15 abril 2015

Doktorvati



Acabo de ver el episodio de Mad Men que más me ha hecho llorar: cuando Sally, la hija de Don Drapper se escapa de su casa para irse a vivir con su papá. A diferencia de los hijos de Don, mi papá jamás nos compró camas a mis hermanos y a mi. Eso jamás nos importó, y no me di cuenta de esa posibilidad hasta que mi papá, después de que murió Aurora, me dijo que le quería comprar una cama y dibujarle en la pared una cabecera. Su casa, pues, jamás fue nuestra casa. Y cuando se volvió a casar, nos repetía una y otra vez que todos los muebles, el carro, las cortinas, todo, era de N., su esposa, así que teníamos que ser muy respetuosos con todo. Al menos los hijos de Don tenían una recámara y unas literas que eran suyas, y donde podían acomodarse. Pero a pesar de eso, a Sally le fue igual que a mi: Don no podía aceptarla en su vida, porque en sus planes no estaba hacerse cargo de sus ex-hijos.

Así de simple es mi daddy issue. Mi papá es alguien con quien los niños tienen una gran capacidad de comunicación, así que la distancia entre él y yo poco tuvo qué ver con su carácter. Fue, más bien, ese rechazo primigenio y fundamental. Pero ¿por qué no podía quedarme a vivir con él? Era una niña difícil, gritona y respondona. Mi papá decía que estaba muy mal educada y consentida... así que cuando su mujer le puso un ultimátum (o ella o yo), era obvio que yo tenía que irme porque era una niña muy mala. Sally le jura a Don que se va a portar bien, muy bien, pero que por favor la deje vivir con ella. Entonces vino la catarsis y el llanto.

Hace muchos, muchos años de aquél suceso y, sin embargo, a veces me preocupa pensar que hago la tesis de un autor que escribe feo sólo porque se me ocurrió investir al Asesor del fantasma de mi padre, a ver si de una buena vez puedo reescribir el final de la historia con mi papá. Y, obviamente, me asusta mucho pensarlo: como si estuviera desperdiciando mi vida por hallarme atrapada en una alucinación, donde tengo once años y quizás ahora sí pueda aprender a portarme bien. Así que mis problemas son dos: uno es qué tan convencida estoy de hacer lo que hago, y otro qué es lo que busco cuando disfrazo de papá a un señor que tiene su propia vida, sus propios hijos y que por azares del destino terminó siendo mi tutor.

El primer asunto hunde sus raíces con mucha anterioridad a mi encuentro con el Asesor, porque mucho tuvo que ver el Danilo con mi contacto con la historia de la filosofía, mi encuentro con las cuitas del joven Werther y el amor por el griego. Mucho tuvo qué ver, también, un recuerdo que me asaltó hace algunos meses, y al menos apaciguó mis dudas vocacionales. Como todo lo importante en mi vida, tiene que ver con un programa de televisión: un documental sobre la adquisición del lenguaje, Chomsky, y los niños lobo.

No es que, en ese momento, me haya interesado mucho más que Cosmos de Carl Sagan: era exactamente lo mismo. ¿Cómo conocemos? ¿Cómo funciona la percepción? ¿Qué es la consciencia? Más pequeña aún –tendría ocho o nueve años– escribí un cuento que se llamaba Fierrito. Del cuento no me acuerdo tanto como sí de las ideas que cruzaban mi cabeza cuando lo escribí: un pedazo de fierro vivía en una mina, de ahí lo sacaron y con él hicieron muchas piezas de metal a lo largo de su vida (sí, de su vida de pedazo de fierro). Y cuando fue tenedor, probó deliciosos espaguetis, porque vivía en un restaurante italiano.

El asunto que me preocupaba era saber si cualquier pedazo de materia tenía consciencia. Así que a veces me preguntaba si mis dedos, por ser pedazos de materia, tenían una consciencia distinta a la mía: me acababa de enterar de que la sensibilidad depende de los nervios, y que quien en realidad siente, es el cerebro. Así que el calor que yo sentía a través de las yemas de mis dedos no tenía que ser necesariamente el mismo que sentían mis dedos. ¿Qué pensarían de mi mis juguetes? ¿le dolería al Volkswagen cuando le cambiaban las llantas? Poseo el recuerdo de mi llanto y angustia por el carro de mi mamá, y el testimonio que ella me da, muerta de la risa, de mis angustias: es que eras animista, dice, creías que todo estaba investido de alma. Y ¿cómo carajos no iba a creer eso? O mejor dicho, puesto que mi papá repetía sin cesar que el alma no existía ¿cómo me explicaba que si yo, pedazo de materia, tenía sensibilidad, no la iba a tener por igual todo otro objeto en el mundo?

Por otro lado, mi acceso a los textos antiguos mucho tuvo qué ver con Las grandes tendencias de la mística judía de Gerschom Scholem. El gnosticismo y sus ogdoadas, el problema del bien y del mal como entidades metafísicas que daban estructura y existencia al mundo, el concepto de eternidad... todo a medio camino entre mitos y las reglas que imponen, y el poder explicativo de esos cuentos me parecía encantador. Y, por otro lado, mi abuelita Aurora que usaba la Biblia para preguntarse por la existencia de estados de cosas en el futuro. Ella tenía sueños proféticos y más de una vez atestigüé su cumplimiento. Más allá de cuál era mi convicción sobre si sus sueños eran o no proféticos, más importante eran las preguntas que a ella le suscitaban: ¿esos eventos que ella alcanzaba a ver ya estaban ahí? y si era el caso ¿dónde? Es decir ¿qué es lo que hacía verdaderos esos sueños, estados de cosas que nos aguardan a que lleguemos a ellas? ¿Qué es el tiempo?

Conocí la filosofía analítica mucho después de aprender griego, latín y leer a san Agustín. Y Agustín y su libro XI de Confesiones me llevaron a Plotino y su espantoso griego. Y mientras me debatía en cómo llevar a buen término una tesis sobre ese espantoso autor, pero que el haberlo comprendido fue tan poderoso –como si hubiera visto el Aleph narrado por Borges– se me apareció la oportunidad de escribir una réplica a una ponencia sobre el De anima de Aristóteles.

¡El De anima! ¡La percepción en el De anima! ¿Había escepticismo en Aristóteles? Se preguntaba N. Birondo en su paper, y yo jamás había oído términos espantosos como disyuntivismo, ni conocía al tal McDowell, ni entendía el 68% de lo que leía. Y esos pasajes del De anima eran todavía más espantosos. Así que abandoné por un rato la tesis y me dediqué, en cuerpo y alma, a escribir aquella réplica... en inglés, dicho sea de paso.

Mi interés en la percepción se conjugó maravillosamente con el arte que había aprendido de los gnósticos y Gerschom Scholem: hay que dejar hablar a los mitos y entenderle sus reglas antes de hacer juicios temerarios en contra de ellos. Los mitos dicen algo y, haciendo epojé de su verdad o falsedad, hay primero que entenderlos. Luego: había que entender primero a Aristóteles.

HABÍA QUE ENTENDER PRIMERO A ARISTÓTELES.

Casi no recuerdo el contenido de la ponencia ni de mi réplica. Sólo recuerdo, con mucha claridad, que logré desmontar el supuesto problema al que Birondo quería dar respuesta: no tiene sentido preguntarse cómo logra evitar Aristóteles el escepticismo porque jamás se plantea que haya tal cosa. Aristóteles distingue entre dos tipos de errores en la percepción: material y formal. El material es el que preocupaba a Birondo, pero demostré cómo todos los ejemplos de dicho error implicaban el factor distancia: las cosas aparentan ser diferentes de como son cuando están lejos, por estar lejos. No hay escepticismo, hay una caracterización de las fuentes del error. Y el error material donde la distancia se ve involucrada sólo ocurre en un tipo de percepciones: las accidentales. Esa historia la he contado hasta la saciedad: un día le pregunté al todavía no mi asesor, que qué cosas decían los medievales sobre las tales percepciones accidentales. Lo demás es historia. Pero quizás valga la pena recordarla. La breve cátedra de una hora sobre las ovejas que temen a los lobos me prometió algo: que se podía usar mi recién descubierta habilidad en analizar y reconstruir viejos mitos para estudiar aquél paquete de preguntas que me hacía yo desde que tenía ocho años, y me preguntaba si mis dedos sentían algo distinto a lo que yo sentía.

Bueno, eso responde al primer problema. Sí, me gusta Alberto Magno, a pesar de escribir igual de confuso que yo. Sí, me gusta la historia, también irle a meter los dedos a los textos, y hacer el trabajo de Sherlock Holmes a la hora de entender el verdadero sentido de un término. Quizás no sea suficiente, de todos modos, para explicar por qué sigo con el Asesor, y no estoy en Lovaina o en Bonn haciendo la tesis. Quizás no pueda, pues, dar cuenta del cómo, pero sí del qué y su por qué.

Resta el segundo problema: si es verdad que a veces tengo la alucinación de que es mi papá y que la mitad de mi relación con él es un clásico daddy issue, la pregunta es qué de paternal busco en él. Quizás son cosas muy tontas, ahora que lo pienso... porque cuando me entra el alucine, soy una niña de cinco años más o menos.

Primero, ser admirable. No es el único admirable, es verdad, pero pertenece a la clase de los admirables. En ese sentido sería fácil psicoanalizar la dedicatoria de mi tesis de maestría y, línea por línea, ir entendiendo qué tiene de admirable todavía, después de 7 años de conocerlo. En todo caso, tengo qué buscar en qué es admirable del mismo modo en que mi papá me lo parecía cuando era niña, es decir, de qué manera encarna a Superman (estamos en el terreno de lo simbólico entendido more esponja).

Es honesto. Aquí se trata de honestidad intelectual, pues sabe qué sabe y que no sabe. Es hábil: sabe cómo hacer un montón de cosas, unas implican cierto dominio de la técnica, y la capacidad de hacer cosas muy bellas... y además es capaz de enseñármelo. Puede, además, hacer proezas para salvarme. Y además lo puedo presumir y decir, sí, él es mi papá (o bueno, mi asesor).

Pero, mientras escribo esto, viene de pronto un recuerdo de mi papá a mi cabeza: el día que me explicó cómo es que nacen y mueren las estrellas. Me tenía boquiabierta... o también como cuando me explica cosas de la segunda guerra mundial. Y es que mi papá es aficionado a la historia. Y sí, quizás sus conocimientos sobre la invasión nazi a la URSS proviene de documentales, pero todavía, cuando me lo explica, me deja así, babas, entendiéndolo todo como si me revelara tremendos secretos. Y más o menos así me explicó el asesor el asunto de las ovejas y los lobos. ¿Qué más da si después descubrí que las cosas no son exactamente cómo me las contó (me refiero a mi papá, aunque obviamente aplica al asesor), si la semilla que dejan dentro de mi es la maravilla, no de cómo de hecho son las cosas, sino de porqué el asunto es un verdadero asunto que hay que descubrir?

Como a mi papá, sin embargo, le tengo mucho miedo. Tengo miedo que me traicione, o que me abandone porque soy mala y no doy el ancho, o que simplemente deje de importarle. Tengo mucho miedo de que no sea quien dice ser, y me deje con un palmo de narices. Y esa es la parte donde vale la pena acordarse de que no tengo ni cinco, ni once años, ni soy una niña que necesite de su protección.

Y, bueno. Quizás para rematar valga la pena acordarse de algo importante. Porque sí, mi papá fue el que me explicó cómo es que nacen y mueren las estrellas, y era quien tenía Cosmos de Carl Sagan en su librero. Pero fue mi mamá quien me enseñó matemáticas, y quien me regaló Cosmos. Ella era la que se sentaba noche tras noche conmigo para resolver todo el Anfosi de Álgebra y todo el Lehman de Geometría Analítica (y cuya casa siempre ha sido mía, y a donde puedo siempre volver y sacar libros de sus libreros). No fue tampoco el asesor quién me enseñó a analizar y reconstruir argumentos en textos.

Por eso la tesis de maestría no se la dediqué solamente al asesor... 

10 comentarios:

Anónimo dijo...

Muy conmovedor, Esponji.

Anónimo dijo...

hay otra parte de la historia, una oscura, y es la que no señalas y es la contada por un testigo de todo eso, ese testigo es vital, es una guia a las profundidades. Posiblemente ese testigo no exista, pero se encuentra, y la forma de encontrarlo es a traves de un llamamiento a ser tu complice con el, mas alla de lo que papa alguna vez pudo dar o ser. Y para que exista esa complicidad, habria que revisar ese temor tuyo a ser traicionada, pero la traicion como tal no se gesta en el otro, sino en realidad se gesta en ti, y cabria preguntar: En que eres traicionable Esponja?, donde en lo general uno mismo es traicionable en la medida de cuan idealizamos al otro (posible traidor). Por otro lado, esa posibilidad de traicion tu Esponja en lo personal la usas, y la has usado muchas veces, donde el potencial amigo, o mas que amigo, ha intentado acercarse a ti, y tu con el menor pretexto, o menor atisbo de algo que no te cuadre lo rechazas violentamente. Cuando leo lo de tu abuela y su capacidad oracular, me conmueve hasta las lagrimas, y claro que los eventos estaban ya ahi, porque alguien en el futuro los crea, y simplemente ese alguien con ella estaban en comunicacion, esa es la respuesta mi bisabuela, a mis propios actos profeticos de niño. Te leo y siempre me da la impresion que en realidad intentas desentrañar del Tao, lo masculino, desde un pensamiento masculino, dejando a un lado el pensamiento femenino que es fundamentalmente magico o uno sensiblemente mas cercano a lo divino. Supongo que es un ciclo dentro de ti, viajar al pensamiento masculino y reconciliarte contigo misma desde lo femenino. Siento que hay dos ejes uno es la narracion constante que somos, somos narracion (lo digo por tu post anterior) pero a la par somos cuerpo, somos esta propiopercepcion, somos sentir, mas no sentimiento. Alguien me explico que la inteligencia es un acto de dos, es un acto amoroso, la inteligencia generada desde una busqueda de alguien que desea ser reconocido, es dolorosa, porque utiliza a los demas como instrumentos de su propia inteligencia. Cuando es amorosa, es cuando en el enfrentamiento de un acontecer, alguien lo resuelve de una mejor forma a la vista y sentir de otro. Esa es una especie de complicidad. la realizacion de tu inteligencia Esponja, Y el otro?, donde esta el otro? tu sabes cual.

Anónimo dijo...

el otro, con el que acontences como la inteligencia que eres de forma amorosa

Anónimo dijo...

Es de mi parte narrar, y decir que de seguro eres una genial complice

Esponjita dijo...

Nobux ¿eres tú? y ¿eso de que rechazo violentamente es algo que se puede extraer solamente de leer mi blog? Todo es muy raro y extraño y paranóico, jaja.

Anónimo dijo...

si, es muy claro, es textual

Anónimo dijo...


Esponjita, sabes cual es el resultado de sublimar lo paranóico de uno?

Esponjita dijo...

Ni idea, mi querido Nobux. Pero sería agradable que usaras tu user de Blogger.

Nobux dijo...

sublimar lo paranóico, se traduce en investigación y poesía

Nobux dijo...

es poetica la frase:

Todo es muy raro y extraño y paranóico

( y mas sabiendo de quien viene )