que era tan feliz... 

—¿Lo extrañas a él o extrañas el haber sido feliz?

—No seas imbécil. "ser feliz" es una abstracción que se hace del estado de ánimo bajo el cuál ocurren una serie de eventos. Pero uno extraña los eventos. Y extraño la capacidad de ver la aureola de belleza en las cosas y consignarla con adjetivos calificativos. 

—Bueno, no me insultes. Mejor vamos haciendo una lista del personaje. Te ayudo:

1) No toma café
2) Le tiembla el dedo meñique cuando pasa las páginas
3) Mira de reojo. 

¿Qué más?

—Nunca lo he escuchado hablar en alemán. Sólo en inglés. Y al igual que a cualquiera que haya escuchado hablar en inglés, seguía siendo él. 

—Bueno, eso no es una característica de un personaje. Eso ya es una característica pero de otro personaje: del narrador. 

—¡Cómo camina! O cómo lo vi caminar aquella vez: encorvado, casi arrastrando los pies. Pero aquí ya no estoy echando mano de mi propia memoria, sino de un texto que escribí hace mucho sobre él. El venía caminando así. Yo levanté la mano para saludarlo pero no me vio. Y yo respiré tranquila, porque en ese momento me estaba maquillando y me daba penita... sí, algo así como pena, que me viera maquillándome. Me pareció una eternidad el tiempo en que se tardó en ir de una columna a la otra. Me daban ganas de ir a apapacharlo. Se veía tristísimo. Y eso ya no... ya no estoy segura si así fue o no, pero recuerdo vagamente que llevaba una camisa de franela roja, como de leñador, jaja. No recuerdo la clase de ése día. En cambio de sus clases recuerdo eso, cómo pasaba las páginas. Y entonces podría hasta decir qué semestre fue, porque eran páginas de cebolla... es decir, era un libro de la BAC, y eso sólo puede querer decir que era la Summa Theologica de Tomás... sí, el tomo de tapas cafés que tengo acá: la Summa en latín, no los enormes tomos de pastas azules pero con hojas bond. 

—Sí, vas bien, ejercítate en los detalles. ¿Y el no tomar café?

—Eso está construido de un montón de momentos. Pero no, no... debo confesarlo: eso no es parte del personaje, sino de la historia. Es decir: de la historia de ése personaje, pero es la historia, se supone que es parte de la idea-ovillo de dónde se iba a tejer la historia. No toma café. Tiene la alianza aquella, hago esa fantasía sobre la alianza. 

—Pero ¿de su gentileza no vas a decir nada?

—No

—¿Por qué? 

—Porque todos los recuerdos que tengo que su gentileza, son recuerdos de mis propias vergüenzas.  Propongo dejarlo aquí. No voy a escribir un cuento sobre él. No voy a escribir un cuento. No sé como cerrar el de Valerio de las Alamedas, y quizás deba terminar el cuento sin... sin terminarlo. Si aclarar el asunto del libro, ni de nada. Ya. Se murió el cuento. 

—Descansa (o mejor, ponte a trabajar), pero no mates al cuento. Era bueno... 

—La máquina funcionaba todavía...

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