14 julio 2015

Home is not a Hause

Quiero regresar a la casa, donde está el disco de vinilo de Nacha Guevara. 
O la otra, donde hay un cuaderno que entre sus páginas tiene una elegía a Negro, el gato
O la otra casa, donde cuando termina de llover afuera comienza a llover adentro.
O la otra casa... la otra casa... donde llevo 10 años viviendo en mi desesperación por escapar de todas las casas donde no quepo. 

***

Poco antes de llegar a mi casa, vi un grupito de gente al rededor de un muchacho de rastas que estaba tirado en la esquina de Tlalpan y Eje 6 sur. Llamé a emergencias porque no lo podíamos despertar y ¿qué tal si lo había atropellado? Finalmente llegaron dos policías en motocicleta y uno me miró y me guiñó el ojo: todo está bien. Y salí huyendo hacia mi casa... mi casa, que necesita del posesivo, porque mi casa no es "la casa", porque cuando era niña decíamos "vámonos a la casa" y el artículo determinado era mucho más íntimo que ése posesivo "mi" que sirve para distinguirla de todas las casas que no son la mía, pero jamás tan mía como "la casa". 

No tengo a quién decirle "¡vámonos para la casa!". 

Porque "la casa" es el nombre propio de aquello que soy a donde pertenezco, y no la clase a la que pertenece el pisito que rento. Porque en "la casa" hay un tocadiscos, y una videocasetera. Y en la casa está mi cuaderno donde escribo elegías para Negro, el gato, y para el hombre-bello-abstracto  e inaccesible. 

***

Hace algunos años escribí un poema que llevaba el siguiente verso: 

la dorada alianza, prohibitiva y salvaguarda
que engarza al portento entero. 

Hoy el Portento no llevaba alianza. Y no es que sea un asunto relevante, pero no pude dejar de fijarme porque hace muchos años, cuando lo conocí, vi su rostro de perfectísimo camafeo y luego, inmediatamente, el anillote dorado. Y sobre ese anillo hice muchas teorías: por ejemplo, que él era Mormón y que tenía tres esposas (es que es una alianza enorme, y pensé que tenían que caberle muchas esposas). También tenía otras teorías exóticas, como que era holandés (porque guardaba sus lápices en una cajita con forma de casita larga), y porque se parece a Rutger Hauer. 

Y la alianza ausente hizo que me acordara cuando, en esta casa, escribía poemas. Y me acordé de cuando mi casa era "la casa", porque tenía a alguien a quién decirle "¡vámonos para la casa!". Y me acordé de cuando pasaba ratos frente a las vitrinas de las joyerías del centro viendo alianzas grandes y pequeñas, algunas gordas, otras delgadísimas, otras pulidas, otras grabadas. Y yo quería que la mía fuera sólida, torneada y simple: proyección espacial de la simplicidad perfecta. Yo quería una promesa de que siempre podría volver a "la casa". 


***

No me queda muy claro qué es lo que extraño de "la casa". Ni si tengo ánimos de ponerme una alianza, ni de hacer promesas, ni de escuchar otra vez a Nacha Guevara. Más bien quisiera tener una casita como las que dibujaba Remedios Varo, y vivir dentro, con mis gatos, mientras recorro el mundo. Ese mundo terrorífico que tanto miedo me da recorrer, porque hablan en lenguas extrañas, y pronuncia la "j" de Katja de un modo totalmente inesperado. La casa siempre está en otro lado, en otro tiempo, en otra gente.

Ya no quepo en esta casa... mi casa.

***

El poema, por si tenían curiosidad, y por si quieren saber porqué mi versión personal de Roy Batty no puede ir a Bellas Artes, so riesgo de que luego no lo quieran dejar salir.



Hombros 

Desde la punta redonda del torneado dedo, 
pulcramente pulidos los nudillos,
luego la dorada alianza 
(prohibitiva y salvaguarda 
que engarza al portento entero), 
y luego, la muñeca fina 
y el blanquísimo dorso 
y la blanquísima palma, 
luego los redondos brazos, 
en el verso la marca del Sol ecuatorial 
y el anverso de genética albura de nieve, 
y luego los redondos codos y, 
luego, 
los níveos antebrazos de factura marmórea, 
yo lo veo. 

Se ocultan, por pudor bajo la tela, 
los invencibles hombros.

No hay comentarios.: