22 octubre 2013

Así de fácil

No sé porqué me enojé tanto.

Quizás porque durante muchos años dijiste que mi relación era una cosa enferma, que debió terminar desde siempre, y te burlaste de cada tropezón que D. y yo tuvimos. A pesar de que siempre has sido el mejor amigo del mundo.

O quizás no estoy enojada por eso, sino porque decidiste no entrar a la maestría. De esa decisión no sé qué me molesta tanto. Quizás el que lo único que se te ocurre es conservar ese trabajo burocrático. Pero en realidad lo que te gusta hacer es otra cosa y, es verdad, nada tiene que ver con encerrarse en el gabinete académico. Y yo tampoco tengo idea de cómo puedes alcanzar tus sueños, como dedicarte en cuerpo y alma a eso que amas, y recibir una paga remunerada. Me frustra no tener la más peregrina idea de cómo hacerlo. Pero eso debería darme coraje contra mi, no contra ti.

Quizás me da coraje que, ante la dificultad –que no es poca, sino es grande– finalmente decidiste que había que bajar las manos y aceptar aquello a lo que nos resistimos siempre. Quizás porque rechazaste hace muchos años un trabajo de fotógrafo asalariado por no querer comprometer 8 horas diarias (más transporte) de tu vida, y ahora tienes un trabajo de burócrata que te obliga a robarle horas al sueño para que no se mueran del todo las ilusiones. Pero eso no debería darme coraje contra ti, sino desesperación. O indiferencia. O no sé. ¿Qué me da tanto, pero tanto coraje?

Te rompieron el corazón. Te lo rompieron una y otra y otra vez. La última fue el acabose. Entonces el psicólogo te hizo ver que lo que estaban mal eran tus estándares. Y decidiste aceptar cosas que antes jamás te hubieras permitido. Y ahora hasta D. me recomienda tu relación. Un amor bonito, lo llama. Eso es lo importante en la vida, tener un amor bonito. Y un trabajo de 8 horas que te garantice un ingreso fijo que, más temprano que tarde, aprenderás a administrar.

Supongo que la de D. es una esposa que cumple el requisito de ser un amor bonito. Y él mismo me recomienda aceptar un amor bonito, buscarme algo así. No a ése que amo, no a ése imposible, por donde lo veas, aunque no queda claro si es por casado o por bellísimo. Y yo ¿por qué me arrogo esos estándares? ¿Qué me hace creer que un hombre tan fino y tan educado, tan hermoso, tan exitoso entre el género femenino, repararía en mi existencia? Aunque fuese soltero, aunque fuese joven.

Sé que nadie me dice eso sino que eso es lo que oigo. Me dicen que me ‘abra’, que contemple otras posibilidades. Que quizás me estoy perdiendo de algo muy bueno por estar encerrada en mi obsesión con él.

Pero es falso que esté encerrada en mi obsesión. O que la obsesión me encierre en contra de mi voluntad. Soy yo la que está muy cómoda escondida ahí. Porque yo ya tuve a un hombre hermoso entre mis brazos, y ya tuve a un hombre con quien sólo quería “una relación bonita” porque el hombre hermoso me rompió el corazón. Y el hombre, que parecía muy inteligente, muy listo, muy auténtico, una verdadera tormenta de espíritu, me traicionó…

Y se me quebró el espíritu, las piernas y todo lo demás.

Luego vino la larga y dura época de volverse a poner en pie. Y tomar decisiones extrañas, como preferir estar sola a estar con alguien que no sea profundamente amado, o morirme de hambre antes de encerrarme en una oficina a hacer publicidad para Sabritas.

A pesar de que tengo miedo, y quizás no presente los exámenes.

Quizás tengo coraje porque todos me informan que traicionarse a uno mismo no es tan malo, que quizás es lo mejor que uno puede hacer para encontrar una pacífica felicidad. Quizás tengo coraje porque no sobreviviría a otra traición… y por ahora, la única que podría traicionarme soy yo.

Y mientras me dure, no voy a traicionar el amor que siento por ese señor imposible. Y mientras pueda, no voy a traicionar mi laborar.

Y entonces ya se me quitó el coraje contra todos.

Así de fácil.

No hay comentarios.: