17 junio 2014

Respuesta a @GerardoElNomada

Queridos lectores:

De mis vicios de tuíter surgió un interesante intercambio tuiteril que derivó en el siguiente texto del famoso tuitero @GerardoElNomada y mi consiguiente respuesta. 
El texto de Gerardo lo pueden encontrar en su blog, en este LINK: "Lenguas muertas, debates estériles".  Nótese ya el tono provocador desde el título. En esta ocasión me limitaré a dar una respuesta parcial, y quedo a deber la respuesta completa. 

Procedo entonces: 


Tal cómo lo leo, el texto tiene dos partes: una negativa y otra positiva. Negativa porque trata de esbozar al “oponente” y, en función de tal esbozo, decir qué no es la filosofía, mientras que la parte positiva al fin se atreve a decir qué sí es la filosofía desde ella misma y no sólo por oposición. 

La primera parte es la más problemática, no sólo por su contenido (sobre lo cuál me extenderé en lo que sigue) sino por cómo, una definición positiva de filosofía depende demasiado de su caracterización negativa, lo cuál es una actitud peligrosa porque, si aquello con lo que se contrasta queda mal caracterizado, aquello que de hecho sí es, no puede sostenerse. Aun así, la parte positiva del texto alcanza a salir a flote. 

La primera parte es una “denuncia” contra los enemigos de la filosofía. ¿Quién es este enemigo? Al parecer uno mismo con dos máscaras diferentes: los “cientificistas” y los “religiosos”. En esta primera respuesta al texto de Gerardo me centraré solamente en su primer “enemigo”: el “cientificista”. Al otro lo dejaré para una segunda ocasión. 

Decía, entonces, que aquello que tienen en común ambos “enemigos” es que presentan sus verdades como irrefutables y absolutas, lo cuál, desde su perspectiva, les daría el poder impedir cualquier cuestionamiento a ellas, pues se presentan a si mismas como “infalibles”, “certeras” y “absolutas”, de donde se derivaría su más nefasta característica: la “incuestionabiliad”. 

Una vez caracterizado así al enemigo, la estrategia de Gerardo es desmontar tales pretensiones, y comienza con un argumento contra la “infalibilidad” y la “certeza absoluta”. 

La prueba de que “la ciencia” falla en sus pretensiones es el hecho de que es “superada”, lo cual se entiende como el hecho de que la doctrina del pasado se muestra falsa frente a la doctrina presente, y que “es de esperarse” que ocurra lo mismo en el futuro. Ello, si bien no es suficiente para caracterizarla de “relativa”, si al menos es suficiente para despojarla de sus pretensiones de absoluta. 

El segundo argumento es más complejo. Aun si la ciencia triunfara en su pretensión de infalibilidad, eso no sería suficiente para triunfar en su pretensión de “incuestionabilidad”. Gerardo lo plantea de manera general: aun si las verdades de la “ciencia” y de la “religión” (a saber: que Dios existe) fueran ciertas, aún quedaría espacio para seguir haciendo más preguntas.

El supuesto detrás de esta estrategia radica en la única característica positiva de la filosofía que se puede inteligir del texto, la cuál opera, más bien, como criterio de distinción frente a los “enemigos”: ella es el “pensar libremente” lo cual a su vez se entiende como la capacidad de dudar y cuestionar. La filosofía, entonces, no es “ciencia” ni “religión” porque A DIFERENCIA DE AQUELLAS ella no busca establecer verdades sino hacer preguntas. Es decir, la diferencia fundamental entre la ciencia y la filosofía, según Gerardo, es de “actitud”. 

Pero no es eso lo que va a argumentar. Inmediatamente después cambia la estrategia: aunque esta sigue siendo una descripción negativa de la filosofía, el argumento ya no se va contra la “actitud” de la ciencia, sino que pretende distinguir “ciencia” y filosofía a partir de sus objetos de estudio.

El texto presenta una serie de “objetos” filosóficos: Encabezando la lista se encuentran “la consistencia del mundo natural” y “Dios” y se aclara que no son los únicos objetos propios de la filosofía, sino que hay una “infinidad” de temas más: “la consistencia de los entes matemáticos”, “la solidaridad”, “el acceso a las mentes ajenas” etc. 

Algo que poseen todos estos objetos en común es el simple hecho de que la física no es capaz de decir nada sobre ellos. Hasta aquí, lo único que los dota de la propiedad de ser “filosóficos” es el hecho de que la física no puede avanzar nada sobre ellos (y de aquí, se sigue al parecer, la ciencia en general). Sin embargo, para fortalecer el argumento, Gerardo trata de demostrar que el objeto propio de la física, a saber, la “Naturaleza” –caracterizada inmediatamente como “la materialidad física”– nunca ha sido el objeto (o dicho en palabras de Gerardo: “el asunto”) de la filosofía, y apela a la llevada y traída etimología de φύσις, que afirma Gerardo “era un nombre para el ser”.

Leído caritativamente (en el sentido de Donald Davidson), no es que Gerardo se esté contradiciendo al encabezar su lista de objetos de la filosofía con “la consistencia del mundo natural" y después negar que la “naturaleza” sea “asunto de los filósofos”, sino que está aclarando a qué se refirió al principio: si el filósofo se ha ocupado de la naturaleza, lo ha hecho siempre desde una perspectiva que, me atrevería a decir, es metafísica (pues le ocupa en cuanto es “un nombre para el ser”) y no restringida como el físico a quien le ocupa sólo “la materialidad física” (sea lo que sea que esto quiera significar). 

 Una vez restringido así el campo de acción del Físico, es obvio que éste es incapaz de dar cuenta de la “infinidad” de objetos filosóficos. 

A primera vista parece una movida tramposa y hasta pueril: defino al físico como aquél que sólo trata la “materialidad física”, luego le hago ver que es diferente del filósofo porque, dado que el físico sólo trata de la materialidad física, no puede tratar con el restante mobiliario del mundo, a saber: la consistencia de la consciencia, la naturaleza de la verdad, la realidad del mal, etc.; lo cual parece más bien una trivialidad: “el carpintero no puede poner varilla, hacer mezclas, diseñar planos y dirigir la construcción de un edificio, porque es solamente carpintero”. Pero ¿por qué a semejante trivialidad la llamo “pueril”? Por lo que pretende implicar. 

Recordemos que al inicio del texto una de las acusaciones que penden sobre el “cientificista” es creer que “la ciencia (particularmente la física) ha resuelto todas las cuestiones filosóficas”. Ni siquiera dice “las ha disuelto” en el sentido de que las desprovea de valor, o niegue que son objetos dignos de ser estudiados (¿con qué criterios lo haría, en todo caso? Gerardo no los menciona). Afirma, sin más, que el “cientificista” sostiene la creencia de que la Física ha resuelto las cuestiones filosóficas. Así, el sostener que el físico sólo se las ve con “la materialidad física” pareciera ser un argumento contra la “tonta” física de atacar a la filosofía: ¡Física tonta! ¡pretende meterse en lo que no le corresponde y, encima, sobre su propio objeto no tiene certeza absoluta, porque nuestra “inducción todo-poderosa” nos hace suponer que sus certezas cambiarán! 

Desafortunadamente para Gerardo, lo único que ha afirmado con plausibilidad es que 

a) el estudio de la física está restringida solamente a la “materialidad física” y por ello queda fuera de su campo la “infinidad de objetos” que estudia la filosofía. 

y b) que la física no posee certezas, en lo cuál, para más falta de fortuna, es algo en que todos los físicos están de acuerdo. 

En suma, hay dos argumentos que sostienen el “ataque” a la física por parte de Gerardo: 

 1) la física no es un saber absoluto y pleno de certezas, pues su historia nos hace ver que se equivoca.

 2) La física no es un saber absoluto porque su objeto de estudio es limitado. 

Lo cuál no prueba nada más que lo que se afirma. En todo caso, y concediendo demasiado, afirma que “la física no es metafísica” y en eso todos estamos de acuerdo: incluso los físicos. 

Hasta aquí se me podría acusar de “poco caritativa” y de que mis habilidades de análisis están debilitadas, dado que me he saltado la distinción más importante que NO hace Gerardo: Al hablar de “cientificistas” ¿se refiere a los físicos, o se refiere a quienes posan sus certezas en la física sin ser físicos? O mejor aún: ¿se refiere exclusivamente a los filósofos que toman como paradigma el desarrollo de las ciencias físicas, o TAMBIÉN se refiere a ellos? 

Si se refiriera exclusivamente a los físicos, entonces Gerardo tendría que demostrar que el Físico, en cuanto físico, se arroga el derecho de hablar o incluso de evaluar aquello que, por definición, no pertenece a su campo de estudio. Pero el físico, en cuanto físico, sólo habla de lo que Gerardo llama “materialidad física”, es decir, de los fenómenos de la materia y la energía. Si se pone a opinar de otra cosa, no lo hace en calidad de físico (aun si se trata de Stephen Hawking hablando sobre la inexistencia de Dios: por más que hable y opine en la televisión, no lo hace como físico, sino como alguien que da por supuesta una ontología, la cuál no somete a análisis, para “opinar”).

Si se refiere a “otros” que toman como paradigma a las ciencias físicas, entonces tendría que distinguir entre aquellos que, sin preparación ni física ni filosófica, hacen semejantes afirmaciones, lo cuál sería poco interesante (pues el enemigo sería teóricamente poco interesante, aunque quizás políticamente muy relevante); o bien, si se refiere a filósofos que tomen a la física como paradigma del ejercicio filosófico. 

En el fondo, sospecho, la acusación va contra estos últimos. Pero ¿quiénes son estos, a quienes Gerardo niega recurrentemente el mote de “filósofos”? ¿En quién está pensando? ¿Carnap, Russell, Quine? ¿El positivismo lógico? La caracterización que hace Gerardo en su breve texto no permite ni siquiera vislumbrar a quién podría tener en mente. Para empezar, porque aquellos en quien pienso han tratado al menos alguno de los temas incluidos en su lista de “infinidad de temas más”, incluyendo la metodología de las ciencias que, en sí misma, no es un objeto que corresponda a la “materialidad física” sino un asunto eminentemente epistemológico… y dudo mucho que Gerardo pretenda que la epistemología, que trata sobre la naturaleza de la verdad, no sea un objeto filosófico. 

Así que la gran pregunta es: ¿quién es este “enemigo”, al cuál llama “cientificista”? Esa entonces, sería mi pregunta a Gerardo: ¿quién es el “cientificista”? ¿cuáles son sus doctrinas, su actitud y su método? ¿de qué manera “ataca” a la filosofía? 

***

Aún falta analizar al otro “enemigo”. Metodológicamente es mucho más fácil, pero abordar a ese enemigo es mucho más laborioso. Además, una de las caracterizaciones positivas de la filosofía, y bastante interesantes del texto, es acercarla de una manera impresionante a la Teología… sin darse cuenta, sospecho. Pero por ahora no entraré en esa discusión. Quizás sólo deje yo una pregunta: ¿qué significa “cuestionar el ‘sentido’ de Dios sin que ello implique preguntarse por su existencia o no existencia”? 

Addenda: “Caricaturizar al enemigo dando una imagen falsa o desdibujada de él” es el vicio que primero denuncia Gerardo… así que la comparación entre los nazis y los medievales me parece que sólo se merece el siguiente emoticón: .I. Sin embargo, estoy dispuesta a discutir al respecto.

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