20 junio 2011

Miriam, Marian y Dios

Prefacio: ¡¡Tremenda discusión hoy en clase intencional!! ¡¡Tremenda!! Tendré que contárselas con cuidado. Por ahora les comparto un post que escribí hoy en la mañana. Pero de la clase sólo les adelantaré algo: definitivamente es muy divertido tener un asesor medievalista y cientificista. :)
(eso sí: estuve a punto de acusarlo con mi mamá –coordinadora de Método Experimental– por andar diciendo esas cosas sobre la relación entre teoría y experiencia... je)


A Miriam
y
Jaime (JRN)

Miriam, Marian y Dios

¿Les conté que el otro día soñé con mi amiga Miriam?
Bueno, le conté a Miriam, pero no le conté el sueño. He tratado de escribirlo pero no hallo cómo contar lo central. Así que me resigno. El sueño no tenía nada central. Sólo les contaré lo que indica el título.
Yo vivía en un departamento muy raro e invitaba a Miriam a visitarme. En mi sueño el departamento no tenía nada de raro: simplemente era una especie de Alberca o fuente techada, algo así como un impluvium romano. No tenía ventanas y la única fuente de luz provenía del agua. Sí: nada extraño.
Los bordes de la fuente eran estrechos pero suficientes para contener mi cama. Éra lo único que había. Con todo y las estrecheses, Miriam podía desplazarse de un lado a otro cómodamente (pero yo no, ahora que recuerdo) y encontraba, junto a la puerta una tablilla de madera.
La tablilla existe en la realidad: es octagonal y tiene un texto en hebreo. Es una bendición que, ahora que estoy despierta recuerdo que comienza “be zé macom” es decir “en esta casa”. Sé que Miriam sabe hebreo, por lo menos un poco. Y en el sueño ella me la leía. Pero en el sueño no decía lo mismo, y aunque no recuerdo qué decía, le contaba a Miriam que mi hebreo sólo me alcanza ya para entenderle a la tablilla.
Luego de eso se sentaba en la cama conmigo y teníamos una discusión sobre la idea de Dios. Para que ustedes entendieran el meollo de la plática tendría que extenderme demasiado así que trataré de explicarles escuetamente el asunto.
Yo le decía a Miriam que la ‘idea’ de Dios es imposible: no es un objeto intencional real. Es aún más impensable que el ‘cuadrado redondo’, así que ni siquiera como objeto de Meinong puede existir. Y ella estaba de acuerdo y me recordaba el argumento ontológico de san Anselmo. “Aquello más grande que lo cual nada puede ser pensado” no es la idea de Dios: es una idea que erróneamente colocamos en Dios. (Si quieren entender qué si es inteligible en esa discusión, lean el artículo de Ascombe sobre Anselmo).
Entonces yo volteaba a ver a mi “hija”. Su rostro era el de Marian. En la realidad Marian es la sobrina de Miriam, y yo sólo la conozco por las fotos de Facebook que sube Miriam. Es una niña preciosa, con unos hermosísimos ojos heredados de su tía. Miriam le hacía cariños a mi hija, y yo las veía embelezadas.
Pensaba entonces que esa hija era lo perfecto, lo más real lo… no, en realidad no pensaba nada. Simplemente veía su rostro y la sensación de perfección… de más que perfecto me inundaba.
Entonces Aurora, que había estado presente pero hasta ese momento del sueño no había salido, nos recordaba que ya era tarde y que Miriam se tenía que ir. Aurora y Miriam se despedían y yo me quedaba contemplando a mi hija.

Traté de contar el sueño varias veces, pero no pude. Me extendía demasiado sobre la idea de Dios, sobre el argumento de Anselmo… sobre la idea extraña de discutir cuestiones teológicas medievales con Miriam. Hasta que recordé qué es lo único filosófico que realmente compartimos alguna vez: Lévinas y el rostro de Dios.

Vayan ustedes a saber si aquello era una respuesta socarrona, vía onírica, del impensable aquél…

2 comentarios:

Jaime Ruíz Noé dijo...

Ya me gustaría a mi soñar así.

Sobre los argumentos, una vez MB dijo que él ya había pasado por todos los argumentos existentes y ninguno le convencía. Llegó a decir que no comprobaban absolutamente nada. Y que él sólo admite dos. Uno es de Peirce: por abducción, si uno observa el universo psico-físico, se dará cuenta de que es más racional creer en Dios que no creer en él. El otro es el argumento de la ya conocida apuesta de Pascal. Sin lugar a dudas, argumentos débiles (para algunos, de hecho, ni argumentos son).

Acerca de esa vía onírica, que es parte de la dimensión simbólica del hombre, definitivamente se trata de una respuesta socarrona, pero tal vez sea la mejor (si no es que la única) respuesta posible.

Resulta que, tanto los argumentos en los que basa su fe un filósofo/sacerdote, como los que surgen de lo simbólico, se fundamentan en las razones del corazón. Terreno difícil para aquellos que privilegiamos a la razón ¿no?

Le mando un fuerte abrazo.
JRN

alitter dijo...

wow...