30 mayo 2011

Alacrancito Daniel.


Y dijo sorprendida la tortuga:
¡imbécil! ¿por qué me has picado?,
ahora nos ahogaremos los dos.
Lo siento –dijo el escorpión– es mi naturaleza.

Pronto descubrí tu naturaleza.
Te ví tantas veces encajar tu aguijón lleno de veneno en otros…
A traición, por la espalda.
Debe ser tu anatomía,
llevar en el rabo el arma,
lo que te impide dar la cara.
Te vi tantas veces atacar,
que supe muy temprano que así terminarías conmigo.

Quizás conociendo tu naturaleza
debería agradecer que al final te fueras como te fuiste.
Tratando de saldar deudas.

Y sin embargo, pobre alacrán, no pudiste irte limpiamente.
Dejaste un picotazo final que me dejó mal herida.
(Todavía llevo en la mano izquierda la cicatríz,
metáfora públicamente visible de tu aguijón alegórico).

Te conozco demasiado bien.
Dejas anzuelos con coartada.
¿Quién podría acusarte de atraernos
si no dices, en realidad, nada?

Un “bonne chance”, un “tengo que advertirte”.
¿Dónde hay ahí una invitación a buscarte,
maldita bestezuela arácnida?

Y luego el mayor atrevimiento:
“Tengo nostalgia”

Y si uno analiza aquellas palabras
¿dónde encuentra material para acusarte?
No dicen nada.

“Tengo nostalgia”, en estricto sentido,
no dice “ven”, “acércate”, “búscame”.
He ahí la coartada, alimaña ponzoñosa.
Porque sabes cómo funciona el deseo
que pone ahí, en donde no niegas,
lo que tampoco afirmas.

Escuché tus pasitos de alimaña
andar bajo mi cama.
Y a punto estuve de bajar la mano.

Pero el dolor de tu aguijón,
maldita alimaña, no se ha olvidado.
Miro mi mano izquierda, a la altura de la muñeca. Ahí tengo la cicartriz de una herida que yo misma me hice.
Arrastré mi mano varios centímetros contra las paredes de una casa.
¡Sentía un dolor tan agudo, alimaña!
El veneno de tu agijón fluía entonces por toda mi linfa y se alojaba en el corazón. ¡Tanto me dolía! ¡Tanto!

¡Sábete de una buena vez, alimaña ponzoñosa, que si vuelvo a buscarte lo haré con el tacón de mis zapatos, lista para aplastarte!

Es una advertencia, pequeño alacrancito, nada más.

Odio ni rencor te guardo. Supe desde hace tanto tiempo lo que eras, que sigue siendo toda mi culpa haberme relacionado contigo.

Sé que así eres, bestezuela, sé que esa es tu naturaleza. Y ¿a quién puede reclamársele ser una bestia que se arrastra sobre su vientre, si así te facturó Dios, y careces de albedrío?

(Por alguna razón, supongo, en noveno círculo del infierno debe estar abarrotado de alacranes, y el castigo ha de consistir en ser picoteado, a traición, por ellos).

2 comentarios:

Felicidad Batista dijo...

Esponjita, leo tu fructífera creación literaria de los últimos días, lo que me paerece sensacional.
El dichoso escorpión no puede evitar inocular el veneno en sus víctimas, aún sabiendo que con ello pueda perecer. Hay alacranes camuflados bajo el aspecto de seres humanos, son lo más peligrosos porque para sus picaduras no hay antídoto que pueda aplicarse de un modo inmediato y el envenenamiento es lento y cruel.
Fabuloso esponjita, enorme poema.
Un abrazo

Esponjita dijo...

Gracias Felicidad.
Después de las horas que pasaron (y de las que fuiste testigo) caí en la cuenta que a los alacranes hay que aprenderlos a tratar. Digo ¿no hay quienes los tienen de mascotas?
Pero no (pienso ahora) yo prefiero los gatos.

Abrazo