Con la tav cerramos el ciclo de los días transfinitos. Dejaremos descansar un ratito al blog en lo que termino con Avicena, cerramos aquellos viejos textos de Aristóteles y Nemesio, le ponemos su brochesito final a Averroes y... y... y comienzo con el final y meollo de la tesis: Alberto.
El asunto albértico se divide en dos: lo que ya tengo escrito y lo que hay que escribir. Lo primero ya está y sólo hay que refinarlo con lo del 'Aquinas'. Lo segundo, ya veremos si entra o no en la tesis. La investigación de ese punto ya casi está finalizada. Sí, es el "casi" lo que me hace dudar en terminar la empresa. Falta el artículo de Wirmer, en alemán y no tan bellamente escrito con el del Syllogismus Brutorum. Pero ese capítulo tiene un mini-punch que vale la pena: cajetearse a Sorabji... ¡al mismísimo Sorabji! Claro, por andar diciendo cosas de Alberto. Por meterlo en el paquete de los filósofos "espiritualistas". En fin. Ya veremos.
¿Cómo cerrar con los días Transfinitos? ¿Cómo fue que empezaron?
Un día el agudo Callejtias hizo que me cayera el veinte. Sí, la metáfora telefónica: tenía toda la morralla atorada y gracias a su plática, uno a uno fueron cayendo los veintes de cobre y el teléfono dio línea por fin. Yo sabía que estaba atorada por un enorme miedo y él me hizo ver exactamente cuál era. Que mis dos "papás-transferenciales-simbólicos" me fueran a dejar de "querer" (¡dos papás! ¡yo creo en las familias diversas!). Y los veintes cayeron uno a uno: "quién te tiene que querer es tú papá, el único que tienes". ¡cling! "La que se tiene que querer eres tú, nadie más" ¡cling! "esta tesis es tuya, para tí nada más" ¡cling!
Pero de todo, lo más importante fue: nadie te va a salvar. Sólo tú puedes hacerlo. Y luego, el gran veinte, monedota de cobre con el gorro frigio y Teotihuacán al fondo: PUEDES. Así que, una vez que Callejitas me dejó en mi casa, fui con el psicólogo, limpié mi casa, escribí sendos correos a ambos "papás-simbólicos" asumiendo todas mis responsabilidades y sus consecuencias –pues el secreto de PODER está en hacerse responsable, y renegar de ese modo de la fatalidad– y retomé la tesis (que ¡momentito! no había dejado del todo: por eso ya tenía material para Averroes)
Hoy, día Tav, termina ese ciclo. Justo el día shin, el día penúltimo sentí cómo la depresión casi le da portazo a mi pequeña fortaleza. Pero no... no podía perder de nuevo la soberanía ya ganada. Y en la bicicleta recién repuesta fui al Walmart y, por primera vez en años, hice mi guisadito ese del que Daniel se burlaba tanto por ser "guisadito con salsa". Y esta casa, por fin, volvió a ser toda una señora casa, con jarra de agua de sabor en el refrigerador, huevo, jótqueics y pan francés para el desayuno, y bolitas de queso asadero para la botana que me despacho a la salud de Aurora.
Y estos fueron los días de la recreación de la esponja.
Bueno. Ya, muy azotado el asunto, snif, snif, séquense las lágrimas y mocos, y pasemos al siguiente punto.
Anoche conseguí avanzar UNA página de la novela de Der Turm. Y encontré, anagnoríticamente un pasaje que me hizo recordar el por qué de mis filias alemanófilas. Yo llegué a la historia del bombardeo de Dresde vía Matadero cinco de Kurt Vonnegut, la cual compartía con A Canticle for Leibowitz el haber sido inspirada por otro célebre bombardeo: el de Monte Casino. Además, ambas son novelas de ciencia ficción –o historia-futura ficción en el caso de la segunda. ¡Así que, después de todo, los Aliados hijos-de-la-chingada se fueron contra la población civil! Pero ¿por qué nadie "recuerda" eso como los bombardeos de Hiroshima y Nagasaki? Bueno, la respuesta parecía obvia: es que los alemanes sí eran los malos, los malos malísimos... de sus entrañas surgió la maldad personificada en el bigotito y la Solución Final.
¿Cómo lidia con eso un pueblo? Uno que, al igual que el japonés, resurgió como el Ave Fénix.
Para mi sorpresa, sí hay, casi desde el principio, una referencia la bombardeo en Der Turm, y asumo que lo rarísimo es que no lo hubiera, que los dresdenses no llevaran fresquísima en la memoria ese bombardeo. Y Richard Hoffman, el papá de Christian y alter ego de Uwe, estuvo bajo el bombardeo y, durante meses estuvo de jovencito en el hospital reponiéndose de sus quemaduras. Pero hasta la página 316 esa era toda la referencia de la memoria dresdense del bombardeo. Entonces Meno Rohde, el tío de Christian, se enfurece porque Niklas Tietze –otro tío, pero ya no me pregunten que ahí la genealogía está más enredada que en la Teogonía– nunca lee los libros que Meno le regala: sólo los conserva como objetos preciosos.
¡Y entonces se echa toda una amarguísima crítica contra el modo de ser "burgués" de los "burgueses" dresdenses! ¡una crítica donde les echa en cara extrañar los edificios desaparecidos pero olvidarse de las miserables condiciones de vida de aquellos tiempos, de los guetos (o eso me pareció). Una crítica donde les echa en cara recordar sólo el bombardeo y no a los nazis... ¡¡¿no recuerdan a los nazis?!! ¡¿qué no basta la humanidad entera recordándoselos como para que ellos tengan que seguir recordándolo cuando traten de lamentarse de la desaparición de las catedrales bombardeadas?!
Por supuesto que la crítica se parece mucho a lo que de criticable podrían tener todas las burguesías venidas a menos... ¿recuerdan aquella película de "Qué tiempos señor Don Simón" Claro, aquellos aristócratas porfirianos añoraban todo el establishment, con todo y sus peones muertos de hambre y sus tiendas de raya. Pero esas cosas se añoran justo como se vivían y disfrutaban: sin verlas, sin pensar en ellas. Eso fue la Revolución: cuando se dejaron ver...
La del tío Meno, me parece una crítica digna de don Federico Nietzsche... se las transcribo:
"Para más tarde": a veces Meno se iba a casa abatido, ofendido, y se repetía por enésima ve que sus regalos de libros a Niklas en el fondo le desagradaban, en cualquier caso Meno tenía esa impresión; Niklas no parecía leerlos, y cuando volvían a verse no e hablaba de ellos. No es una persona de libros, pensaba Meno durante esos oscuros retornos a casa, a él le interesan los libros sólo como objetos hermosos para ver. Embutidos en la estantería, cuidadosamente alineados y muy bonitos detrás de la vitrina, y es importante que estén bien encuadernados e impresos en papel de calidad, que tengan primorosas cubiertas, pero contenido no. Goethe es el más importante para él, pero sólo porque es el más importante para todos los de aquí arriba, y para ellos es el más importante no porque lo hayan analizado, lo hayan estudiado y examinado, porque esas sentencias suyas , a veces tan facilonas, las hayan comparado en su contenidos real y con su experiencia vital, sino porque él está reconocido y sancionado, porque es el conformista más estimado por el burgués que, en el fondo de su corazón, es todo habitante de este barrio alto, el regidor más excelso, el generalísimo de las opiniones y el príncipe de los sentimientos; porque es el rey acuñador de la moneda de sus citas. En el fondo, pensaba Meno, Niklas se interesa sólo por la música y por las grabaciones históricas de esa música ¡Cuánto más muerta, tanto mejor! Y así son todos aquí arriba, lo que más les gustaría sería vivir en el Dresde antiguo, en esa exquisita casa de muñecas barroca y pseudoitaliana tarta de azúcar, suspiran "¡Frauenkirche!" y "¡Palacio de Taschenberg!" y "¡Oh, la Ópera Semper!, pero nunca "¡Retretes comunes a varios inquilinos! ¡Condiciones sanitarias que favorecen maravillosamente el cólera!" o "¡La sinagoga!" o "¡La libertad en aquellas viviendas , diez personas por piso de alquiler en casa de vecinos!", no dicen nunca "los nazis" sino "los aviones que atacaban a civiles en vuelo rasante", hablan de la "estrella matutina de la juventud" y "quien ya no sabe llorar lo aprende otra vez en el ocaso de Dresde", y entonces de rabia, Meno pegó puñetazos contra el árbol. Era cierto y, sin embargo, él era injusto. Qué horriblemente vanidoso eres, pensó. Todo porque no ha apreciado lo bastante el libro que le has regalado, crees tú. Qué importancia te das… No es nada bueno, la vanidad es perjudicial para la observación y no sirve a la verdad, solía decir Otto Haube cuando mirábamos por el microscopio.
La Torre, Uwe Tellkamp, pp. 316-317,
trad. Cármen Gauger.
Me despido, gentes. Nos vemos, espero que pronto, para que les cuente cómo terminó este asunto de la tesis. Les dejo la película completa (porque no encontré pedacitos) de "¡Ay que tiempos señor Don Simón!". Porque, digo, acá nos cayó encima la Revolución allá por 1910, y de esos tiempos "burgueses" nos quedan los "cilindreros" y sus organillos alemanes (¡alemanes!) que ahora sobreviven de milagro en las esquinas del Distrito Federal.
Los quiero mucho y gracias por seguirme durante estos días. Si quieren un recuento de estos días, píquele a la etiqueta de "Días Transfinitos".
Los quiere la espojis:
Y fue la tarde y fue la mañana, último día, tav.
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