
Este video me gusta mucho. No tanto la letra del coro que es un poco un cliché de las canciones de los setentas con que mis papás llenaron mis orejas. Pero me gusta el coro, con todo y la letra. Y me gusta Calle 13, digo, basta con eso.
Hasta que entré a la maestría, para mi Latinoamérica era un discurso: un mapa, Gabriel García Márquez, reconocer música de acá o de allá. Pero desde hace unos años comencé a conocer a muchos amigos provenientes de muchos lugares: Colombia, Chile, Brasil, Uruguay, Argentina, Puerto Rico... y entonces fue cuando descubrí qué demonios significa ser latinoamericano, al menos en parte.
América Latina es como el último brazo de una galaxia que poco a poco deja de girar. Una galaxia llamada Imperio Romano que conserva sus dioses penates, sus númenes mágicos, sus mitos, sus ejércitos y su vocación de conquistada. Y que, a pesar de ser tan exorbitantemente diversa, grande y heterogénea, cruza por toda ella la intimidad del pensamiento: la lengua.
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Ese discurso de Dussel de que estamos siempre en la exterioridad del imperio no siempre me ha caído muy bien, pero algo tiene de razón. Y es que ser latinoamericano casi se puede definir como ser no europeo.
Podría comenzar a hablar de los criollos, del conflicto identitario de los mestizos, del eterno estado de conquista de los indígenas (y la imposible semántica de ese término cuya definición es negativa: no-hispanoparlante nacido acá) y de las miles de diásporas que aquí finalmente han echado raíces sin dejar de ser quienes son (otro modo de ser 'indígena' pero no-nacido acá).
Pero no, no se trata de clasificar los géneros y las especies que determinan la jerarquía lationamericana. Se trata de esa eterna sensación de que todo está mejor del otro lado del Atlántico, del Pacífico o al norte del Río Bravo. Es como si tanta agua nos atrapara en la eterna palabra del desarrollo ("discursos políticos sin saliva", dice Residente de Calle 13).
Y es en esa última característica en que encuentro cierta afinidad con Agustín de Hipona.
Verán, yo tengo esta teoría: Agustín es el tercermundista. Boecio el primer mundista. Agustín no aprendió griego porque las educación de Numidia era a la vez deficiente y a la vez buena. Y había que viajar a Cartago para acceder a la buena educación, pero también para tener la esperanza de cruzar el Mediterraneo.
Entonces tenía que pedirle traducciones a san Jerónimo, y andar cazando traducciones por todos lados para acceder la 'investigación de punta' de su época. Pero su propia lengua tenía una gran tradición ¿Cicerón, Virgilio? y el asunto era lograr crear filosofía en latín (¿les suena conocido?)
Además era mestizo. Mónica era númida, y eso quiere decir que su lengua de 'sustrato' era no-indoeuropea: era un dialecto de Cartaginés o Púnico —lengua pariente del hebreo y el árabe.
Y claro, Agustín tenía que cruzar el Gran Charco (el Mediterraneo) para llegar al Centro del Mundo (Milán), y salir de la Periferia (África), cuya capital era Cartago. Y tuvo que volver a su patria nomás porque no se pudo quedar en Europa.
Boecio no. Él no viajaba por necesidad. Él dominaba el griego y hasta se dio el lujo de corregirle las traducciones a Mario Victorino. Los problemas que enfrentó, aunque fueron grandes y lo llevaron a la muerte, eran siempre problemas de justicia individual –y no, como Agustín, que tuvo que meterse en los asuntos sociales de su empobrecida África–
Siempre lo he visto así. Siempre he sentido gran afinidad con el africano, mestizo y siempre con los ojos hacia Europa... y por ello guardo todavía esperanzas.
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