Lo único que entendí del día de ayer es que, comparada con la griega, la gramática alemana es trivial. Y que una cosa es saber cómo funciona un motor de cuatro tiempos y otra meter el embrague sin que se te mate el carro... o lo que es lo mismo: vale un pepino y tres cacahuates distinguir la diferencia entre el Präpositional Ergänzung y una Nebensätze con als funcionando como Konjunktor temporal, porque lo importante es explicar que, "cuando tenía cuatro años quería manejar un auto" sin parecer retrasado mental al ir produciendo con enrome dificultad cada una de las palabras (Als ich vier Jahre war, wollte ich ein Auto fahren).
Ayer fue día de san Jerónimo y resultó muy simbólico –sin darme cuenta– haber pasado directo del Akkusativ Ergänzung al Genitivo Absoluto. Y explicarle a la compañerita de junto que en alemán no hay imperfecto (el copretérito que la pobre no encontraba al conjugar wollte, durfte, konnte mientras explicaba como era su vida, no como fue). ¿Cómo puede un pretender pensar en una lengua cuyos aspectos temporales resultan tan contraintuitivos? Y, peor aún, ¿cómo acostumbrar al cerebro a esperar la segunda parte de los trennbare verben? ¡Anda! Si la regla es trivial: usted se encuentra un einkaufen y conjuga el "–kaufen", lo coloca en la sacrosanta segunda posición, luego rellena la oración y, al mero final le mete el ein... lo cuál es fundamental cuando se trata de decidir si el asunto es prender o apagar algo: hasta que vea si es aus o an el punto final del "–macht" colocado en la segunda posición, podrá entender si se trata de hundirlo en tinieblas a usted, o darle la iluminación requerida...
Voy sobre la maquinaria del alemán sufriendo gravemente. Cada que abro la boca, meto mal el embrague y se me mata el carro... lo cuál resulta también una bonita alegoría de cómo andan mis relaciones sociales por el mundo, porque en un momento soy una ricura de persona, capaz de contarle chistes a todo mundo, y cinco minutos después me entra un berrinche digno de niña de cinco años, sin pudor alguno, sin recato ni decoro. Y ahí voy, como un trenecito en marcha siempre a punto de descarrilarse... todo porque me subí a una montaña rusa, cuyo carrito es región 4, nivel Iztapalapa y pretendo, muy valiente, llegar a una cima cuya pendiente es de 90º y amenaza alcanzar más de 160 Km/h.
Tengo celos, tengo miedo, tengo pánico de haber errado gravemente la decisión fundamental. Pero fue entonces cuando Paco, de regalo de cumpleaños, me invitó a Six Flags. El regalo, en realidad, no fue pagarme la entrada: fue hacerme subirme a todos los juegos, a los más horrorosos, a los más terroríficos: y regalarme la contemplación del Ajusco y la caída libre. Estos son los días en los que el trenecito va subiendo, y me sudan las manos y el corazón se agita fuertemente. Ya vendrán los días de la caída, del gritar para no ahogarse entre los latidos del corazón, y de bajarse eufórica del trenecito diciendo: ¡OTRA VEZ!
esponjita
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