29 abril 2015

μορφή

Para poder escribir se necesita la capacidad de contenerse. No reprimirse, sino volverse contenedor de la idea, como cuando el agua toma la forma del florero y entonces refracta la luz. La escritura, en cuanto arte, radica en la maestría que se tiene sobre la forma. Lo que se cuenta tiene que poder mostrarse, y para eso se necesita el poder de crear imágenes. 

Se supone que el papel de la forma es servir al contenido. Las palabras se eligen por su medida, rima y ritmo, pero el arte fallaría terriblemente si no se eligieran, sobre todo, en virtud de la imagen que pretende construirse con ellas. Y esa imagen, a su vez, es instrumento de la idea, la cuál es lo que verdaderamente importa, porque el fin del arte es expresar la idea. ¿Qué importa, entonces, cómo se diga lo que se dice, mientras sea dicho?

Pero eso no es cierto. Y no es que crea que no hay tal diferencia entre forma y contenido, aunque tampoco sostengo lo contrario. No sé, por ejemplo, si la ternura narrada es producto solamente del modo de decir las cosas... y aunque sólo en el modo de decirlo pueda comunicarse, lo importante es el qué: la ternura misma.

Quizás la imagen con la que empecé este texto esté errada: no se trata de contener algo sino de contenerse. Es decir, no se trata de verter el contenido en un recipiente que bellamente lo contenga, sino el poder darle la forma precisa a una materia muda que, por ella misma no es nada y, sin embargo, es condición necesaria. Pongámonos un poquitín aristotélicos y afirmemos que la idea no es sino una cierta forma.

Lo que acabo de decir podría parecer no más que una perogrullada aristotélica, a menos que subraye que toda forma es estructura. Así, el color, la ternura, la angustia simple que se expresa mediante una serie compleja de imágenes engarzadas, son estructura. Y si incluso lo simple es estructura ¿qué sentido tendría decir que hay continentes y contenidos? O ¿cómo decirlo correctamente? ¿de qué manera expresar exactamente la idea que se me ha ocurrido?

Está bien: reculo. No hay tal distinción entre forma y contenido. Sólo que hay niveles formales, unos que nos son tan familiares que creemos que son la idea, y otros que son más elaborados y creemos que son la forma. Es... es como el asunto de los colores. 

¿Qué es un color? Creemos que es algo tan básico y simple que es imposible equivocarse, que simplemente están ahí. Pero entonces alguien viene y nos muestra un experimento visual, un truco de magia. Por ejemplo, este famoso cubo:

Ponga, querido lector, atención en el cuadrito "amarillo" en el centro de la zona sombreada, y en el cuadrito café en el centro de la zona iluminada. El truco consiste en ambos cuadritos son exactamente del mismo color pero, por más que se esfuerce usted, los seguirá viendo diferentes. ¿No me cree? ¿Recuerda el escándalo del vestido negro/azul, blanco/dorado? De click en el texto bajo la imagen y vea cómo este mismo cubo sirvió para explicar el misterio del vestido, y constate que ambos cuadritos son exactamente del mismo color.

¿Qué espantosa brujería nos impide, por más bizcos que hagamos, percibir esos colores como realmente son? El contexto: nuestro "cerebro" calcula que cualquier cosa bajo la sombra se ve más oscura que bajo la luz, y "compensa" la diferencia. Claro, si lo piensa durante un momento, el engaño del que somos presa en esta imagen en realidad es un mecanismo natural justo para que podamos tener un acceso más objetivo del mundo. Nuestro "cerebro" calcula que, en el momento en que la cara sombreada del cubo reciba la luz, el cuadrito "café" debería verse tan "amarillo" como el que ahora está iluminado.

Y ya habrá adivinado que la habilidad del pintor es, justamente, conocer la mecánica de estas compensaciones cerebrales para poder representar, en una hoja plana y sin variación alguna de luz, cuerpos y curvas caprichosas:

¿Cuántos colores se necesitan para representar
una tela que suponemos de color uniforme?
Sin embargo no es la moraleja evolucionista la que me interesa tratar aquí, sino el hecho de que estamos imposibilitados, a ojo pelón, de darnos cuenta de que ambos cuadritos son exactamente del mismo color dado el contexto en el que se encuentran. ¿De qué manera puede corroborar que sí son del mismo color? Poniendo a ambos cuadritos en el mismo contexto:


La moraleja correcta no es que en realidad ambos cuadritos son del mismo color, sino que nuestra percepción del color es imposible fuera del contexto. Es decir: nuestra percepción del color no es otra cosa sino el cálculo constante que hace "el cerebro" para establecer de qué color debemos percibir algo dadas ciertas condiciones.

¡Claro! debe haber algo absoluto en la percepción del color: si no fuera así, estaríamos totalmente incapacitados para hacer una afirmación semejante: el color de los cuadritos es idéntico. ¿Cuál sería entonces el criterio para descubrir el truco y entonces ver el mundo como realmente es?

Vayamos un poco más allá: ¿Qué es lo objetivo? Es decir: si para ver el mundo como en realidad es, el cerebro deforma lo que en realidad estamos viendo ¿qué significa que nuestro acceso al mundo sea objetivo? (no se emocione, lector. No estoy extrapolando: sigo hablando de lo objetivo al percibir el color). ¿No será que percibir es esencialmente un continuo proceso de cálculo? Pero ¿qué quiere decir eso?

Digamos que usted acepta lo que acabo de decir: que percibir un color es el resultado de una serie de cálculos que hace el cerebro para que sintamos un determinado color. Sin embargo, usted aún podría creer que el cerebro calcula y que, como resultado, nos lanza una cierta sensación. Digamos que el cerebro considera 5+7 y hace que "veamos" 12. Pero entonces yo le digo, querido lector, el asunto no es así, sino que tenemos la ilusión de estar viendo "12" pero nuestro pobre cerebro está en un sostenido estado de "5+7".
Bueno. Total. Eso de que vemos como producto de un constante cálculo, y no simplemente vemos cualidades, ya es un tema muy masticado en psicología de la percepción y filosofía de la mente. Quien sostiene que estamos viendo una cualidad determinada, cree en unas cosas llamadas Qualia (¡sí! ¡como mi gato!). Quien niega la existencia de los qualia, cree que 'ver' (o percibir cualquier otro tipo de cualidad sensible) no es sino un constante cálculo que puede incluso expresarse con proporciones matemáticas.

Y eso de las proporciones matemáticas no es nada nuevo respecto al asunto de la sensibilidad, sólo que el tema nos es más familiar cuando hablamos del sonido. O para ser más precisos, de la música. ¿Ha oído hablar de esos seres súperdotados de quienes decimos que tienen oído absoluto? 

Tener oído absoluto quiere decir que el escucha puede decir "ese es un La 4" sin ningún tipo contexto. Todos los demás mortales que alguna vez tratamos de aprender solfeo, necesitamos llamar a la memoria toda la escala, y para dar con la nota requerida tarareamos mentalmente do, re, mi, fa, sol, ¡la!. Y necesitamos, obviamente un punto de partida determinado: para eso diosito inventó el diapasón: para quienes nacimos sin el tal oído absoluto:

En este video, el primer diapasón es La 440 Hz. El segundo, La 330 Hz... y si no sabe qué es Hz, googléele "herzios".




Bueno... hay algo objetivo. Tan objetivo que lo podemos medir: 440 hz. Pero ¿eso que sentimos y percibimos al momento como "La" ¿es algo absoluto, o es también producto de un contexto?

Tómese 5 minutos, querido lector, y vea este viejo fragmento de Donald en el País de las Matemáticas:




¿Qué tal, eh?

Retomemos el hilo. Pues resulta que Aristóteles pensó que, así como funciona la música, así funciona la vista. Para él, el oído se comporta como una especie de instrumento musical que, al escuchar cierta nota musical, entra en resonancia con ella. Y así como la cuerda que pulsa el Pato Donald, así escuchar un sonido no es sino resonar en cierta proporción. Si según la teoría pitagórica una nota x es 3/4, escuchar no es otra cosa sino resonar en 3/4. Aristóteles supuso que la vista funciona exactamente igual, y que la verdadera esencia de un color no es sino el ser una determinada proporción expresable en una razón numérica (para enterarse más del chisme, échele un ojo a De sensu et sensato, en los Parva naturalia).

Por supuesto que la vista no funciona como dice Aristóteles (hasta Kepler se supo cómo funcionaba el ojo como 'cámara oscura'), y hasta este siglo se comenzó a comprender la excesiva complejidad de nuestro más apreciado órgano sensible. Sin embargo, el proceso que Aristóteles creía que ocurría en el ojo, es el proceso que algunos psicólogos y filósofos de la mente afirman que ocurre en el cerebro: todos estos mecanismos de compensación son justamente un proceso de cálculo matemático.

La discusión sobre si existe tal cosa como los Qualia tiene como protagonista a los sabores. Daniel Dennet usa como ejemplo el recuerdo preciso del sabor del café en determinado momento. Más o menos parafraseando, yo le pregunto ¿las mandarinas le saben igual ahora que cuando tenía 8 años? ¿disfruta igual los Duvalines que cuando era un escuincle en la primaria? El defensor del qualia dirá que el recuerdo preciso de ese sabor es un algo real, no nada más un cálculo: es un algo. Dirá, además, que la idea de que mi verde es como su rojo, y que si yo me metiera en su cuerpo vería las copas de los árboles rojas, sólo puede explicarse porque, de hecho, hay algo como ver colores. Negar los qualia implicaría que tal inversión del espectro de los colores es imposible.

Algo así como la Matrix.

Si usted cree en los qualia, es susceptible a creer que hay una distinción entre forma y contenido.  De hecho, después de Aristóteles muchos de sus comentaristas no pudieron evitar que esa intuición les hiciera difícil creer que los colores son puras proporciones numéricas.

Pero si no hay tal cosa absoluta como un qualia, entonces ¿qué podría hacer las veces de contenido engarzado o expresado dentro de las formas? O puesto en términos aristotélicos y variando un poco la teoría ¿cuál sería la materia de nuestra representación sensitiva del mundo?

***

Y en una extrapolación vertiginosa, regresemos al inicio de este post. El saber escribir consiste en la habilidad para llevar a cabo una forma de tal manera que su capacidad expresiva sea máxima. Pero no hay otra cosa sino forma. Alguien como yo que es incontinente simplemente avienta cadenas formales mucho más cortas, y limita así su capacidad de expresión. El artista, puesto que es capaz de generar una forma muchísmo más compleja, es capaz de expresar una barbaridad.

Y todo esto viene a cuento de que reencontré el blog de @mariadelaos y quedé subyugada por algo que no entendía bien a bien que era... hasta que al aventar ideas aquí, descubrí que era la forma. Su maestría es tal, que si usted la lee quedará conmovido creyendo haber sentido algo absoluto y puro, y simple y... y que no es sino una sinfonía de palabras.

1 comentario:

Anónimo dijo...

de niño leia a Ray Bradbury, y ahora que leo tu escrito, encuentro una relacion, te dejo esta entrevista, Esponjita Mad Man https://www.youtube.com/watch?t=220&v=2ciQoov55fM