12 abril 2011

Reporte Tesístico

Como siempre, el post tiene dos partes: la anecdótica y la filosófica. A falta de colores, subtítulos les guiarán para que unos se eviten leer el choro aburrido, y otros puedan pasar directamente a la entrega prometida.
Este tiene tres secciones: Anécdota, Choro Filosófico y Epílogo. El epílogo es lindo, así que pueden pasar al final del post aquellos aburridos del choro filosófico y echarle un oclayo.
Yo me voy a dormir un rato (suele ocurrir que estas introducciones las escribo al final) y nos vemos pronto, cuando me levante a publicar lo aquí consignado.

¡Ah! Avisos parroquiales: pues sí, la cartelera está valiendo madres. Pero eso sí: cada martes habrá avances de tesis y cada viernes (por las protestas de Higuito) choro higuiátrico. Los demás días siguen pendientes.

Anécdota
Sin internet la vida de clausura funciona mucho mejor. Por ello no me esfuerzo en lo más mínimo por conseguirlo. Si necesito algo, ahí están el IIFs o la casa de mamá. O el Starbuks o el Sangron’s.
El Sangron’s. Les había contado ¿no? de pronto mi amá tuvo unos exóticos síntomas. La gente del Sangron’s de Xola se portó a toda madre con nosotras. Y esa noche la pasé en vela en el hospital. No dormir no fue el problema –como ustedes comprenderán– sino el extraño ambiente. Y puesto que el internet está reservado a los pacientes que han ganado derecho a cama, no me quedó más que seguir traduciendo. A ratitos a Anzulewicz, a ratitos a Alberto.
Una ventaja de los hospitales privados es que el familiar tiene libre acceso a su enfermito. Y cuando oí roncar plácidamente a mi mamá todos los terrores me abandonaron y pude sentarme a traducir. Nunca creí que el latín me pareciera una lengua tan fluída después de los dolores de cabeza producidos por el alemán. Y para mi gran fortuna, reconocía en latín lo que hacía rato acababa de traducir del alemán: voy lentísimo pero a paso seguro.
Temprano llegó el doitor especialista y me aclaró que ya todo estaba en orden. Que él desde la madrugada había mandado los medicamentos correctos, y que los humores y pneumas de mi amá estaban de nuevo en orden. Los síntomas exóticos remitieron y nos regresamos contentas a casa.

Pero se supone que éste debía ser un reporte de mis avances tesísticos, no de las vicisitudes que rodean a la tesis. Una de las vicisitudes es Åsa Larsson, compatriota pero no emparentada con Stieg Larsson. Y es que la cosa funciona así. Cuando tengo internet bajo el capítulo de “El sexo débil”. Pero o ya se me bajó la depre, o ya se le bajó la inventiva a los libretistas, el caso es que la telenovela me parece cada vez más sosa, repetitiva y babosa. La esposa que abandonó al esposo se sigue comportando como si fuera la esposa abandonada. Los hijos de padres divorciados verán a sus papás casarse de nuevo. Pinche novela: de lo que se trataría es de que se nos enseñara a los hijitos de padres divorciados que podemos seguir siendo felices porque el divorcio no afecta el amor que nuestros padres nos tienen. Aunque no siempre es así. Pero así debería ser. Y los demás personajes ya me dan franca hueva. No salen del cliché de malos y buenos. Por eso las telenovelas colombianas son tan chingonas: porque no necesitan de Yago para ser buenos dramas.
En fin. Sigo divangando. El caso es que a falta de telenovela, tengo la novelita de Åsa Larsson. Y tiene la cualidad de que uno comienza a comprender que vivir en el polo norte es vivir eternamente mojado. Uno suda pero no se puede quitar el anorak (¿qué carajos es un anorak? sin wikipedia no lo puedo averiguar). Y que si uno se descuida, no puede sacar el carro porque nevó mucho. Y que los Estocolmianos son ridículos cuando llegan a Kiruna con ropa ligera. Supongo que por ‘ropa ligera’ no se refieren a las prendas que se acostumbran en los veranos yucatecos. Y el viento helado es como lajitas que abren la piel. Y la gente llega al trabajo a las cuatro de la mañana, porque simplemente no tiene caso vivir sometido a un reloj que no se pone de acuerdo con el sol: o siempre hay luz o nunca hay luz. Así que si alguien tiene insomnio, se va a trabajar. Está bien leer a Åsa Larsson: así me hago una idea de cómo es Finlandia (aunque la novela sea sobre Suecia). Total: lo único que me dá pánico de Finlandia es que el finlandés tiene 15 casos y dudo que alguna vez en la vida pueda aprender algo más que Perkele. Pero todo lo demás no me da miedo. No pasa de que muera hecha hielito.

Choro Filosófico
¡Ah sí!… el reporte.
Bueno, la cosa está así. Terminé de leer a Nuchelmas. Dos cosas saqué en claro (además de una muy útil referencia bibliográfica respecto a Nemesio de Emesa y el siglo XIII). Una, que la intencionalidad no se da plenamente si no es en la proposición. Ok. Ando descubriendo el café con leche. Y la otra es que intentio en Alberto, por lo menos las intentiones elictae pueden emparentarse a los dicta de Abelardo (o los enuntiabile como les llamarán después). Es decir: son donde reside la verdad o falsedad (the bearers of true and falsity). Eso lo hace absolutamente distinto de Avicena. Según yo, para Avicenita las intentiones son lo que se compone o divide con las formae (el producto de la percepción sensible), es decir, son uno de los términos de la conjunción. Pero para Alberto son la composición o división en sí. (Y sí, me pareció entrever, por fin, cuál es el problema de los nombres vacíos: es como dividir entre cero).
Si logro probar eso, hasta a Deborah Black me despacho (again). Porque no basta que la intentio sea signo de algo para ser intencional. Desde el de interpretatione de Aristóteles queda muy claro que hay secuencias de signos que son incompletas y otras que son completas. La proposición es la única completa. Y creo que sólo mediante ella se puede regresar al mundo. ¡Claro! es necesario que los nombres refieran para que la proposición se sostenga, pero el término, por sí mismo es incapaz de referir. Necesita el vehículo de la proposición.
Or (como dicen los franceses), si eso pasa al nivel de los contenidos intelectivos, debe pasar análogamente en el alma sensible si ésta ha de referir.
Pero antes quizás valga la pena aclarar unas cosas (que yo tengo rete confusas). Una es que ‘concepto’ lo entendemos como algo propio de los seres lingüísticos ¿no?. Pero, por ejemplo, para un décimotercico (o sea, del siglo XIII) un ‘concepto’ propio de la razón implica siempre la presencia de un universal. El universal, casi me atrevería a decir, es para nuestros contemporáneos una criatura exótica entre las criaturas conceptuales. Una más que es difícil de tratar si uno se niega al nominalismo (quizás para los estoicos era igual de problemática). Pero para un escolástico aristotélico el universal es la base de la racionalidad, o mejor dicho, del entendimiento.
En un muy simpático articulito que me pasó el Lobito sobre el lenguaje en los animales según Alberto Magno, queda evidenciada la cosa: la serpiente que le susurró a Eva era vehículo del demonio (entidad racional), pero la serpiente no comprendía las palabras que profería. ¿Por qué? porque carece del alma racional, esto es, del intelecto capaz de albergar a los universales. Sin ese ‘órgano incorpóreo’ la serpiente no capta el sentido o significado de lo que dice, porque –según yo– un concepto no es sino la concurrencia de un universal con sus características individuantes: materiales. Pero dichas características individuantes son inaprehesibles para el entendimiento. Éste necesita volver hacia la ‘imagen sensible’ para individualizar el concepto universal. Comprender que eso es una naranja exige el comercio entre las facultades intelectivas y las imaginativas. Por eso no hay falacia del homúnculo. Pero también por eso no hay una teoría del nombre propio. Y quizás por eso hubo de meterle mano un siglo después a la teoría para que funcionara mejor.
Si como teoría del lenguaje ésta es algo deficiente, como teoría de la mente es casi perfecta. Casi porque, como bien lo han hecho ver a lo largo de este siglo, el cómo se da exactamente el comercio entre el universal y el particular dentro del alma no es tan fácil de explicar. Sin embargo, en líneas generales el esquema funciona bien: posee incluso una solución casi natural al problema de los nombres vacíos. Siempre estará ahí la imaginación para auxilizar la carencia de referente.

Ahora bien, si al nivel racional el referir exige de la proposición declarativa, es decir, de aquella capaz de afirmar el estado de cosas en el mundo ¿qué ocurre al nivel del alma sensible? Como ya lo anotaba Wolfson necesitamos de un análogo al dianoetikón aristotélico que una y divida al nivel de las sensaciones.

(voy por café, orita les sigo explicando)

*siete minutos*

(ya vine)

Bueno: tenemos la facultad que une y divide. ¿Basta con eso? Quizás comparar con Avicena sirva aquí por primera vez para algo.
Nuestro querido galeno sabe que no basta unir y dividir para explicar el comportamiento de los animales privados de intelecto. ¿Qué provoca que el caballo, al conjugar ‘rojo, redondo y dulce’ apetezca la manzana? Un aristotélico ortodoxo diría que la mera fantasía guardada en la memoria, que relaciona aquello con el apetito y el placer, basta. ¿Qué hace que el perro tema a la piedra que antes lo ha golpeado? el mismo ortodoxo diría que la unión del dolor con la imagen de la piedra. Pero aquí se complica la cosa. ¿Qué tipo de pasión es el dolor? ¿a qué refiere el dolor? ¿’dolor’ es una propiedad de la cosa?
No. ‘Dolor’ no es una propiedad intencional (sí, ríos de tinta han corrido al respecto, pero me adhiero a quienes sostienen que no… y creo que Avicena también). Y si no lo es, entonces no puede ser una propiedad de ‘piedra’, es decir, no pudo ser puesta en composición con la imagen de la piedra (la cual, al ser imagen, refiere: ergo, es intencional). Al perro le duele la pata, pero ¿cómo conjuga ‘dolor’ con ‘piedra’?
En realidad, lo que el perro necesita es poder atribuir a la piedra la propiedad de ‘doloroso’ o ‘agente de dolor’. Pero ser ‘agente de dolor’ no es una cualidad sensible, por lo tanto no puede ser percibida por los sentidos. Digamos: la mano siente lo frío o lo caliente, siente dolor o picazón; pero eso no es lo mismo que atribuir el calor a la taza de café o el frío a la nieve.
Entonces ¿qué es eso de ser ‘agente de dolor’?
Nuchelmas nos hace un breve resumen sobre la teoría estoica de los lektá (asumo que vía Rist). Y sí, quizás sea una manera hábil de explicar la situación con Avicena. Un cuerpo es un agente, dicen los estoiquitos. Y las acciones de ese cuerpo pues no son ellas mismas cuerpos. En ‘El cuchillo corta’, ‘cuchillo’ es un cuerpo y ‘cortar’ la acción que este realiza. Es incorpórea. Y por ello imperceptible por medio de los sentidos. (Ya no me acuerdo cómo iba la cosa, pero ya la había escrito mejor. Se los paso en la próxima entrega: la relación de los lektá con las intentiones sensibilis de Avicena).
El kern del asunto, pues, es que la acción que ejerce la piedra sobre el perro no es algo que se perciba mediante los sentidos exteriores: no se ve y no se palpa. Por supuesto sigue siendo oscuro –si mi hipótesis es acertada– cómo es que de ‘dolor’ pasamos a la intentio de ‘agente de dolor’. Pero al menos resuelve el problema central que plantea Avicena: cómo se obtiene, sin mediación del intelecto, cierto tipo de información de índole práctico, que le permita a la bestia actuar en consecuencia y proteger su vida.
(Por ello el caso más importante no son las cautelas naturales sino la piedra que golpea al perro. Las cautelas son una excepción que explica por qué las ovejas no se han extinguido: si necesitaran de la experiencia para temer a los lobos, ya habrían desaparecido, puesto que son incapaces de comunicarse entre sí experiencias, no se diga ya que la oveja le enseñe al cordero que los lobos son peligrosos).
Como pueden ver, queridos lectores, lo que Avicena consigue con sus intentiones es la capacidad de explicar cómo la unión y división opera exitosamente sin necesidad de conceptos universales que permitan la ejecución del silogismo práctico.
Or (de nuevo en francés), para Avicena basta la conjución y división de dichos elementos para garantizar la referencia al mundo. Es decir: de la apercepción del estado de cosas. No se complica, no va más allá.
Pero los latinos, que mientras no tenían a Aristóteles junto a sí se dedicaron a hacer subterfugios dialécticos, tenían otras muchas preocupaciones. ¿En dónde radica la verdad o la falsedad? ¿en el estado de cosas o en el contenido mental? ¿en un intermedio, a saber, algo parecido a la proposición contemporanea, que garantice que la verdad persiste más allá de la desaparición de quienes piensan en ella? Pero si ya el Filósofo dijo que las cosas significan en virtud de las impresiones que hay en el alma ¿qué papel juegan entonces lo contenidos mentales?
Aquí es donde aparecen los dichosos dicta o enuntiabiles.

(voy por cigarros… aquí ya me atoré y necesito aire fresco para ver si puedo retomar el hilo. Nomás les adelanto algo: al final todos van a acabar diciendo que el correlato mental de los dicta –esa proposición misteriosa– es algo que no se aprehende mediante los sentidos. Pero los dicta no son propiedades, ¡oh no!. Son el contenido de la proposición, es decir, el producto de la división y composición. O dicho de otra manera: veri et falsi… ¿les suena conocido, amados lectores?)

Ok. Ya no tengo pila. Les haré un preview muy breve de la próxima entrega.
Como decía arriba, la diferencia sustancial entre las intentiones avicenianas y las albertianas, es que las primeras son propiedades de la cosa, que son subsecuentemente unidas o divididas con las formae. Una formae se puede unir o dividir con otra (blanco con salado) o con una intentio (peludo-gris con hostilidad). En cambio, las segundas son el producto de la unión o división. ¿Qué se une o divide? las imago o similitudines.
Aquí es muy importante notar que el mismo Alberto sostiene la analogía. En una cuestión (no me pregunte cuál: por eso estoy traduciendo el De homine, porque mis jodidas notas de 100 cuartillas se volvieron un mapa ininteligible), decía, en una objeción a una cuestión se pregunta si, así como hay aprehensiones simplex y complexas, ocurre lo mismo con los objetos sensibles. La respuesta es devastadora: a diferencia del Intelecto que, por su naturaleza, es capaz de albergar ambos tipos, el sentido no. Por ello, las aprehensiones simples se encuentran en la imaginatio mientras que las compuestas son propiedad de la phantasia.
Ahora bien ¿qué es la aprehensión compuesta? la intentio veri et falsi. Esto, como pueden ver, es análogo al problema de los dicta oder enuntiabile. ¿Por qué?

El asunto de los dicta va más o menos así (ok, recargando pilas… pero no pidan mucho):
Una proposición no significa en virtud solamente de sus referentes. De ser así, no habría diferencia entre “perro blanco” y los dos significados diferentes “el perro es blanco” (compositio) y “el perro no es blanco” (divitio). Pero ¿qué cosa del mundo es referida por la unión o división? No es una res, es decir, no es un algo que caiga bajo las diez categorías aristotélicas (como pueden serlo ‘perro’ y ‘blanco’). Pero es algo real, pues de no ser así, no habría significado de ningún tipo. Por ello, sea lo que sea, no es algo que pase primero por los sentidos.
El asunto, pues, es que aquello que es signficado por la proposición enunciativa es algo que excede a los términos simples referidos. Y ese excedente es lo que Abelardo (el de Eloísa) llama dicta, mientras que sus seguidores, urgidos por resolver la enorme cantidad de problemas ontológicos que dejó, llamaron enuntiabiles.
A algunos de dicho seguidores, se les ocurrió que ese extra es algo que es aprehendido por el intelecto sin mediación de los sentidos. Pero pues no aprehendido en el sentido pasivo en que se aprehenden los simplex, es decir, los conceptos universales. Otros estaban de acuerdo con que eso es un producto del alma: es ella la que, mediante la composición y división, los produce.

(¡carajo! ahora comienza a tener sentido por qué Alberto está tan preocupado por demostrar que, a pesar de los jucios propios de los sentidos, el alma sensible es pasiva… mmh).

Bueno: ya casi no hay pila (en mi mentesita). La cosa es así.
Alberto postula en el De homine ‘dos’ facultades sensibles externas: los sentidos propios y el sentido común. Y cuatro facultades sensibles internas: la imaginación, la fantasía, la estimativa y la memoria (y su contraparte racional: la reminiscencia).
El papel de la imaginación es hacerse de las similitudines o imagines, y las prepara para las otras facultades: la fantasía, el intelecto, la memoria, o el mismo sentido común. Recuerden: son el equivalente sensible de la aprehensión simple.
Luego está la diada fantasía-estimativa. El papel de la estimativa, en el De homine es casi subsidiario al de la fantasía. Y el papel de la fantasía es elicir las intenciones de lo falso y verdadero a través de la composición y división de las imágenes.

Ahora bien: a diferencia del inglés que posee su verbo ‘elict’ en castellano carecemos de un equivalente, lo cual da pie a dolores de cabeza, pero también ser más inteligente a la hora de buscar el exacto significado del término en Alberto. ¿Qué quiere decir elicere aquí? Como dice el Lobito ¿es producir?
Como hemos visto, si mantenemos la analogía con los dicta de Abelardo, sería una traducción legítima, a menos que la teoría de los enuntiabile de Alberto diga otra cosa (siempre y cuando Alberto tenga tal teoría: aunque Nuchelmans subraya que Alberto en su De interpretatione no abona más allá de lo que ya dijeron Aberlardo y sus seguidores, lo cual me da esperanza de que econtraremos algo similar en Alberto).

En fin. Se me acabó la pila. Espero que se puedan, con esto, hacer una idea de por donde irá el capítulo. Ahora, lo importante: ¿qué pasos seguiremos para que este jodido post se transforme en un capítulo?

1.- Lo primero es terminar de traducir el De homine. Les explico. Ya lo leí. Ya lo anoté. Ya saqué citas. Pero sigo sin tener una visión de conjunto del texto. Además, después de leer a Nuchelmas (aquí le reconozco sus dotes de Sen Sei al Lobito) me cayó el veinte de qué hay que buscar en el De homine. De este modo, mi método es el siguiente. Traduzco un ‘artículo’ y hago una síntesis de él destacando los puntos que me interesan, y dejando anotado lo que me parezca relevante; jerarquizando una y otra cosa (el gran problema de mi primer fichero es que anotaba todo lo que me llamaba la atención, y aquello se volvió impenetrable).

2.- Lo segundo es terminar con Ansulewicz. Por lo que estoy entiendiendo, no trata del tema que me interesa en este apartado, salvo un sub tema sobre los apendices materiales (al que todavía no llego). En todo caso, lo que dice Ansulewicz es relevante para la segunda parte de la tesis: el problema del speculum animatum, es decir, el de la conexión causal entre lo percibido y la percepción. Pero de ese tema luego les hablo. Es, digamos, la otra cara del problema. Si ahora estoy tratando con el proceso intencional, luego hay que tratar con el proceso causal.

3.- Mandarle a Lobito los resultados preliminares de los que les estoy platicando.

4.- Leer de una buena vez el de interpretatione de Alberto, para buscar una base más sólida que los cuentos de Abelardo sobre los dicta.

5.- Ver si nos vamos a quedar con el De homine o si sí le vamos a entrar al De anima. Les explico: en el De anima Alberto cambia las reglas (eso ¡cómo le gusta!). Yo creo que sí llegamos al De anima. Sin embargo, todo esto requiere pasar por Averroes (glup!). Ya veremos si eso se queda para la tesis que sigue, o si cabe en esta. Todo depende de mi velocidad, y de la paciencia lobuna del lobito.

Y ya. Por ahora.

Epílogo
Yo conocí al Lobito en el curso sobre el debate sobre el Intelecto en el siglo XIII. En ese entonces el culpable de todo era el tal ab errare… no, digo, Averroes. Escribió un texto llamdo Magnum commentario al de anima. Un texto inconseguible.
Pues ahí tienen que me escandalicé de que el profesor se le ocurriera que era más factible entenderle a la traducción alemana que al texto latino. En fin. El caso es que no nos quería pasar fotocopias de su texto latino. Y ahí tienen a la sangrona de esponjita que lo buscó por cielo, tierra y mar (bueno, por las bibliotecas de la ciudad) hasta que dio con él. Un juego de fotocopias que, luego se enteraría, eran copias de las copias que el Lobito tenía. Él se fue de espaldas cuando vio mi texto. Yo, toda orgullosa, lo presumí. Así fue. En ese momento creímos que en México no existía otra copia de la edición de Crawford, sino esos juegos de fotocopias.
Pero ocurrió que un día un amigo me contó de la existencia de unos libros de Avicena en una librería de viejo en la ciudad. Y yo fui (invité al Lobito, que quede constancia, pero él declió la invitación).
¡Cuál sería mi sorpresa cuando resultó que aquella era la biblioteca de Gregorio López López, recién fallecido, que fue mi maestro de Filosofía Tomista!. Un ancianito que por igual leía chino, alemán y zapoteca. Y ¡qué tesoros había ahí!
Recuerdo que en ese momento hablaba por teléfono con Paco quién me estaba contando una tragedia vital… cuando frente a mi, empastado en verde con letras doradas, apareción Averroes Latinus, Magno Commentario…

¡¡¡AAAAAAAAAAHHHHHHHHH!!!

Es curioso pensar que aquello fue como un regalo de la providencia, de la diosa fortuna, o del daimon que me tocó en suerte. Fue como sellar un pacto con la filosofía medieval. Fue como un premio por haberlo buscado con tanta ansia y haberlo conseguido, y a la vez un pacto para emprender el viaje sin retorno… de la mano de mi Sen Sei.
Y también es curioso que es el último texto que voy a estudiar para la tesis de maestría. Un sello.

1 comentario:

quique ruiz dijo...

Muy entretenido todo el post.