14 enero 2012

Orear la soledad

Tiene sus bemoles. Detrás de ella hay muchos suspiros –y en su caso bufidos– por la cama que se vuelve demasiado ancha, o la pereza de armar todo el tingladito de poner la mesa, plato, vaso, cuchillo y herramienta, solamente para mirarse a uno mismo comer. Y entonces uno se acostumbra a tener al gato sobre el plato averiguando de qué no se le va a convidar esta tarde, o tolerar la patita con la uña alargada para robar una papa que no se va a comer (pero ¡ah si es una aceituna! entonces su diversión durará horas, y más vale encontrarla antes de que termine sus días debajo del refrigerador, y sea descubierta gracias a la fila india de hormiguitas).

Sí, tiene sus bemoles, definitivamente. Pero luego uno se acostumbra a ella. Tanto... y entonces los horarios se despanzurran porque toda enterita, la marcha del reloj es para uno mismo. Los gatos andan a sus anchas, sin que nadie los moleste, y cumplen bien su papel de justificar los ruidos nocturnos y protegernos de los espíritus. Y uno añora ¡ah cuánto se añora! tener sola la casa, para uno solo, cuando llegan las visitas que pernoctan más de tres noches seguidas... o año medio, da lo mismo.

Claro, entonces la casa se vuelve un personaje, y a veces uno se pelea con ella –todas las relaciones tienen sus bemoles. Que porque es fría y no le entra un rayito de sol ¡mugre casa! ¡cuánta luz he gastado por tu culpa! Y ella se defiende y te susurra ¡acuérdate del verano infame y cómo te doy cobijo! ¡ah! ¡malagradecida! dice la casa, y pavonea sus cortinas de tiritas de mimbre, y te pregunta ¿hay acaso en este reino quien me aventaje en belleza?

Aprender a vivir solo es aprender a vivir con uno mismo. Pero ¿qué ocurre cuando uno utiliza su pequeño palacio como búnker donde uno trata de no volverse a ver jamás? Se borran los espejos, y las paredes se reblandecen y se tragan los pensamientos. Si la casa, otrora palacio, se te avienta encima, no culpes a la soledad. Es que es hora de hacer las maletas y buscar otras cortinas y otros libreros, desde donde los fieles gatos se lancen persiguiendo sombras y reflejos...

A la soledad también debe darle el sol, también hay que ponerle la correa y sacarla de paseo... porque es un buen perro, y como a tal, hay que tratarlo.

2 comentarios:

luciana Rubio dijo...

Pues suerte el la búsqueda de una casa asoleada.
http://images01.olx.es/ui/11/00/56/1302041020_184939456_13-Gran-y-soleada-habitacion-a-5min-de-la-playa-.jpg

Felicidad Batista dijo...

Estimada Esponjita, la soledad tiene eso. Ella suele entrar muy discreta. Apenas se la ve, se la oye o se la escucha. Empieza instalándose en la cama, luego acude al salón, camina por los pasillo, crepita en la cocina y para cuando te das cuenta ¡zas! ya ha tomado posesión de la casa. Y desahuciarla es lo peor. Aunque a fuerza de compañía se suele lograr.
Abrazos