31 octubre 2015

Mein Helden

A las 3 am estaba a punto de mandar todos los papeles para aplicar para una beca. La página insistía tanto en revisar y volver a revisar los documentos, que lo hice. Y descubrí que el más importante de los documentos, a la Carta, le faltaba un detalle indispensable y una firma. Presa de la desesperación, y después de hablar con una amiga desvelada, le escribí al Asesor pidiéndole auxilio: eran las 4 am cuando finalmente mandé el correo. A las 7 am recibí un mensajito: "todo está arreglado". Yo sentí como si me hubiera caído de un avión y, un metro antes de caer al suelo, él me hubiera rescatado... como Súperman. Él es mi héroe. Pero no sólo sus súper poderes y su súper generosidad obró a mi favor: H.A., admiradísimo varón quién escribió una obra monumental e indispensable para hacer mi tesis, estuvo ahí para rescatarme de mi tonto error. 

De pronto no sé qué hacer cuando la generosidad brota, graciosa, por todos lados a mi paso. Y es que esa madrugada, cuando caí en cuenta de mi error, comencé a temblar. Salí a la calle a comprar unos cigarros, e hice algo que hacía muchos años que no hacía: invoqué al Hermano Lázaro. 

Cuando mi abuelita Aurora vivía en el DF con sus hijas adolescentes, recién enviudada y en una situación sumamente precaria, despertó una madrugada con un terror infinito, hasta que se dio cuenta que eran las barbas de una cobija y no la garra de un monstruo lo que tenía en la cabeza. Fue entonces a consultar a una bruja, y ella le dijo que era algo psicológico (una bruja honesta, como pueden ver) y que nadie le había mandado ningún maleficio. Pero que cuando se encontrara en una situación muy difícil, invocara al Hermano Lázaro. Y así me enseñó, y así lo hice durante muchos años. Y esa madrugada, mientras me castañeaban los dientes, murmuré su nombre misterioso... 

Mi mamá me cuenta cosas de su infancia. Y de pronto, ayer caí en cuenta que su situación tenía algo de valiosísimo privilegio. Mis abuelos eran muy pobres: mi abuelita era sirvienta y mi abuelito alfarero, y entre ambos apenas juntaban el salario mínimo (de los años 50's y 60's que sí alcanzaba para vivir). Mi abuelita trabajaba más de 12 horas diarias... y su objetivo, uno: que sus hijos estudiaran. ¿Para qué? No, no había un para qué. Era un por qué. Porque ella amaba la escuela pero ya no la dejaron seguir estudiando, porque era mujer, huérfana y pobre. Las condiciones miserables le quitaron lo que más amaba: la escuela. Ella estaba totalmente consciente que "escuela" era para ella "lo más amado", y a sus hijos quiso por eso darles escuela: la que ellos quisieran, para que fueran felices. Y para eso trabajaba 12 horas diarias: para comprar cuadernos, uniformes, escuadras y libros. 

Eso se los he contado muchas veces, pero lo otro que me cuenta mi mamá, no. Una vez mi abuelito, artista que sobrevivía haciendo ceniceros con forma de sombreritos mexicanos, vio que mi mamá estaba pintando un paisaje con unas acuarelitas de cinco colores. Y, dice mi mamá, que al día siguiente llegó con una enorme caja de acuarelas de todos los colores imaginables. Mi abuelito que, cuando se quedó sin su guitarra, con una caja de galletas hizo una hawaiana, para seguir tocando música. Y de pronto lo que me sorprendió fue darme cuenta que, de su reducido presupuesto, mi abuelo eligió una buena cantidad para darle a su hija algo absolutamente hermoso para él: una caja de acuarelas. 

Mientras reviso el trabajo que hago con el Asesor, temo que tenga errores acá o allá... y él me tranquiliza. En esos eventos, hay que ir a divertirse, me dice. Y recuerdo que me lo ha dicho de muchas maneras, muchas veces. Y yo cuando lo veo trabajar, veo que su única prioridad es que la obra que hace lo haga feliz, muy feliz. Y que esa gente de Estados Unidos y de Europa que viene, viene a divertirse, a explayarse en lo más amado. Y que se emocionan, que brincan de la silla y opinan, y dicen... y crean. Y es por eso, pienso, que han de ser tan buenos y tan generosos: porque son felices. 

Cuando era niña, mi abuelita decía que, a cambio de haberle quitado a sus papás, la vida le dio un gran marido. Que yo no me apurara que la Fortuna habría de compensarme mis miserias infantiles. Y ciertamente la vida me ha rodeado de héroes, caballeros cuya amada damisela a proteger es la felicidad... Mis héroes... que evitan que me dé contra el suelo un instante antes de que todo esté perdido... como si fuera nada, graciosamente. 

***

Hace algunos años, en 2009, fui a mi primer evento internacional. Un taller de filosofía antigua, en un lugar maravilloso, con gente maravillosa, y donde gracias al trabajito que preparé, logré encontrar mi vocación. Entonces sentí como si el Demiurgo (mi amadísimo) fuera el príncipe que me hubiera invitado a mi, a Cenicienta, al baile. Hoy, seis años después, fui a otro evento, y de nuevo me sentí en el castillo bailando con los príncipes... 








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