07 febrero 2015

Narciso y los chochitos

Sobre psicoanálisis sé realmente muy poco. Me pasa lo mismo que con la homeopatía. Y con las dos me ocurrió exactamente lo mismo: crecí en una familia que les tiene a ambos mucha fe. Esa misma familia que nunca dio crédito del todo al I Ching de mi abuelita, pero que de todas maneras mansamente se lo dejaba echar cada vez que había una situación y los consejos ya no bastaban. Para venir de una familia de científicos, debo reconocer que lo que tienen es una mente bastante abierta: sólo sobre lo que saben se atreven a juzgar, y sobre aquello cuyos principios fundamentales no conocen, no lo desechan tampoco del todo más allá de la buena o mala fama que puedan tener. Y creo que ese fue un buen ambiente para crecer. 

El golpe vino cuando me puse a investigar un poco sobre la Homeopatía. Tenía yo un amigo homeópata, justamente, (sí, sí, mi gran amor platónico de la prepa), y me invitó a una especie de proyecto dónde me pedía que buscara los fundamentos filosóficos de su disciplina (whatever that means). El acababa de entrar al Poli y de la nada comenzó a hablarme de la memoria del agua y cosas que me sonaban demasiado extrañas. Ante tanta extrañeza, mejor comencé –según me dan mis pobres habilidades académicas– con una breve investigación histórica. 

Efectivamente, la homeopatía ha gozado de gran prestigio en México. La verdad ahorita no me acuerdo de todo lo que investigué en aquellos tiempos, pero justo la homeopatía obtuvo un gran triunfo cuando Porfirio Díaz les otorgó reconocimiento oficial en 1895. Sin embargo, durante todo el siglo XX ha recibido muchos ataques en todo el mundo por considerarse no científica... pero ¿por qué? Pronto descubrí el meollo del asunto: las bases científicas de la homeopatía estaban basadas en una física vitalista que, efectivamente, estaba muy en boga a finales del siglo XIX, y que competían con nuestra actual visión de la física. Una vez caída en descrédito la física vitalista, el sustento teórico de la homeopatía se vino abajo. Pero, definitivamente, el golpe vino después. 

La crítica principal contra la homeopatía radica en el número de Avogadro. El número de Avogadro es la cantidad de átomos, electrones, iones o moléculas que existen en un mol de cualquier sustancia. Y ¿qué es un mol? una unidad de medida definida así: la cantidad de materia que contiene un número de entidades igual al número de átomos contenidos en 12 g de carbono-12. El número de Avogadro fue determinado experimentalmente y su valor es 6023 x10 elevado a la 23. Si no entendieron bien a bien, aquí una bonita página que lo explica mejor que yo:
 http://webs.ono.com/barzana/Pseudociencias/Homeopatia_1.html)

Y ¿qué tiene eso que ver con la homeopatía? Los famosos chochitos de azúcar que nos receta el homeópata, además de azúcar y alcohol, se suponen que contienen una dilución de alguna sustancia activa, la cuál posee la cualidad que nos devolverá la salud. El problema radica en los niveles de dilución de la dichosa sustancia activa. Una vez que se ha obtenido el agente, se toma una parte y se disuelve en 99 partes de agua. Esta solución, y por los principios de la física vitalista, es agitada un determinado número de veces generando con esto una potenciación: las cualidades de la sustancia activa se imprimen en el resto de la solución. El proceso se repite: de nuevo una parte se diluye en 99 partes de agua. Y esta operación se repite otras muchas veces. El resultado, y siguiendo lo que nos dice el número de Avogadro de cómo se comporta la materia, es que el chochito que nos llevamos a la boca ya no tiene una sola molécula del principio activo.

Lo cuál transforma a los chochitos en simples bolitas de azúcar. Si los principios de la física vitalista fueran correctos, donde la potenciación juega un papel importante al comunicar sus cualidades al resto de la dilución, no habría mayor problema. Pero nuestra física es exclusivamente cuantitativa: no hay tal cosa como comunicación de cualidades. Fue cuando comprendí el enorme interés de mi amigo en defender esa extraña cosa de la memoria del agua... hipótesis a la que no le ha ido muy bien.

Pero ¿y si su efectividad radicara en otra cosa?

En la UAM-I existe investigación sobre los principios físicos de la acupuntura. No tenemos idea de cómo funciona pero, a diferencia de la homeopatía, hay suficientes pruebas estadísticas de que clínicamente funciona. Digamos que, aunque desconozcamos los principios científicos que operan detrás de la acupuntura, se puede medir científicamente que es efectiva. Ante pruebas similares, la homeopatía ha fracasado... al parecer y según alguna literatura que he llegado a leer (ahí les toca a ustedes hacer la googleinvsetigación)

Bueno, pues mi mamá durante muchos años nos llevó al homeópata. Y no sólo ella: otros físicos –algunos renombrados– de su círculo eran apasionados de la ciencia homeopática. Pero ¿qué podía decir ella ante el fracaso de la homeopatía frente al número de Avogadro? Fue doloroso aceptar que la fe en la homeopatía estaba totalmente errada.

Y toda esta historia que les he contado tiene que ver con mi escepticismo ante el psicoanálisis. A diferencia de la homeopatía, el psicoanálisis es mucho más nuevo; y a diferencia de nuestro conocimiento sobre la materia, el que tenemos sobre la psique es mucho menos sólido y carece de una ciencia normal (tipo Kuhn) tan ampliamente aceptada y tan sólida. Y así como para mi mamá el número de Avogadro fue capaz de romper su fe en la homeopatía, para mi la tal envidia del pene de la que habla Freud, y a partir de la cuál pretende explicar la atracción por el sexo opuesto, está comenzando a jugar el mismo papel.

Debo reconocer, sin embargo, algo: que la homeopatía tuvo la virtud, para mi y mis hermanos, de salvarnos de dosis necias de antibióticos. Aprendimos a pasarnos las gripas con chochitos, pero de esa manera conseguimos sistemas inmunológicos fuertes. Quizás era un engaño lo de los chochitos, pero también el consumo excesivo de antibióticos resulta dañino. Además el médico homeópata sabe valorar al individuo como un todo, y muchas veces eso permitía que la salud regresara mediante consejos de cambio de hábitos. Aunque nadie, en su sano juicio (ni el mismo homeópata) pretendería sacar a alguien de una tifoidea a fuerza de chochos.

Lo mismo pasa, quizás, con el psicoanálisis: quizás una depresión real necesite de los otros chochos, quizás no sea buena idea responsabilizar al paciente cuando una serie de pensamientos obsesivos no le permiten dormir, porque simplemente trae descompuestos los neurotransmisores. Pero gran parte de nuestras angustias provienen de un sistema de creencias, a veces incongruentes, de las cuales no somos conscientes del todo. Como vi en un video ayer: hacemos muchas cosas sin cuestionárnoslas jamás, como estudiar una carrera, casarse, tener hijos porque es lo que sigue... y a veces es muy buena idea sentarse a destejer, con mucho cuidado, esa maraña de creencias para ver si en realidad lo que nos causa angustia, debería causárnosla.

O muchas veces aprendimos estrategias de sobrevivencia cuando éramos niños dependientes y vulnerables. Obtener la lucidez de que ya no somos niños, ni somos dependientes ni vulnerables nos permitirá cambiar la estrategia, y ahora sobreviviremos como adultos, capaces de devolver un buen golpe. Otras veces actuamos bajo una red de creencias que, si las examinamos con detalle, a nosotros mismos nos resultarán ridículas.

Puede ser que detrás de los chochitos haya un gran engaño, pero no detrás de la idea de prevención. Puede ser que detrás del psicoanálisis haya una gran ilusión, pero no detrás de la necesidad de conocernos a nosotros mismos y, más importante, de darnos cuenta de que nuestras redes de creencias no nos son accesibles del todo ni inmediatamente, pero ¡bien que operan en nuestra toma de decisiones!

Y, finalmente, puede ser que el misterio detrás del I Ching fuera una verdadera tomadura de pelo... pero sus consejos siempre resultaron buenos. Quizás porque el más importante siempre era hay que seguir firme y correcto.

Esponjita. 

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