¿Cómo para qué tengo el blog? En estos momentos no lo tengo claro en absoluto, pero a veces es saludable sentarse frente a la página en blanco y hacer un esfuerzo monumental por escribir algo coherente, algo interesante... dejémoslo en algo coherente que a estas alturas ya es mucho pedir.
Bueno. Pues ¿cómo que les cuento? Me siento un poco como cuando uno no prepara clase, y se da cuenta de que va a estar en chino verles la cara a los alumnitos. ¿Algo les podré contar, no? Pero para gran fortuna de ustedes, queridos lectores, no son mis alumnitos y no tendré que recitarles a Aristóteles, que me sé mejor que lo que se supone que debería saber. ¿Sobre qué les hablaré? –el tiempo corre, es necesario que los minutos y las líneas que están leyendo resulten interesantes. Tengo ganas de contar algo, pero ¿qué?
Pues vi una película. Eso. Es más: de hecho vi dos: una en el cine y otra en la casa. Que la piratería resulte de mejor calidad que una pantalla IMAX es pura consecuencia del capitalismo salvaje, o de la falta de planeación con la que uno se mete a tragar palomitas. La película del cine fue Dracula y estaba como película de esas que uno agarraba por casualidad en el canal 9; mientras que la pirata fue La bella y la bestia con el absolutamente sexy Vincent Cassel, hombre que me enseñó que las barbas crecidas les quedan a los hombres flacos, como lo atestigua la juventud de Miguel Bosé, y los inexistentes cachetes del muy francés de... pues de Vincent Cassel. Yo no conozco a otro francés... así, francés de Francia. Conozco a otros que son francesoides pero que... mejor cambiemos de tema.
Los vestidos de la Bella. Ése es un gran tema. Al fin vi el vestido de Brócoli que tanto me gustó cuando lanzaron las fotografías antes del estreno... o antes del antes del estreno, porque recuerdo haberlas visto hace más de un año... dice la RAE que es Bróculi pero ¿de cuándo acá algo que truena en la boca se llama bróculi? No importa... el tema eran los brócolis... digo, el vestido de brócoli que tiene la transparente Bella... ¡es una mujer transparente! No, no... a Vincent Cassel deben ponerle una Mónica Belluci ¿cómo una mujer transparente y que parece pedazo de mantequilla?
El chiste de la película, si nos ponemos muy psicoanalíticos, es que un viudo se vuelve un monstruo lleno de remordimientos, y va de rogón a tratar de enamorar a una mujer mantequilla, toda heroína sacrificada pero toda despectiva de la monstruosidad del viudo que tanto la amenaza como la necesita.
La cosa es que acá la viuda soy yo. Digo, medio viuda negra porque mucho me costó matar al danilo que vivía en mi interior. Pero así, ya matado, me quedé toda viuda. Mientras que él, todo matado, está muy vivito y casado y con trabajo y con todas esas propiedades que se predican de los hombres felices, muy felices, hartamente felices, que realizan su feliz vida ejerciendo su matrimoniez y su casadez. O sea, nótese mi viudez. Así que el francés del que... ¿cuál francés, esponja, cuál francés? ¡aquí el único francés de Francia es Vincent Cassel! Lo que me recuerda a ciertas pláticas donde se mencionan brasileños y luego hay que aclarar que hay brasileños simpliciter y brasileños de Brasil... así como alemanes de Alemania y alemanes simpliciter.
Yo soy una esponja simpliciter, pero soy mexicana de México, y casi casi por omisión. Nunca me ha tocado ser mexicana así como para distinguirme de algo, salvo cuando mi mamá y yo fuimos al museo del Prado, y nos informaron que los españoles no pagaban boleto, y les dijimos, todas explicativas, que no éramos españolas sino mexicanas, y el del museo, luego de vernos un rato, dijo pasen igual...
Y luego llegamos a Vigo, a un hostalito pequeñito, donde nos pidieron nuestros pasaportes, y los enseñamos muy propias porque parecía un requisito muy importante, pero las importantes resultamos nosotras, porque al día siguiente los del hostal pusieron un cuadro ¡del cura Hidalgo! y una fotografía de la Ciudad de México. Y nos mataron de ternura y decidimos que las mejores personas del mundo eran los gallegos, y jamás de los jamases volvimos a hacer un chiste de gallegos.
Y vimos la antorcha olímpica, porque fuimos en 1992, y coincidió el paso de la antorcha por Vigo y nuestro paso fugaz y veloz por la pequeña y bellísima ciudad marina. Cosa que nada tiene que ver con Vincent Cassel, con los franceses que no son de Francia, o con mi antojo de brócolis, pero que es una anécdota muy linda de contar... ah sí, y con mi nacionalidad.
Les dije que coherencia no pidieran. No esperaran. Sólo lanzo ideas de aquí para allá en esta hora de la noche, en la cuál la realidad se reduce a mi habitación, mis gatos, y la imagen que no es de Vincent Cassel, pero a la que añoro como la Bestia añora a Bella, y a la que le ruego, susurrando entre sueños y en vigilia ¿podrías llegar a amarme?
La imagen del hombre feliz, vivo, muy vivo en mi mente... tiene que ser feliz... muy feliz. Sólo así se entiende que no me ame.
Esponjita brócoli
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