31 agosto 2009

Afuera-adentro



et venio in campos et lata praetoria memoriae,
ubi sunt thesauri innumerabilium imaginum

Deambulo dentro de mis cavernas.
Hablo: retumba el eco.
No hay, por ahora nada.
Sólo, en las paredes,
queda la marca de los muebles
y los cuadros que adornaban.
Aquí, este hoyo en la alfombra,
es huella de la pata de la cama
sobre la cuál dormimos y nos amamos.
Allá, ese rectángulo de mugre en la pared,
es lo que queda de los retratos que nos tomamos.
Pero ya no hay nada.
Las arañas se mudaron.

La única cortina que quedó
es movida por la ventolera.
Me hago entonces a la idea
de que sólo me habitan fantasmas.
(me río: es que soy aristotélica).

En el fondo de la casa hay un librero.
Bajo gruesas capas de polvo
reposan pulcramente acomodados
un manual sobre teoría de conjuntos.
el Baldor, el Copi y el Simpson.
Y de todos, el más doloroso
la Crítica de la Razón Pura.
Es la biblioteca de los libros jamás abiertos.

"Tu librero es la suma de tus obsesiones"
dijo Daniel.
"de puras procrastinaciones"
pensé yo.

En la pared, la única que conserva cuadros,
están las fotos de mis maestros.
El que me daba griego,
de hermosísimas espaldas,
y el que me dió a Plotino
(los capítulos, no la clase)
cuya voz se escucha, todavía
a varios salones de distancia.
Y más acá,
la foto del Demiurgo
llena de velitas y veladoras.
Voy corriendo y las apago de un soplo
(de varios: el cigarro me ha minado)
No quiero más santones en mi casa.
Pero apago las velas y me quedo a oscuras.

Más acá,
la foto de mis profesores alemanes.
El de la mismidad, con su larga barba
y con el cigarro eternamente prendido
y una parvada de adolescentes siguiéndole el paso.

Y junto a aquella,
la foto del de las intenciones,
el de Ovis timet Lupum
el de "¿cómo así?".
El que llega temprano y se queda solo
esperando a que aparezcan los muchachos.
Y bajo su retrato
están enormes tomos en latín.

Paso la mano temerosa de que se empolven
como le ocurrió al Copi, y a Kant y al Baldor.
Y corro a la cocina

(ahí, donde sólo quedan
manchas de la estufa que estuvo
del puchero que hirvió
del vapor del té que Daniel me preparó)

y busco un trapito de tela lles.
Y ahí está. Lo humedezco,
vuelvo a los libros y los desempolvo.
Paso la mano por los De Anima
el de Alberto Magno,
el de Averroes, del de Afrodisio.
Pero de todos,
el que con más amor limpio
es el de Avicena...

La casa está vacía.
Pasó un huracán,
el tiempo,
la arena y la tierra de fuera se metieron.
Y tengo que conseguir una escoba
los focos
las cortinas nuevas.
Me urge un sillón para recibirlos a todos,
me urge pintura:
la pared está herida.
Tengo que habitar de nuevo la casa,
venga o no conmigo Daniel.

Afuera se oye el bullicio.
Los amigos, los compañeros.
Daniel también espera.
Él se creía adentro.
Yo lo creí también.

¿Cómo hacerlos pasar a esta casa,
sin muebles, con polvo, sin arañas?
(necesito un nuevo paquete de arañas)

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