Cuando estaba en la secundaria alguien vino a regañarnos por no traer el uniforme como debía de ser. Explico el regaño: era la primera mitad de los noventas. Entonces las niñas nos hacíamos enormes copetes con harto spray: entre más alto el copete más coqueto. Y, bueno, las faldas lo más arriba que se pudiera de la rodilla y usábamos doble calceta: una blanca y una negra o verde. Esas cosas ofendía tremendamente a quienes vigilaban el buen vestir de un adolescente potosino. Quién entró a regañarnos ya no recuerdo quién fue. Sólo recuerdo la mucha ira que me dio su razón de porqué era importante el uniforme: toda la vida lo íbamos a usar ¿no? sobre todo cuando entráramos a trabajar de obreros a una fábrica.
Fuimos relativamente pocos quienes seguimos con la preparatoria, pero casi todos los que la concluímos hicimos una carrera universitaria. Así de crítica estaba la cosa en ese momento preciso de nuestras existencias. Vi a muchos de mis compañeros abandonar la secundaria. Vi al segundo mejor promedio de mi salón no poder estudiar la preparatoria porque el estúpido gobernador anterior había cerrado las preparatorias de la UASLP, y las preparatorias de la SEP y el mismísimo COBACH cobraban una módica cantidad fuera del alcance de mi compañera.
Así que ese era nuestro futuro: nos encasquetaban la falda verde a cuadros, la camisola blanca y el suéter verde para enseñarnos a ser buenos y obedientes obreros. De todos modos nuestros destinos, afortunadamente, nada tuvieron qué ver con aquél negro augurio. Los copetes seguían siendo enormes a pesar de la ridícula medida de la prefecta: un rollo vacío de papel de baño para medir la altura permitida. Las faldas siempre, como desde tiempos inmemoriales, se acortaban inmediatamente apelando a la pretina. Y las calcetas escapaban de la vigilancia estricta porque la blanca cubría a la negra mientras llegaba la inspección. Y tampoco funcionaban los negros presagios porque el profe René, de Matemáticas, venía y desvirtuaba todas las nefandas palabras de la prefecta represiva, e inauguraba una biblioteca y un laboratorio de matemáticas, Y el profe Espiricueta venía y nos enseñaba poesía de Benedetti y León Felipe y Nicolás Guillén. Y había un periodiquito en la escuela cuya sección más interesante era la de "A fulanito de 2E le gusta menganita de 1A", pero donde yo me preguntaba por qué si los de la Revolución eran todos héroes, a la vez se habían matado entre todos. Y me daba miedo que viniera el profe René y me cuestionara, hasta que comprendí que no era con intentos represivos. Y teníamos un coro que ganaba concursos nivel zona, ciudad y estado. Eran buenos mis profesores, muy buenos... si sólo hubiera habido un poquito más de esperanza...
ah si. El post nomás era pretexto para poner este video... salú.
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