08 septiembre 2011

Narciso I

Hoy sí es jueves e higuito hablará.

Hay un capítulo del Dr. House dónde éste cambia el Vicodín por Metadona. Sus amigos están preocupados por su salud. Él está feliz porque el dolor de la pierna lo ha abandonado absolutamente. Pero está drogado y toma malas decisiones. El pacientillo de indias por poquito se le muere. House se da cuenta de que perderá lo único que ama de sí: su genio. Deja la Metadona y "renuncia" a la posibilidad de ser "feliz" (según las palabras de la ojiverde que no me acuerdo cómo se llama).

Los que nos odiamos lo hacemos en función de aquello que más amamos: nuestro juez.

Odiamos mucho de lo que somos, si no todo. Pero tenemos algo de nosotros que amamos. Algo en lo que depositamos toda la estima que nos tenemos a nosotros mismos. Y lo que ahora voy a hacer no es echar un rollo de superación personal de cómo vencer a tan terrible dragón (total, eso que lo hagan los higoanalistas profesionales), sino a tratar de esclarecer cuáles son los colores particulares de mi dragón, el cuál compartimos algunos que estudiamos en una Escuela Activa... ¡así! ¡así de dura está la cuestión!

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Los narcisos funcionamos más o menos así: toda nuestra estima cae sobre una sola cualidad de nuestra persona. ¿Cuál es la razón? No soy higoanalista y mis conocimientos teóricos sobre el asunto dependen en mucho de la Wikipedia, pero trataré de aventurar una hipótesis.

Por alguna razón el amor de otros es algo que nos tenemos que 'ganar'. Estamos siempre en permanente riesgo. En mi muy autobiográfico caso, creo que el asunto tuvo que ver con el bullying que sufrí durante 5 años en la Escuela Activa. Yo no era la única que lo sufría, pero a mi jamás me quedó claro por qué me pasaba a mi. Veía a mi amiga G. que era gorda y yo atribuía el bullying que sufría a esa razón. Pero ¿yo? ¿qué había en mi?
No entendía que era lo malo que había en mi. Pero pronto entendí qué era lo único bueno que yo tenía: imaginación. No, no era buena estudiante (o digamos, no era de los brillantes de puros 10). Eso fue afortunado porque estudiar es algo que desde entonces me gustaba y, digamos aristotélicamente, ello permaneció como un fin en sí mismo, y no como un medio de reconocimiento: luego, es algo que hago por puro placer.
No tenía ninguna otra virtud, sino la siguiente: cuando escribía un cuento era 'casi' siempre el mejor (y el primer gran golpe a mi autoestima vino cuando Daniela H. ganó el concurso de cuento con su cuento de los manatíes... y mi cuento del señor basuroso quedó, ante mis mismos ojos, como algo ridículo, comparado con su cuento que, reconocí, era casi poético).
Cuando hacía un dibujo, incluso mis más acérrimos enemigos se veían obligados a reconocer que era bueno. Obligados tanto por la 'obra' como por el maestro.
Y he aquí el secreto: la Escuela Activa por sobre todas las cosas protegía la 'individualidad' del alumno. Lean la obra de Celestin Freinet, el libro sobre la Escuela Activa que escribió Enrique (que no me acuerdo como se apellida, pero es el esposo de Violeta Selem, la directora entonces y ahora de la Activa de Iztapalapa): la competencia puede crear niños altamente competitivos, pero no felices. De lo que se trataba era de que el niño explotara su propio modo de ser para sí mismo. Que no tuviera que competir con nadie sino superarse a sí mismo... obviamente un modo de alentar ese amor propio y creativo es reconociendo la imaginación infantil: aquello que tiene el niño en todo su esplendor.

Pero aquello resulta ser un arma de doble filo cuando el niño es vapuleado por todas partes y el único refugio que encuentra es, justamente, su imaginación.

Imaginación es un término absolutamente ambiguo. En realidad lo que denotaba en mi ser infantil era cierta capacidad para crear cuentos y hacer dibujos. Y ahí recibía algo que me hacía invulnerable a los otros: el reconocimiento del profesor y, a veces, de todos los demás....

Aquella capacidad entonces se vio revestida de toda la ideología de la Escuela Activa revuelta con la idea de 'santidad' y 'genialidad' que tanto enarboló mi familia materna. El mundo se dividía entre los que poseían el 'don' y quienes poseían la 'voluntad'. Pronto fui conducida hacia los poseedores del 'don'. Y el nombre de aquél don fue 'imaginación'.

Y el resultado fue simple y totalmente contrario al espíritu que la Escuela Activa quería dejar en mi: lo único que justificaba mi existencia en este planeta era poseer un don –caprichoso por cierto, fuera de mi control absolutamente– y si lo perdiese, no habría razón alguna para seguir existiendo. Era mi salvoconducto para permanecer en la vida.

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Entrar a la secundaria, donde sacar buenas notas lo hacía sin que me preocupara y sin esfuerzo alguno –y donde maestros y compañeros me querían gratuitamente– fue muy salutífero. Y aquél dragón se fue a dormir la noche de los justos. Las buenas calificaciones no eran "ganadas" ni por algún don precioso ni por un esfuerzo encomiable: venía de una primaria privada con buen nivel académico y me encontraba estudiando en una Secundaria Federal quasi Rural (su nombre era Escuela Secundaria Urbana Federa, porque hacía dos o tres años que había cambiado de categoría). Mis compañeros eran, en su mayoría, hijos de albañiles, obreros, taxistas, etc. (Y hasta hace muy poco, después de la famosa prueba ENLACE entendí que en provincia la educación pública tiene un mucho mayor nivel que en el DF. ¿Por qué? saaaabe (o sepa, como se dice acá en el DF).
El caso es que sacar 10 no era algo que me enorgulleciera. Y de todos modos no necesitaba razón alguna para buscar "enorgullecimiento": me hice de amigos inmediatamente, quienes nada pedían a cambio, y a quienes no tenía que impresionar. Así de fácil. Fui muy feliz.

El dragón reapareció años después. Su antecedente tiene que ver con el concurso de matemáticas de la secundaria. Sí, les contaré la historia porque hoy es Jueves de Higuito. Se aguantan.

Mi mejor amiga, Georgina, tenía siempre un mayor promedio que yo. Mi otra gran amiga, Sandra Marisol –a quien siempre le reconocí mayor inteligencia que la mía– también. Fue a ellas que el profesor de matemáticas invitó a inscribirse al concurso y les dio clases especiales. Yo me quise meter... total... a ver qué pasaba. Y le conté a mi mamá y ella me compró –ya no recuerdo si se lo pedí o fue por iniciativa propia– el Afonsi, un libro de álgebra que, luego, resultó que fue el que me pidieron en preparatoria.
Y ahí me tienen, estúdielo y estúdielo. Y presenté el examen del concurso. (Para ese entonces ya había representado a la Secundaria en el concurso de zona de Declamación y de Lectura de Auditorio. Perdí en amabas ocasiones el concurso de zona y pos ni modo... je... sí, me dolió el orgullito. Pero bueno, no estaba destinada a ser declamadora profesional... chale, ya no me acordaba de eso).

Total que cuando fuimos a buscar los resultados, jamás lo olvidaré, Georgina comenzó a buscarse de arriba a abajo y yo me busqué de abajo a arriba. ¡Cuál sería nuestra sorpresa cuando yo la encontré a ella y ella a mi!. No, no gané el concurso, quedé en cuarto lugar. Y ella en el 30 de 34. Sí, conflicto amistoso... sí... también acababa de descubrir que no era tan pendeja en matemáticas como yo creía, sobre todo porque yo lo había hecho solita junto con el Alfonsi (o Afonsi, ya no me acuerdo).

Ello fue el germen del nacimiento del segundo dragón...

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Mi abuelita nos etiquetaba de buena voluntad. Yo era buena para dibujar –cosa totalmente falsa– y mi mamá y ella buenas para las matemáticas. Pero ¡oh sorpresa! resultó que yo no era mala para las matemáticas. Resultado: en la prepa quise ser física... cof, cof... como mis papás.
Y en particular yo quería ser astrónoma por culpa de Carl Sagan.
Pero jamás pude sacar MB en matemáticas. Y jamás me atreví a entrar al concurso. Y ante tal resultado no me atreví a inscribirme a Física.

¿Qué era lo más parecido a la Física, disciplina investigadora del fundamento de todas las cosas?

La Filosofía

(y ya les he contado hasta la saciedad que fue la M.A.L.A. (María Antonienta Leal Alcántara) la que me llevó por los oscuros caminos de la filosofía. Yo, en clase de física, le preguntaba que qué había más allá del universo. Es decir, más allá de los linderos del espacio producido por el Big Bang –entonces yo devoré toda la literatura de divulgación que había– y ella contestó que esos eran asuntos de la filosofía... (y bueno, sí... quizás entonces Helber tiene razón, jajaja).

Pero bueno, ya ni les cuento lo mal que me fue en la carrera. Entonces debí cambiarme de plan de estudios (al nuevo), tomar clases con los 'analíticos' (que abandonaron muuuuy gachamente a mi generación)... entonces hubiera sido muy feliz. Pero no...

Total que... ¿a qué viene esta autobiografía?


Ya no sé. Ya perdí el hilo.

Saltémonos muchos años y contemos mi problema actual (dice el higo enfermo).

En la maestría, por primera vez en casi 15 años, el genio-don-dragón resurgió de sus cenizas. Y entonces 'brillé' en la maestría. Yo, que ya me consideraba poca cosa y que por eso era muy feliz: hacía las cosas por placer y no creía tener que brillar en nada para ganar un salvoconducto para mi existencia. Pero renació el dragón y, ahí sí, para que vean, en el ambiente académico uno requiere de salvoconductos.

Me hice una pequeña fama, muy pequeña, pero suficiente como para volver a enamorarme del Dragón. Sin embargo, este último año me arrebató a mi hermoso y polícromo dragón: la depresión hizo mella hasta en mi capacidad para hacer post's poéticos, cartas enamoradas a Valerio, poemas al Lobito (¿lo recuerdan? en aquél entonces ese era el sobrenombre, acá, del Asesor), cosas poéticas en FB... y brillar, aunque sea un poco, en mis clases con el Demiurgo y el Lobito.

Y... y ¿ahora? ¿cómo justificar mi existencia, ahora que le pediré a mi compañero de generación de licenciatura, ahora investigador del IIFs que sea mi sinodal en el examen de maestría?
Ahora pierdo no sólo la habilidad filosófica –actividad que requiere de harta creatividad e imaginación– sino la habilidad poética. Y ¿ahora? ¿qué justificación tengo para existir?

Tengo 32 años –la edad de cristo, dice Miriam–, voy "retrasada" en la "escuela", en la "vida" (pues no creo conseguir novio-marido-hijos-etcétera a estas alturas) (y la verdad no es que se me antoje tener pareja ahora: la golpeada es la autoestima, no la soledad). Y si pierdo, o más bien, si no puedo recuperar aquello ¿qué será de mi?

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Viene el Asesor. Llena mis oídos de 'Lovainas' y 'Torontos'. Pienso entonces "alguien todavía cree en mi". Y luego me angustio: pero creen en la Esponjita famosa de hace tres años, ¿y si esa ya no existe?

Le dije el martes al higoanalista que me siento como Felipito que, en clase, decía "tengo que poner atención, tengo que poner atención, tengo que..." y de pronto dice la maestra "¿entendieron?" y todos contestan "¡¡sí!!" y él se perdió la clase.
Entonces tengo la esperanza de que sea eso, que mi atención está perdida, vuelta loca tratando de funcionar y nomás equivoca el paso.

Pero en el fondo quiero matar al Dragón. Porque hacer lo que hago sólo lo disfruto si el Dragón polícromo no está haciendo escándalo.

Y por eso le paramos aquí, que tengo una tesis que terminar...

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PD: hablando de terminar la tesis.
El Asesor, además de buen Asesor es buen amigo. Y quizás por eso con él las cosas han funcionado con él: porque sé que su amistad no está condicionada a la tesis, ni la tesis a su amistad. Él es afectuoso per se. Y entonces la tesis se vuelve fin para mi grado académico, no para tener la amistad de alguien tan entrañable como él.
Esa saludable actitud que siempre ha tenido él explica mucho de por qué trabajo tan a gusto con él. Eso, y cierto papel de mentor medio paternal que tiene. Porque entonces llego sin el capítulo y él no se enoja (aunque luego María Elena y yo bromeamos que su no-enojo es más bien del tipo de frase lapidaria materna: "no me pidas disculpas a mi, pídetelas a tí". Obviamente jamás habla así ni dice esas cosas. Se 'muestran' simplemente –o aquí los espejos autoproyectiles juegan un papel importante).


1 comentario:

Anónimo dijo...

Sin duda este ha sido de los mejores posts que he leido de usted en bastante tiempo, espero que sus dragones no solo se asomen de sus cavernas (como la marmota) sino que esta vez se hechen a volar un rato.

Saludines