Estuve a punto de comprar un teclado de 10 mil pesos, y de súbito recordé dos cosas: el porqué luego me ando muriendo de hambre y que a mi guitarra no la tocaba desde antes que Vasili llegara a la casa porque le faltaba una cuerda. De súbito comprendí que si lo que necesitaba era la música, de ella me alejaba una cuerda... o para ser sinceros, un juego, porque nadie vende cuerdas solitas, así que compré un juego de 200 pesos. ¡Doscientos pesos! affordable.
Le puse las cuerdas mal (la sexta donde va la cuarta y mutatis mutandi), y la prima se reventó antes de que pudiera afinarla. Salvo eso, todo iba bien: en la tiendita de apple sobran las apps de afinadores para idiotas como yo, y con la vieja prima tuve a mi guitarra a punto para ser tocada. Entonces me senté toda torcida en la cama (mi cama es súper enana) y me dispuse a tocar mi viejo repertorio... y ¡oh, tragedia! no recordaba ni siquiera cómo tocar Green leaves. Para que comprendan mi azoro, esa fue la primer piecesita que aprendí a tocar a los quince años.
¡¿Cómo demonios ocurrió?! El susto fue mayúsculo porque desde hace años que olvidé la pieza más compleja que he aprendido: el Estudio No. 1 de Villalobos. La angustia de aquél olvido me sigue acompañando hasta la fecha... pero ¡olvidar Green Leaves! Esa era la tragedia más terrible de todas. Me sentí como la bailarina que, después del accidente, tuvo que volver a aprender a caminar.
Casi al punto de la lágrima, traté de tocar una Gavota de Tárrega que fue la última pieza que saqué antes de abandonar por años la guitarra. Poco a poco algo se iba recuperando, pero muy pronto me encontré con la misma torpeza de las primeras notas de Green Leaves. No tenía caso desesperar: quizás sí había perdido para siempre las conexiones neuronales de aquellas piecesitas, pero ¿qué tan difícil sería volver a tocar mi primera pieza?
–Vamos a algo más básico– pensé sin pensarlo, y busqué a ver dónde estaba Do. No era tan difícil, así que busqué Re, y luego Mi... y pronto mi memoria corporal se acordó de dónde estaba toda la escala. La torpeza para pasar de una nota a la otra era desesperante... mientras tanto, mi mamá me avisaba por el menssagger de FB que estaba ardiendo la puerta de Palacio Nacional, y Eli en Skype pegaba gritos junto conmigo, cuando finalmente pudimos abrir las imágenes que CNN acababa de subir a su página de internet. Como suele ocurrir, aquello ya había pasado hacía algún buen rato, y finalmente mi mamá nos avisó a ambas que el incendio ya había acabado y la gente se había dispersado ya del Zócalo.
Pasada la tormenta y apagada la computadora, me di cuenta de que ya llevaba un rato tocando la escala de Do a una velocidad bastante decente. Como ya se imaginarán, un rato después pude recordar completa Green Leaves, la Gavota, y un poco más tarde, gran parte de un Minueto de Bach. Aquellas conexiones– pensé– no podían irse con tanta facilidad: tengo más de veinte años grabándolas en la memoria.
***
Fui al centro a buscar un teclado porque el otro día mi mamá y yo nos metimos al BestBuy que, como buena tienda gringa, tiene una amplia sección de música (más grande, para nuestra sorpresa, que Sears y Liverpool). En la misma sección donde tenía los reposet, tenían un piano electrónico Yamaha, con todo y sus pedales. Mi mamá y yo comenzamos a probar todos los reposet hasta que no aguanté más y me senté a tocar el piano. Lo prendí, le subí el volumen, y nadie pareció molestarse, así que empecé a picar por allá y por acá teclas al azar. ¿Me acordaría de lo muy poquitito que aprendí?
Cuando cumplí 15 años mi mamá me regaló una cámara Reflex. Cuando Aurora cumplió 15 años, le compró un teclado Yamaha, con su base y hasta un baquito. A esas edades Aurora y yo ya estábamos muy ancianas para que nos admitieran para ser pianistas (poco después Aurora entró a la Superior de Música a estudiar Cello, y si yo no entré fue porque le encargué mis papeles a Miguel... claro: yo ya llevaba 3 intentos por entrar a guitarra: dos en la Superior y uno en la Nacional).
Aurora consiguió un método fácil para aprender piano. Era su juguete, y además ella llevaba piano en prepa 6, pero yo logré aprender algunas cositas muy básicas. La guitarra le enseña a uno muchas cosas empíricas sobre armonía, pero aprender a coordinar la mano derecha con la izquierda era todo un reto en el piano. Aurora se terminó el librito con facilidad mientras que yo sólo pude aprender a tocar el Can Can y Chim Chimenea. De todos modos yo no le ponía tanta atención al piano, porque mi profe de la prepa me estaba enseñando el Estudio No. 1 de Villalobos, y yo estaba ya muy entretenida con el novio.
Mientras estaba sentada frente al pianito de Best Buy, de pronto me acordé de aquella canción que, ante de obsesionarme con tejer, y antes de hacerlo con la Segunda Guerra Mundial, tuvo mi sección hobby del cerebro ocupada: Amazing Grace. Entonces mi mamá se acercó a mi, y trató de acordarse de la letra en español. Luego probamos con Señor, al contemplar tus obras... y se nos antojó tener un reposet y un piano en casa para ponernos a cantar juntas himnos de la Iglesia Bautista.
***
Después de superar el escollo de la memoria dactilar, y el dolor que había quedado en mis dedos, recordé que yo quería cantar Amazing Grace. Pude adivinar los acordes, pude sacar gran parte de la melodía con mis adoloridos dedos, pero recordé el gran descubrimiento que hice la noche en que las puertas de Palacio Nacional ardían: internet está lleno de pdf de partituras, tablaturas y, más aún ¡tutoriales en video! No tardé con dar con el primero.
Lo escuché con atención, y hasta comencé a aprender el rasgueo country. Aquello me emocionó: ¡tanto que me gusta la música country! Pero había algo que no me checaba... ¡¿country?! ¡¡pero se trata de un Gospel!! Me asaltó la misma sensación que tuve cuando soñé que tenía barba: algo anda muy raro aquí.
Entonces encontré un video que ¡finalmente! tocaba aquello como un blues. Y una honda culpa me tomó desprevenida: estaba manchando, con mi gusto por el country a los esclavos negros gringos. Y la culpa me llevó a otro mucho más retorcido recuerdo: las culpas que me asaltaron cuando la sección hobby de mi cerebro andaba tan emocionada con los nazis. Porque fue hasta que descubrí que el mismísimo Hugo Boss fue el diseñador de los uniformes nazis que entendí porqué aquello tenía una estética tan sobrecogedora. No es que en mi anidara una perversión fascista no descubierta antes por mi... ¡la culpa la tenía Hugo Boss!
Las águilas, la Wehrmacht avanzando sobre territorio soviético... todo eso ejercía una tremenda atracción sobre mi. De pronto me descubrí buscando en internet tiendas donde vendieran réplicas de la Cruz de Hierro, o buscando enormes wallpapers con banderas y águilas, y todo aquello. Y eso me daba más culpa que buscar pornografía... pero lo hacía con la misma intensidad protegida en mi soledad y la noche.
¡Pero son los malos malísimos! pensaba yo. Hasta que mis estudios documentalezcos sobre la Segunda Guerra me llevaron a batalla de Stalingrado, y me tocó ver cómo se enfrentaban Stalin y Hitler usando a los soldaditos como sus piecesitas de ajedrez. Y me di cuenta de que me hallaba simplemente encantada por la épica. Ni más ni menos: eran mis argivos y mis troyanos. Y entonces me tocó ver a Stalin ir partiéndole la madre a Hitler por un lado, y por el otro todo lo que de desgarrador tuvo aquella batalla. Y al fin me reconcilié con la estrella roja. Porque yo había leído a Kapuściński y había aprendido a odiar a la NKVD y a Stalin, pero entonces "recordé" el otro lado de la moneda... Stalin pudo haber sido un hijo de la chingada a quién el mismo Nikita mandó borrar del mapa... pero liberó a Europa de Hitler.
De aquella aventura con la Segunda Guerra Mundial aprendí muchísimas cosas. Para empezar, el engaño en que consiste simplemente usar a Hitler como sinónimo del mal. La cereza del pastel de sus maldades fueron los campos de concentración, sí. Pero es sólo la cereza del pastel: lo terrible del Nacional Socialismo fue el fascismo. Y cualquier pueblo que se comporta como masa lo puede ejercer sin necesidad de Mein Kampf: basta que encuentre una tabla de valores con un malo malísimo y un bueno buenísimo, y se dedicará a justificar todos los medios con fines.
Mientras ardían las puertas de Palacio Nacional, encontré la versión de Amazing Grace de Louis Armstrong. Mientras escuchaba al trompetista de color, le explicaba a un tuitero que no cualquier acto cometido bajo una bandera ideológica es justificable sólo por eso: en nombre de Dios se han cometido atrocidades mayúsculas... lo mismo bajo la bandera del comunismo y, ahora, a una multitud menos confundida que ayer, le querían ver la cara arguyendo que los pirómanos de Palacio Nacional usaban nuestra bandera.
***
Mi mamá quiere ir a la Iglesia como iba mi abuelita. Mi abuelita nos explicaba que ya no creía en ese tal Jehová (recuerden: vampiro de la misma raza que Huitzilopochtli, que tanto les gustaba la sangre y los sacrificios), pero que iba gustosa a la Iglesia: iba a cantar. Y, en última instancia, decía mi abuelita, nunca hay que olvidar aquello que decían los Mayas cuando se encontraron con los despiadados conquistadores:
Ellos son malos, pero su dios es bueno.
****
Arden las puertas de Palacio Nacional.
Arden las puertas de Palacio Nacional el mismo día en que se celebran los 25 años de la Mauerfall. Se me figura como si fuera aquello el otro extremo de la batalla de Stalingrado: como si el 9 de noviembre de 1989 una honda cicatriz se hubiera cerrado en el centro de Europa. Ayer Berlín lució un cinturón de luces que recordaba aquél caminito divisor, y mientras aquí todo mundo tenía la quijada desencajada por la rápida sucesión de noticias, el mundo recordaba cómo de repente los estados de cosas suelen cambiar de golpe.
Arden las puertas de Palacio Nacional. Y yo recuerdo que no he hecho la tarea de alemán, que hoy no leí nada sobre el naturalismo y que me la pasé tratando de acomodar mis muy enredados afectos y neurosis. El pobre Danilo fue objeto de la ira pública... y tan escandaloso fue el asunto que hasta yo me enteré. Y mientras todo mundo se desgarraba las vestiduras por sus chistes (y, peor aún, mientras mis amigos más cercanos se reían de tan buenos chistes), de pronto descubrí dos cosas. La primera, que es muy buena noticia no estar enredada con él en momentos tan dificultosos como éstos donde su actitud (ya no sé si suicida o simplemente de attention whore) embarra a cualquiera que esté cerca de él. La segunda, que quizás en el fondo él siempre ha tenido la razón: la gente es estúpida.
La gente no es buena o mala: es simplemente estúpida, y más cuando se encuentra en mood gregario. En el fondo, tanto los que hemos padecido bullying como quienes han sido dotados naturalmente del don del liderazgo, lo sabemos. A la gente le encanta sentir el poder que le da su comportamiento en grey, y ahí van exigiendo la cabeza del CM de Crunch, o pidiendo la cabeza del Danilo porque 'es su granito de arena para que el mundo sea mejor'. Porque el argumento ad multitudinem (la versión linchadora del ad populum) los dota incluso de la sensación de tener la razón. Luego la gente, sacada del mood gregario, se hace racional... y la gente honesta incluso se ve obligada a reconocer el error en que estuvo mientras era presa de tan extraña soberbia.
Pero la gente rara vez es honesta.
***
La gente no es buena o mala. La gente es estúpida. Pero su dios es bueno.
¿Y cómo no ha de ser bueno su Dios si, para la alabanza, intercambió los sacrificios por la música?
De aquella aventura con la Segunda Guerra Mundial aprendí muchísimas cosas. Para empezar, el engaño en que consiste simplemente usar a Hitler como sinónimo del mal. La cereza del pastel de sus maldades fueron los campos de concentración, sí. Pero es sólo la cereza del pastel: lo terrible del Nacional Socialismo fue el fascismo. Y cualquier pueblo que se comporta como masa lo puede ejercer sin necesidad de Mein Kampf: basta que encuentre una tabla de valores con un malo malísimo y un bueno buenísimo, y se dedicará a justificar todos los medios con fines.
Mientras ardían las puertas de Palacio Nacional, encontré la versión de Amazing Grace de Louis Armstrong. Mientras escuchaba al trompetista de color, le explicaba a un tuitero que no cualquier acto cometido bajo una bandera ideológica es justificable sólo por eso: en nombre de Dios se han cometido atrocidades mayúsculas... lo mismo bajo la bandera del comunismo y, ahora, a una multitud menos confundida que ayer, le querían ver la cara arguyendo que los pirómanos de Palacio Nacional usaban nuestra bandera.
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Mi mamá quiere ir a la Iglesia como iba mi abuelita. Mi abuelita nos explicaba que ya no creía en ese tal Jehová (recuerden: vampiro de la misma raza que Huitzilopochtli, que tanto les gustaba la sangre y los sacrificios), pero que iba gustosa a la Iglesia: iba a cantar. Y, en última instancia, decía mi abuelita, nunca hay que olvidar aquello que decían los Mayas cuando se encontraron con los despiadados conquistadores:
Ellos son malos, pero su dios es bueno.
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Arden las puertas de Palacio Nacional.
Arden las puertas de Palacio Nacional el mismo día en que se celebran los 25 años de la Mauerfall. Se me figura como si fuera aquello el otro extremo de la batalla de Stalingrado: como si el 9 de noviembre de 1989 una honda cicatriz se hubiera cerrado en el centro de Europa. Ayer Berlín lució un cinturón de luces que recordaba aquél caminito divisor, y mientras aquí todo mundo tenía la quijada desencajada por la rápida sucesión de noticias, el mundo recordaba cómo de repente los estados de cosas suelen cambiar de golpe.
Arden las puertas de Palacio Nacional. Y yo recuerdo que no he hecho la tarea de alemán, que hoy no leí nada sobre el naturalismo y que me la pasé tratando de acomodar mis muy enredados afectos y neurosis. El pobre Danilo fue objeto de la ira pública... y tan escandaloso fue el asunto que hasta yo me enteré. Y mientras todo mundo se desgarraba las vestiduras por sus chistes (y, peor aún, mientras mis amigos más cercanos se reían de tan buenos chistes), de pronto descubrí dos cosas. La primera, que es muy buena noticia no estar enredada con él en momentos tan dificultosos como éstos donde su actitud (ya no sé si suicida o simplemente de attention whore) embarra a cualquiera que esté cerca de él. La segunda, que quizás en el fondo él siempre ha tenido la razón: la gente es estúpida.
La gente no es buena o mala: es simplemente estúpida, y más cuando se encuentra en mood gregario. En el fondo, tanto los que hemos padecido bullying como quienes han sido dotados naturalmente del don del liderazgo, lo sabemos. A la gente le encanta sentir el poder que le da su comportamiento en grey, y ahí van exigiendo la cabeza del CM de Crunch, o pidiendo la cabeza del Danilo porque 'es su granito de arena para que el mundo sea mejor'. Porque el argumento ad multitudinem (la versión linchadora del ad populum) los dota incluso de la sensación de tener la razón. Luego la gente, sacada del mood gregario, se hace racional... y la gente honesta incluso se ve obligada a reconocer el error en que estuvo mientras era presa de tan extraña soberbia.
Pero la gente rara vez es honesta.
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La gente no es buena o mala. La gente es estúpida. Pero su dios es bueno.
¿Y cómo no ha de ser bueno su Dios si, para la alabanza, intercambió los sacrificios por la música?
1 comentario:
En alguna ocasión un escritor afamado me dijo; compadre, no te imagines al escritor por sus escritos, por honestos que estos sean, porque tal vez son la forma de expiar a un ser no te imaginas
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