06 junio 2011

Días con mucho sol.



Recuerden. Hemos definido la angustia como un día con demasiado sol. 35º o 38º C bajo sombra. Altos niveles de humedad (el calor en las zonas desérticas del país es mucho más agradable que esa cosa sofocante de Mérida). 90% de humedad. El sudor sale inútilmente. Andamos todos pegajosos, la ropa se pega al cuerpo. Hemos olvidado la dona para agarrarnos el pelo. La nuca escurre...

Las cosas comenzaron mal. Primero Daniel reaparece en mi vida. Reaparece virtualmente, electrónicamente. Da lo mismo. Meses de saludable silencio, y todo lo ganado se pierde en tres días (lo único bueno que sale es un pseudo poema).

Luego la psiquiatra, en vez de ser una vía para resolver la angustia, se vuelve un foco de angustia. Me explica de qué se trata su psicoterapia. Pongo atención, a medias, porque traigo a Daniel atorado en el cogote. Al final le explico que si uno deja una taza de café desatendida por tres días, le comenzarán a salir hongos (yo sé que todos ustedes son unos lectores con unos hábitos de limpieza superiores a los míos, pero al menos conozco dos o tres personas que conocen el comportamiento del café y los hongos, y al menos a un físico –que no es mi mamá– que descubrió que los hongos en las pizzas crecen de manera exponencial. Es decir, no mamen).
Le digo: "pruebe un día: deje una taza de café tres días y..." la Psiquiatra, quién me había dicho que lo importante es lo que yo opinara de mi, y no lo que ella opinara de mi, suelta de golpe como si la hubiese ofendido: "¡En esta casa se lavan diario los trastes!"

¿Le cabrá en la cabeza que esa afirmación, en ese tono, implica "...no como en la tuya!"?

Le explico que tengo una especie de "transferencia" con mi asesor, y que ni yo entiendo muy bien cómo funciona. Otro día distinto, a propósito de que "me levanto temprano" le cuento que estoy yendo a tomar clases con él y contesta ella "¡claro! ¡para pasar más tiempo con él!". Poco me faltó para levantarme y romperle toda su madre. Días después le explico que me sentí ofendida. Que quizás fue porque en el fondo me siento culpable de no tener absolutamente claro qué siento por él, y por ello su suposición me ofendió. Ella se disculpa al principio, pero luego dice "¡Ah! ¡Entones mi hipótesis no estaba tan equivocada!"

Otro día estoy hablando de mis gatos (ustedes saben, vivo con dos gatos. Hablo con ellos. Les armo programas radiofónicos donde ellos son mis escuchas. Les narro la historia de los Carmina Burana, les explico qué son los cantos Goliardos, les traduzco pedacitos de O Fortuna. Le dedico rolas de Shakira a Chupacabras y rolas de Rammstein a Qualia. A veces los tres le dedicamos alguna in memoriam a Bolillo). Estoy hablando de algo relacionado con mis gatos, cuando la psiquiatra dice "¡Claro! ¡Los gatos son mejores que los perros! ¿no? Quieres más a los gatos que a los perros ¿no?" De nuevo eso suena a acusación. No. Me gustan igual, pero es más fácil tener gatos en un departamento. Comienzo a explicar y "justificar" por qué tengo gatos y no perros. Me regaña y me dice que soy muy dispersa. Ok. Soy dispersa, pero la que me interrumpió fue ella.

Problema dos, cambiar de psicoterapeuta para resolver el problema número uno: que la existencia de Daniel no me amargue la propia.

Problema tres: Tesis y asesor. Decir que voy atrasada es decir poco. Aquí debería contarles el incidente de la abeja. Pero no. Luego será. El asunto es que todos tenemos prisa. El asunto es que voy muy atrasada. El asunto es que ya me perdió la paciencia y ya lo hice enojar. El problema es...

Problema cuatro: El problema es que mientras trato de redactar los dos abstracts (dos, dos... ese es el quinto problema) Chupacabras enloquece: ha decidido rebelarse y atacar a Qualia. Se le avienta, hace ruidos raros, tose, a punto de sacarle un ojito a Qualia. Escándalo. 1, 2, 3, 4 de la mañana. Separar a los gatos. Chupacabras se mea sobre la cama: no deja rincón a salvo. Ambas almohadas, las sábanas, el cobertor. Menos mal que hace calor (¡vaya!) puedo dormir sobre el colchón con la pijama nomás. Qualia abre la puerta. Persecución, ataque, ruido... Me pongo en las piernas a Chupacabras, ancianita de 16 años. Logro que se tranquilice mientras le canto (es una gata que reacciona a las canciones...). Ella se tranquiliza. Yo suelto, al fin, el llanto.

No lloro ni una perla. ¡Lástima!

Bueno... les contaré lo de la abeja.
No recuerdo exactamente el orden de los acontecimientos, lo cual es muy bueno para que me ponga a hacer metáforas y alegorías a placer.

Asesor me pone límites y fechas (he de haber acabado ya con su paciencia hace rato). A punto de regañarme está. Se pone rojo. Luego me dice que mande ponencia a un evento "muy acá" (según mis estándares, pero digamos que más o menos equivalente al Worshop aquel en que escribí en inglés una réplica a Birondo... y donde acabé enredada con las Percepciones Accidentales). Yo muero de miedo. MUERO DE MIEDO... MIEDO. PRETEXTEO MIEDO...

Entonces una abeja se mete al café donde estamos discutiendo. Yo me he vuelto abejofóbica. Entra la abeja y yo palidezco y me echo hacia atrás.
Entonces asesor, con la palma de la mano AVIENTA la abeja afuera del café. Es decir, con su palma GOLPEA, ergo, TOCA a la abeja... Yo miro con ojos desorbitados.

Y luego de ese horripilante fin de semana llego a la siguiente conclusión (cual si libro de Anthony de Mello se tratara):

(extracto del post que no publiqué):

"No, no era mi príncipe azul protegiéndome de una abeja. Era mi Sen Sei, el Lobo, enseñándome que con miedos de oveja no se llega a ningún lado. A las abejas se les avienta, no se les huye".

En fin. Ojalá esta semana salga todo como debe ser... Ojalá ya llueva.

Esponja lista desde hace semanas con paraguas y botas para la lluvia....

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