24 enero 2010

Notas investigación #23.4


"El ojo humano percibe los movimientos mucho
antes que las formas y las siluetas.

Muévete despacio cuando estés reconociendo el terreno"

Stieg Larsson "Los hombres que no amaban a las mujeres"


No tuvo que venir la Dra. Spelke a recordarle los avances de que en los últimos veinte años la psicología experimental a realizado en los terrenos de la investigación sobre la percepción. Desde que era niña, la detective Esponja recordaba que en alguna película de aventuras el cazador le decía al aprendiz que debía permanecer quieto ante el ataque del león: mientras no se moviera, el animal no podría percatarse de que él estaba ahí. La seguridad de aquél que se sabía presa estribaba justo en la intuición de que su inmovilidad lo haría imperceptible. Pura evidencia empírica... en el más coloquial de los sentidos. Así el capitán Adolfsson le recordaba a Mikael que debía moverse lentamente pues el ojo humano percibe mucho antes los movimientos que las formas y las siluetas. Formas, aquí, se refiere, paradójicamente, a lo mismo que Avicena: las formas que delimitan perceptiblemente a un objeto.
Sin embargo, ni Avicena ni Aristóteles pensaron jamás que existiera tal antecedente temporal entre la percepción de aquello que se mueve y el reconocimiento de "qué es" (con acento... what en inglés en contra de that). O ¿sí lo hicieron? Era obvio que tal experiencia cotidiana en algunos que tenían familiaridad con la caza, no podía pasar desapercibida. Pero si era así ¿por qué sus teorías de la percepción no partían de dicha evidencia y sobre ella se construían?

La detective Esponja recordó entonces la irritación con la que Laura Benítez volvía a recordar la necedad metafísica de los aristotélicos por suponer que, mediante la mera percepción éramos capaces de conocer la sustancia del objeto. Esponja sintió una irritación propia: se dió cuenta de que no era capaz de explicárselo llanamente. Parecía claro que uno de los asideros fundamentales del estagirita estribaba ahí: si no somos capaces de percibir sustancias la ciencia no es posible. Esa es una de las teorías de T. H. Irwin: Aristóteles, en un primer momento, quería deshacerse de la dialéctica como única vía del conocimiento, pues ella derivaría en un conocimiento divorciado del mundo. Algunos presocráticos lo tenían claro, y en el helenismo fueron los epicureos quienes se propusieron la posibilidad de que, de las cosas, sólo conocemos sus cualidades: la conclusión es que no podemos tener conocimiento alguno de las sustancias. El ejemplo favorito era el cuello de la paloma torcasa: la percepción de los colores depende del lugar dónde se vea un objeto iridiscente. Pero ello va contra la percepción que tenemos de las cosas como algo que dura... que perdura lo mismo a través, justamente, del movimiento.

La detective Esponja, pues, comprendió de pronto por qué el movimiento es el sensible común del cual Aristóteles deriva la percepción de los cuatro restantes: reposo, figura, número y magnitud. Ahí hay una prueba de que Aristóteles estaba plenamente conciente de la preeminencia del movimiento a la hora de percibir. Pero no parecía darle la prioridad que tiene sobre la percepción de las cualidades, o dicho de otro modo, de los sensibles propios: el color, especialemente, el color: el sensible propio que es esencial a la vista.
Es claro, pensó la Esponja, que a pesar de todo, el filósofo de Estagira tenía muy clara la divergencia que hay entre la percepción del movimiento de un objeto determinado, y la percepción de sus cualidades: es aquí donde aparece con claridad las razones que lo hicieron postular las dificultosas percepciones accidentales; en ellas se manifiesta con claridad esta discontinuidad, y además echa luz a los motivos del Estagirita por distinguir entre los tres niveles de percepción.
El primero, pues, es la percepción de los sensibles esenciales o propios: el olor para la nariz, el calor para el tacto, el color para la vista. Una característica central de este tipo de percepciones es que son el producto de su ubicación entre los contrarios: el color es un punto intermedio entre el blanco y el negro, el sabor entre lo dulce y lo amargo, y así. Luego, está la percepción de los sensibles comunes: comunes porque no se perciben por algún sentido particular, y cuya característica relevante es que no poseen contrarios: la figura no posee un contrario (algo que Avicena subrayará). Pareciera que el contrario del movimiento es el reposo, pero es notable que uno y el otro se encuentren entre los sensibles comunes, y no haya una especie de género que se superponga y del cual se deriven movimiento-reposos intermedios. No es difícil demostrar (pensó la Esponja) las razones que llevaron a Aristóteles a dar al movimiento prioridad frente a los restantes sensibles comunes: su Física entera está basada en el movimiento de los cuerpos; es el movimiento a partir de dónde se extraen todas sus propiedades mecánicas, y de dónde proviene su definición. Sin embargo, ahora aparaecía una nueva pista.
El tercer tipo de sensibles son los accidentales: aquellos que se unen a la percepción propia o cumún de un modo no esencial al proceso perceptivo, por ejemplo "aquello blanco es un conejo", o "aquello que se mueve es un soldado": "soldado" o "conejo" no es algo que sepamos de lo percibido a través de la mera percepción. Incluso Cashdollar -quién, además del nombre curioso, tiene el artículo más interesante sobre el asunto de las percpepciones accidentales- dice claramente: "son percepciones no esenciales justamente porque a lo esencial -el color, por ejemplo- puede unírsele cualquier cosa que pertenezca a cualquier otra categoría distinta a la de cualidad." Tan es así, pensó el danilo cuando se lo conté, que el ejemplo de Aristóteles es "eso blanco es el hijo de Diares": el predicado de la proposición es un accidente cualquiera, en este caso, el de relación: ser hijo de.
Y es en ese tipo de percepciones donde la cantidad de error aumenta considerablemente. Dice en el De Anima que frente a un sensible propio es difícil equivocarse, pues sería raro equivocarse al percibir un color (lo cual, sin embargo, es posible, como lo demuestra el incómodo ejemplo de los colores iridiscentes) más fácil, dice el Estagirita, es equivocarse respecto a los sensibles accidentales... Aquí el instinto investigativo de la Esponja le hizo ruido: ¿por qué poner en segundo lugar de certeza a un sensible accidental y no a uno esencia, es decir, los comunes, como sería lógico esperar? El tercer lugar, cuando dice el Estagirita "dónde ya es muy fácil equivocarse" radica en los sensibles comunes: en saber que "aquello se mueve" y es predecir el lugar del movimiento.
Es obvio que Aristóteles estaba perfectamente conciente del desface que existe entre la percepción de cualidades y la del movimiento: por ello aquí es mucho más fácil equivocarnos. Y es aquí donde entra uno de los usos del término "fantasía" más interesante: cuando lo utilizamos, dice Aristóteles, es justamente cuando más dudas tenemos frente a lo que vemos. Recordemos que "fánestai" es "aparecer". Así, cuando decimos "me parece que algo se mueve", queremos indicar nuestra duda frente a lo que estamos viendo. La distancia juega un papel muy importante en los ejemplos que da el Estagirita: podemos percibir que algo se mueve, y con dificultad le adosamos el "qué" es lo que se mueve, pues la distancia nubla la capacidad que tenemos de atribuirle las cualidades correctas y, de ahí, la percepción "akribós", esto es, exacta, de lo que estamos viendo. Entonces, pues, el movimiento es perceptible con mucha más facilidad que las cualidades, pues éste se impone a pesar de la distancia.

Pero, si es así, y si Aristóteles estaba más que conciente de este fenómeno ¿por qué su teoría de la percepción lo explica de manera secundaria?
Quizás las razones se encuentren en los presupuestos metafísicos de su teoría de la percepción: lo que percibimos son sustancias, y ello quiere decir que somos capaces de percibir "objetos completos", esto es: a las manzanas las percibimos con sus propiedades perceptivas esenciales (que es una bola roja) y ello nos permite enlazarla con los predicados "accidentales-perceptuales" (que está en el piso a tres metros de distancia y que es una sustancia).
Sin embargo, con Avicena ocurre algo interesante.

Para el turbantudo ocurre que el movimiento no es algo que podamos percibir por los sentidos externos. Y ello siguiendo, un poco, la lógica de pensar aristotélica: percibimos sólo aquí y ahora. Si vemos una gota de agua, el ojo puede percibir su color e incluso su figura, pero sólo donde está en ese instante la gota. Así, percibir el patrón que describe al caer (una línea recta, por ejemplo) sólo puede explicarse porque alguna facultad interna es capaz de "sumar" la ubicación anterior de la gota y la ubicación presente, y formar una especie de "distensión" recta que nos de la sensación de movimiento. Esto en Avicena obviamente complica las cosas, porque el movmiento es una construcción posterior sobre una percepción anterior. ¿Cómo se explicaría, desde esta perspectiva aviceniana, los errores que cometemos al percibir? ¿Cuál sería la fuente del error al ver algo que se mueve sin saber exactamente que es, y posteriormente percatarnos de qué es lo que se ha movido?


La detective Esponja recordó al italiano Casati cuando les dió la clase de "Objeto". Les hizo leer un artículo genial del cuál por ahora sólo se acuerda del ejemplo de superman: ¿qué nos permite decir "es un avión, no, es un pájaro, no, es ¡Superman!". En el fondo, lo que Casati nos quería enseñar es que las investigaciones sobre la percepción en adultos y las mismas en la percepción en niños nos enseñan algo: la capacidad de percibir el movimiento es anterior cronológicamente a la de adosarle cualidades. En el caso del niño, lo que Spelke descubrió es que no es sino hasta los doce meses de edad que el niño puede sintetizar ambas percepciones, y que al adosar la percepción de las cualidades, le adosa al movimiento cierto "significado": el niño, de pronto, adquiere la capacidad de representar objetos tridimensionales estáticos.
Esponja, en su tarea, tradujo al inglés un pasaje que AT tradujo del latín al español: el famoso pasaje donde Avicena distingue entre la percepción que la ovejita tiene de la figura del lobo, y la percepción que tiene de que el lobo es "peligroso". Durante mucho tiempo la Esponja pensó que Avicena había previsto la dificultad de Spelke y compañía. Pero no, ahora acaba de percatarse de su error.
Avicena distiguía, ahí, la percepción sensible de una cierta percepción signficativa: la figura del lobo (su forma, como él la llama), y ciertas propiedades que significan algo. Pero la unión de cualidades primarias y del movimiento (o dicho en Berkeleiano: de cualidades secundarias y primarias) es un momento anterior a la percepción de ciertos signficados.
En cambio, el descubrimiento de los spelkianos-casatianos es que aquello que llamamos propiedades primarias (o los sensibles comunues: su corporalidad) es anterior a las secundarias (su color, sabor, olor y esas cosas no esenciales, según Descartes, que están unidas al pedazo de cera); pero que las cualidades secundarias y el signficado del objeto van de la mano: podemos percibir que algo se mueve y luego que es blanco y que es un conejo.

Esponja, a falta de estufa o de oficina investigativa, se echó hacia atrás en su pequeña sillita de oficinista. Dió una bocanada al cigarro, y se percató de la dificultad de la cuestión. Luego apagó el ordenador (¡¿por qué los castellanos hispánicos se han apropiado de la traducción de las novelas de misterio?!) y regresó a la cama con el libro de Stieg Larsson... total: ya habían aparecido algunos personajes bastante malévolos y quería saber si el misterio del asesinato del gato, tarde o temprano, se aclararía -porque los recursos económicos no prometían que le alcanzara para la segunda entrega del Harry Potter para adultos.
Antes de conciliar el sueño pensó la Esponja: no es casualidad que Umberto Eco haga novelas de misterio... esa siempre ha sido la chamba de los filósofos. Un buen filósofo debe ser capaz de escribir una buena novela de detectives. Por lo menos en ella puede inventarse la resolución a un gran enigma... cosa que en el quehacer filosófico, siempre resulta muy frustante...

3 comentarios:

Librería de Mujeres Canarias dijo...

Ay, ay, ay, que esta detectiva espoónjidis está como yo que lo digo desquiciadita trabajando a tope. (Después te leo bien, recuerdo que ya una vez hace tiempo me instruíste en esto del ojo y el movimiento).

Besitos.
Mucho ánimo.

quique ruiz dijo...

¿Que no la ilusión del movimiento podría sólo explicarse si se considera el movimiento como lo hace Avicena, como una construcción? (Con 'ilusión del movimiento', me refiero a, por ejemplo, ver girar una mampara circular sobre la que está un ciclista dibujado en distintas posiciones. El ciclista parece moverse).
A lo mejor ocurren las dos cosas. ¿No será que primero efectivamente percibimos el movimiento, pero sin objeto reconocible, y una vez reconocido ocurre lo que dice Avicena?

Esponjita dijo...

Quique: de acuerdo. De hecho no sólo la ilusión en ese sentido, sino todo movimiento es percibido de la misma manera.
De todos modos, creo que no es necesario el reconocimiento de qué objeto vemos para después construír la ilusión del movimiento: todo eso ocurre antes de que le impongamos el "qué es" al objeto que percibimos.
Saludos