20 julio 2011

De la muerte

"L’esprit humain serait comparable à un magicien qui touche certains objets avec son bâton magique et qui établit ainsi une relation stupéfiante avec le monde"


Los otros. Se mueren los otros. Si muriéramos nosotros entonces el mundo se acabaría para siempre. ¿Qué otra cosa es la propia muerte sino el cataclismo final?

Pero en los otros hay pequeñas similitudines nuestras. Son lo único visible, para nosotros, de nosotros mismos. Son ellos en quienes somos. Y siempre somos según un punto de vista. Un único nosotros no existe, porque nosotros somos capas y capas de cebolla, donde cada una de ellas es la imagen que de nosotros existe en la fantasía de los otros.

Así que a veces se mueren los otros...

Unos, cuando mueren, nos dejan un vacío desgarrador. Porque nosotros somos también las imágenes que tenemos de los otros. Ellos son la estructura de nuestro universo, los postes de la cúpula celeste. Y a veces, cuando se mueren, el cielo cae al suelo, y andamos viviendo entre fragmentos de cielo roto, estrellas descompuestas, soles que iluminan oblicuamente.
Así se me murió Aurora, mi hermana.

Otros, cuando mueren, dejan una herencia enorme y un silencio que se transforma en ecos de por vida. Y andamos por el mundo repitiendo sus palabras porque pueblan sus oídos. Y los sentimos al hablar, al oírnos a nosotros mismos, al pensar y al amar. Y amamos como ellos nos forjaron el corazón, y cuando vemos una silueta similar a ellos nos embarga la melancolía de que estuvieron. Y corren por nuestras venas, y cada gota de sangre que sale a la superficie lleva sus rostros multiplicados e infinitos.
Así se me murió mi abuelita Aurora.

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Así que a veces morimos nosotros. Y eso ocurre cuando morimos en algún otro. Cuando ya no somos más lo que éramos para él (pues somos según un punto de vista).
Construimos lo que somos, nuestra propia imago, con aquello que fuimos para ellos. Y de pronto un día se acaba el amor y quedamos muertos, mudos, maniatados en el otro.
Porque seguimos buscando su rostro, sus ojos, los pequeños espejitos animados, para ver si aún estamos ahí, eso que somos, esa piel de cebolla que era nuestra propia carne y pellejo. Y al no encontrarnos, quedamos desollados viendo nervios, carne y hueso pelones, desangrando.

Más grave es cuando perdemos su piel. Cuando aquella era la piel tierna que cubría nuestros secos pellejos. Y al arrebatarnos el abrigo, quedamos vueltos ceniza (pues nos quema el más leve aliento que ya no es nuestro).

¿Cómo no sentir rencor cuando, al dejar de vivir en el otro, nos han matado un poco?
La fría mano del asesino cerró de una vez y para siempre sus ojos que ya no nos miran más. Y peor aún si adivinamos que donde estábamos antes, ahora se halla otra figurilla animada, viva, dueña de nuestra piel dentro de aquella retina, dueña de la piel que cubría nuestros enfriados pellejos.

Nos han matado, sentimos. Nos han matado, gritamos. Nos han matado, denunciamos.

Porque el error, quizás, fue creer que esa visión de nosotros era nuestra. El "de" aquí era "acerca de", "about". Pero equivocamos el genitivo y nos sentimos desposeídos.

Y aún si entendemos que las cosas son como son, que no hay dolo ni injusticia ninguna... el frío quema los huesos y los va transformando en cenizas. Porque lo que éramos ya no es, y nuestros propios ojos buscan desesperados en los muertos espejos una imagen que nos devuelva la vida. Pero no se ve nada... ¿y cómo habría algo de verse si, al poner dos espejos uno en frente del otro se ve... nada?

Nos han dejado solos. En un hueco profundo e infinito donde, como Alicia, caemos sin tocar fondo. Nos dejaron cayendo para siempre. Nos dejaron... ¿ingrávidos?

Y uno se pregunta ¿qué hice mal? o quizás no sea un error secundum fieri sino secundum esse. Y uno se pregunta ¿soy mal? y uno se pregunta si merece amor. Y uno quisiera arrancarse las uñas a mordidas porque ya no sabe cómo seguir haciéndose las preguntas... porque el estado en el que uno queda es el de pregunta.

Y uno se harta de uno mismo.

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Amanece. Hay muchos duelos que procesar. Porque, con todo, la vida se desborda a tanta muerte. Porque, con todo, uno tiene que aprender a dejar de verse a si mismo. En los ojos de los otros, en los espejos, con los propios ojos. Uno tiene que aprender a ver hacia afuera, hacia las creaciones y las obras y lo que está ahí vivo, rutilando. Uno tiene que aprender... ¡¡¡por qué uno tiene que aprender!!!

Ahí está la vida. Y uno tiene que hacerse lo más humilde del mundo, la pieza más pequeña, el vidrio más insignificante de un vitral hermoso y enorme. ¡Qué más da todo esto! Otro vidrio puede ocupar nuestro lugar, pero nos ha sido concedida la gracia de ser nosotros ese pequeño trozo de cristal. Y no sabemos si seremos la pupila azul del Cristo en un vitral de iglesia, o simplemente una pequeña piedrita bajo los pies de Satanás. No es nuestro tamaño el que determina nuestra condición. Lo que tenemos que "aprender" es que somos sólo eso: un pedazo de vidrio. Nada más.

Y hay que hacerse humilde, humillarse... hacerse humus. Vaciarse de todas las miradas, las propias y las ajenas. Y entonces ¿quedará algo?

Acaso un corazón y un cerebro.

Acaso la capacidad de recibir la luz. Y verla.

(con eso basta)

1 comentario:

luciana Rubio dijo...

Tu estas en mi y eres un vitral enorme de mu'ltiples cristales de todos los colores. Y cada uno tiene luz propia y yo me sieto luminosa por llevarte dentro simpre manando luz.