Recuerdo que cuando entré a la maestría me la pasaba blogueando de mis aventuras y experiencias... hasta que me puse a bloguear de mis maestros y, en general, podríamos decir que esponjita valió madres. Luego hasta descubrieron el blog (un montón de gente, quiten ustedes a los pobres víctimos del blog). Y luego ya se saben la historia, y si no se la saben pues es muy aburrida ¿saben?
La cosa es que ahora acabo de entrar al doctorado. "Acabo" muy entre comillas porque ya vamos en la famosa 5ta semana de mi segundo trimestre. What is the meaning of that? Pos que esto va demasiado rápido y yo demasiado lento, pero pos que ahí vamos. Digamos que me tardé casi un trimestre en agarrarle la onda a esto del doctorado, a lo de mi tesis, al mismísimo asesor, y a todo lo que significa estudiar de este lado de Tlalpan. Comenzaré explicando lo de este lado de Tlalpan.
Pues ahí tienen que, quienes vivimos en el Distrito Federal, sabemos que Calzada de Tlalpan es casi una referencia orográfica imposible de cruzar después de las 12 am si uno no tiene carro. De aquel lado de Tlalpan está el plutocrático poniente de la ciudad y el culturaloso sur. Ahí está Ciudad Universitaria (sólo la UNAM en la Ciudad de México tiene una cosa tan pomposa como una Ciudad Universitaria), está el Tec de Monterrey, la Universidad Iberoamericana, la Universidad Panamericana, el Instituto Politécnico Nacional (para abreviar, el Poli), y en un pequeño cuadrito de Coyoacán el 50% de las librerías del país (sí: del país). De aquel lado de Tlalpan también están los teatros, las salas de concierto, los lugares pípiris nais (nice) y todo lo bonito y digno de ser visto en esta ciudad. Y ¿qué hay de este lado de Tlalpan? Pues la Portales, las delegaciones Iztacalco (donde crecí) y la fastuosa delegación Iztapalapa, famosa porque cuenta con la mayor densidad poblacional de la zona conurbada (3 millones de habitantes) y jamás tiene suficiente agua. Así es: es el tercer mundo más tercero de esta ciudad que, del otro lado de Tlalpan tiene niveles de vida Finlandeses.
Bueno: como ya lo declaré, crecí de este lado y para ir a Coyoacán, había que cruzar la famosa Calzada. Y la única universidad de este lado de Tlalpan, ya lo habrán adivinado, es la UAM Iztapalapa. Yo no vivo en Iztapalapa: vivo en el pequeñísimo cuadrito de la Benito Juárez que queda de este lado de Tlalpan. Aquí vivimos un montón de estudiantes que sólo alcanzamos a pagar las mínimas rentas de este lado pero que estudiamos del otro lado, y gastamos lo poquito que nos sobra en las librerías del aquél lado de Tlalpan, vamos a conciertos y tomamos café en aquél lado de Tlalpan, y luego, presurosos y como cualquier Cenicienta, tenemos que correr antes de que cierre el metro (o sea, antes de las 12:30 am) para cruzar a nuestro rinconcito, aún Benito Juárez y todavía no Iztapalapa, de este lado de Tlalpan.
A menos que estudiemos en la Universidad Autónoma Metropolitana, Unidad Iztapalapa. Lo cual, de todos modos, no nos resuelve ningún problema, porque en cuanto uno llega a Avenida Rojo Gómez, el camino se vuelve escabroso y complicado. Es decir: llegar a Rojo Gómez es fácil: el metrobús llega limpio, grandote y rapidote (no como el camión de mi compadre Filemón) hasta la enorme y gigantesca avenida, flanqueada por el enorme Walmart y la Comercial Mexicana. Una vez ahí, la opción en transporte público es ni más ni menos que un microbús. La distancia entre Rojo Gómez y la UAM son menos de 2 kilómetros, pero el traslado es casi de media hora, porque el micro suele ir "puebleando", es decir, se mete por todas y cada una de las callesitas que median entre la modernidad y ese rincón perdido de la educación universitaria nacional.
La otra opción, obviamente, es el metro UAM. Así se llama: UAM. Así como hay una pomposa estación de metro llamada Politécnico y otra llamada Ciudad Universitaria. Pero a diferencia de las anteriores, la distancia entre el metro UAM y la UAM Iztapalapa es poco más de un kilómetro que es un incentivo para que la población estudiantil, prieta, fea y buena para el sufrimiento como buena película del Indio Fernández, haga ejercicio. O tomar otro micro, que, al igual que su antecesor, se toma más tiempo que el que uno tarda caminando. Pero ése es el menor problema de todos: una vía de acceso a la estación UAM es el transbordo por la famosa estación Atlalilco, donde convergen la verde-bandera línea 8 del metro, y la malhadada y escandalosa línea 12 dorada. Es el transbordo más largo de toda la red (sí: aún más que La Raza líneas 3-5, donde hay hasta un pequeño museo para que no se aburra el transeúnte).
Y, bueno, si uno decide tomar un taxi, la situación mejora notablemente. Desgraciadamente los taxis son caros. Pero uno puede ir tranquilo sobre Eje 6 sur contemplando la enorme Central de Abastos, y pasar junto a las pescaderías, y disfrutar el sumamente amplio eje vial hasta que se hace pequeñito, pasa por Las Torres (quién sabe cómo se llame esa calle, pero en el DF toda calle con torres eléctricas se llama las torres), entrar por San Rafael Atlixco y llegar, finalmente, al pequeño y muy guapo campo de estudios... que tiene sus peculiaridades heredadas de su iztapalapicidad.
Resulta que muchos años, detrás de la UAM, había un gran terreno lleno de paracaidístas. Llámesenle paracaidístas a los habitantes irregulares a los que se les hizo buena idea interpretar el lema zapatista de la tierra es de quien la trabaja por el terreno baldío es de quién lo habita. Pero un buen día llegaron los granaderos, los sacaron, y la UAM compró el terrenote. ¡Al fin vamos a tener alberca! dijeron, llenos de esperanza, los uamitas. Pero no fue así. Hace como dos años comenzó a construirse un enorme edificio que albergaría laboratorios. Mientras tantos, hacinados en pequeñas aulas mal diseñadas, los estudiantes sudorosos esperaban con ansia la construcción de nuevos espacios... hasta que el edificio se quedó a la mitad... y el terreno recién comprado se volvió una gran pista de entrenamiento (que sale más barata que una alberca). Y ahí está la UAM: la casa abierta al tiempo detenida y congelada en él.
Entonces uno se baja del taxi (sí, en eso me quemo la beca), entra por el estacionamiento a la UAM, y finalmente se introduce en ella. Y por dentro la UAM es muy, muy bonita. Tiene los famosos murales de Belkin flanqueando todos sus ángulos, y algunas esculturas que, cuando yo era niña, me parecían naves espaciales. Sus edificios son ultra-prácticos, y en eso se parecen a toda la arquitectura universitaria que se edificó entre los años setentas y ochentas en la Ciudad de México (así es mi Prepa, la famosa Prepa 2 de la UNAM), y así es la FES Acatlán. Tiene sus pequeños álamos (comparados con los gigantescos álamos del norte del país), y un silencioso ambiente de viento haciéndolos sonar. Y es tranquila, llena de jóvenes que corren de un lugar a otro y hablan de la próxima clase de cálculo. Es bonita. Me gusta mucho.
Y ahí, más adentro, en el Edificio F, es donde casi me la paso todo el tiempo. F de Filósofo, dice el asesor, aunque es el edificio que alberga los cubículos de CSH (Ciencias Sociales y Humanidades). Ése edificio está mucho mejor diseñado que otros (es de los más nuevo, según me han comentado). Y en sus cubículos algunos investigadores imparten clase: en el de mi asesor tomo una clase sobre Suárez. Ahí tiene sillas y algunos banquitos para dar cabida a los cursos de poquita matrícula (mínimo 5 máximo 9, creo). En un lugar así, es necesario ser muy eficiente con el espacio, el tiempo y, sobre todo, los recursos económicos.
En el piso de abajo hay un salón de seminarios, muy elegante (¡cuenta con aire acondicionado!) y es amplio y cómodo. Y siempre nos ofrecen aguas y refrescos por aquello de mantenerse despierto. En la planta baja hay una gran explanada con algunos sillones. Y silenciosos y rápidos cruzan, suben y bajan escaleras estudiantes de antropología, lingüística y filosofía. Es un lugar sumamente agradable.
Y, bueno. ¿Qué me la he pasado haciendo estos dos primeros trimestres? Traduzco Analíticos Posteriores de Alberto Magno. También he tratado de integrarme a mi línea de posgrado: Filosofía de la Ciencia... lo cuál, contra toda expectativa, me ha venido muy bien, porque el primer capítulo de la tesis (y Analíticos Posteriores) tratan de la visión que tiene Alberto Magno sobre la ciencia. Justo ahora estoy leyendo un artículo de Philip Kitcher sobre el regreso de los naturalistas. Es para el seminario de filosofía de la ciencia, y aquello me interesa porque quiero caracterizar qué tipo de naturalismo hay en Alberto (de que lo hay, eso es seguro: cualquier aristotélico que se respete, lo padece). Pero ¿exactamente de qué tipo? y sobre todo ¿qué significa naturalismo en un autor con un sistema metafísico como el albertiano y cuyo realismo metafísico es tan poderoso? O quizás para otros oídos ¿qué significa naturalismo para alguien que habla de ángeles, arcángeles, serafines y demás animales afines? En esas ando...
Recién hice una gran amiga: ella se dedica a la inteligencia de los animales y yo al animal del Alberto... jaja, no, eso último no. Pero recuerden que Alberto considera que los primates superiores hacen entimemas y hay algunos que ¡hasta lenguaje tienen! (sí, sí: los pigmeos, pero esa es otra muy divertida historia). Mi amiga y yo somos fans del naturalismo, de la filosofía de la mente aquella que es novia de las ciencias cognitivas, y sabemos que los gatos hacen inferencias. Y somos las dos únicas mujeres del posgrado de filosofía de la ciencia, lo que provoca una extraña solidaridad de género.
Todo va muy bien... salvo el pequeño detalle de cruzar fronteras. Y no, no me refiero sólo a Calzada de Tlalpan, sino al océano Atlántico. Cada rato llego con el asesor indicándole que necesito este libro raro que está en Florencia y no nos lo quieren prestar por préstamo interbibliotecario internacional, o que resulta que este tema lo trabaja solo un tipo en Canadá, y que hay que ir a ver los manuscritos que están el Colonia (Köln) o en Bonn, o que hay que ir a platicar con el grupo más importante de filosofía de la mente medieval en el mundo, y que los simpáticos señores están en Finlandia. Y ante todas mis angustias y dudas, dice el asesor: para eso te vas a ir allá, o eso es lo que vas a ir a hacer allá, y casi tenemos un mapa lleno de banderolas y chinchitas con el plan de viaje para poder armar esa tesis. Resultó pues, que la última frontera no era aquél lado de Tlalpan...
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