¿Recuerdan aquella famosa novela que se escribirá algún día llamada El alemán en bicicleta que leía novelas rusas? Pues esa novela no puede escribirse si no leo Ana Karenina. Y nada más leí los dos primeros capítulos, donde Stepan sueña con unas botellitas mujeres y unas mesas que cantan. Y no había terminado de leer su sueño y el desconsuelo sufrido al ubicarse en la vigilia cuando algo me punzó en el corazón ¿Por qué demonios no la había leído antes? Ah, Tolstoi, tarde te amé, hermosura, tan antigua y tan nueva... Luego me dieron ganas de aprender ruso, pero recordé que ni siquiera puedo hablar fluidamente el inglés y que el alemán se me rebela, y que ya olvidé las preposiciones en árabe... y de todo, lo más terrible es haber olvidado casi todo el hebreo que aprendí... y la lucidez de la vigilia me llenó de desconsuelo.
Tarde te amé, hermosura, tan antigua y tan nueva... y entonces resultó que la semana pasada fue la de los dos obispos: el de Hipona y el de Ratisbona. ¿A qué venía nuestro antiguo amor, el rétor lúcido e impenitente hacedor de preguntas embarazosas? Pues nada, que el jueves nuestro muy querido Demiurgo, alias Valerio, nos habló del tiempo según los filósofos del Pórtico. Aquello sonaba tan a Confesiones XI, capítulos 14-28. No sé porqué me sorprendió tanto si es vox populi que Agustín era un neoplatónico demasiado estoico... pero entonces yo era una papanatas... más papanatas que ahora, ¡ay, Paloma Ferdinandova! y aquella horrorosa tesis jamás se tomó la tarea de buscar en el Stoicorum Veterum Fragmenta los pasajes acerca del tiempo... y era tan fácil y tan obvio. Me hubiera gustado tener un asesor en aquellos años: uno de a de veras.
Todos los siglos son este presente... y a la vigilia había que regresar. Pero ¿qué nos aleja del Episcopous cum botis? Horroroso Doktor Universalis. Resulta que hallé un par de artículos de un paciente varón canadiense que sobre la lógica de Alberto mucho ha escrito... MUCHO. O sea, muchos artículo de MUCHAS PÁGINAS. Y mis descubrimientos fueron variados. Para empezar, ha publicado EN ESPAÑOL... sí, en mi lengua de barrio, pobretona tercermundista que como es inútil y no sirve para nada y está más devaluada que el Peso, me obliga a aprender inglés y alemán. Pero además escribe en FRANCÉS. Lo cuál es mucho mejor que si escribiera en alemán, en checo o en polaco, pero es trágico porque yo leo el francés con grandes tormentos: apelo a la gramática romance pre-instalada en mi cabeza y el diccionario... cruciata Columba. Uno de los artículos analiza la relación entre la lógica y la gramática en Alberto, lo que ¡Oh Fortuna! acababa de aprender yo en los árabes gracias a un artículo de nuestro philosopher-star Peter Adamson. Pero el otro... el otro artículo. ¡Ay mamá! ¡Ay Dios! Mein Gott! ¿y si esa era mi tesis que a B. Tremblay ya se le había ocurrido hace mil años ya? Temerosa leo las primeras páginas... al menos me servirán de guía... si es que no son ya el mapa completo de la nova Terra que quería cartografiar yo. Después de una tarde tormentosa –pues los huracanes comienzan a llegar y las tardes de Umbiloselenópolis se vacían en truenos y centellas– comprendí que tenía que leer gran parte del Organon del Episcopus cum botis. Así, sin pies ni cabeza como lo acusan Ebbesen y Pasnau. Tengo que leer y aprender todo aquello... y el tiempo corre que vuela... eterno presente.
Mientras tanto llega a mis oídos la historia de Jonás... que en hebreo es Iona, o sea Paloma. Mein Gott, no quiero ir a predicar a Nínive. ¿Por qué me lanzas a esa odisea? Ich will nicht! ¡Quiero regresar al decadente imperio Romano donde Agustín justificaba lo injustificable, y daba cuenta de las hordas de bárbaros destruyendo Roma y asediando las fronteras de Hipona! ¡Quiero volver a tener 26 años! ¡hacer las cosas en orden! Tomarme un poquito más en serio, saberme mortal y no solamente efímera. Creer un poquito más en mí misma... haber despertado a tiempo.
Ni que tuvieras 80 años, diría Valerio transfigurado en la muy paternal figura del Demiurgo. Ni que tuviera 80 años. Ni que tuviera 50... ni que tuviera 36. Muy buenos, muy buenos mis 35 años para usar mis envejecidas neuronas que todavía están un poquito flexibles y aprender a declinar y conjugar el alemán. Y tratar de encontrarle los pies y la cabeza a la lógica del otro alemán... porque, recordad vieja esponjita, que el Episcopus cum botis usó la lógica para otra cosa.
¿Para qué?
Hoy me pasó algo extraño en la UAM-I. De pronto me quedé "atrapada": sin mi libro, sin dinero para regresar a casa, y con dos horas vacías que no se me ocurría cómo llenar. Al final me metí a la biblioteca: me dieron ganas de sacar el libro de Hanna Arendt sobre Los orígenes del Totalitarismo. (a propósito de algunas discusiones sobre la cruciata situación de mi país). Pero mientras deambulaba por ahí en el piso equivocado, mis ojos se vieron fortuitamente atraídos por unas letras plateadas en fondo negro: The Simian Tongue: The Long Debate about Animal Language. Desanduve tres pasos y me paré frente a la estantería: era un libro dedicado a narrar el descubrimiento del lenguaje de los simios. Pues así como que muy Long no era el debate narrado ahí ¿A que no saben qué obispo con botas no estaba en el índice analítico? Je, je, je...
Jonasa Fedinandova... el azaroso Hado te ha vomitado en las playas más insospechadas. Y de eso me acordé el viernes en un bonito coloquio sobre escepticismo (donde uno olvidó mi nombre y otro claramente me reconoció con un poquitín de resentimiento). Ese viernes un célebre escéptico californiano explicó cómo las vocaciones se forjan más por fortuitos encuentros que por búsquedas deliberadas. Y mientras aquél discurría sobre cómo uno huye del Pórtico para proseguir la búsqueda, no me atreví a mirar a la amorosa causa de mis errancias, a la que hoy no supe ni qué decirle no cómo consolarle por el desaguisado que le había jugado su memoria. Y fue a causa de la perplejidad en que me sumió mi impotencia, que me quedé atrapada en las playas de la biblioteca de la UAM, sin libro y sin dinero. Y fue el libro del long debate que me despertó de mi ensueño: anda pues, mein Gott! llevaré tu palabra a los ninivitas.
Y es que ayer, mientras buscaba un regalo de cumpleaños, recordé una imagen bellísima que está en la Biblioteca Nacional de Francia (¡oh Französich!). Así que me aferraré amorosamente al fato, y tomaré la lección del vocero de Zaratustra, y haré del azar de mis memorias un amoroso destino. Que ahora sí tengo asesor, de a de veras...
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