27 abril 2012

Ernesto / Temas varios


A quién quiero engañar. No me puedo concentrar. Bueno. Platiquémosles algo, querido público.

Antes que nada, el suceso maravilloso: muchas gracias a la misteriosa Ana Laura por el artículo que me envió. Me sorprende mucho que alguien se haya echado mis rollos tesísticos y que me haya regalado algo tan bonito como ese artículo (ya está en la bibliografía de la tesis, ¡gracias!).

Bueno, el caso es que hoy además del afortunado suceso del artículo, resulta que casi por accidente me encontré una foto vieja de un viejo amigo. Hace más de trece años que conozco a mi amigo, pero asumo que él no guarda conciencia de mi existencia hasta hace relativamente muy poco tiempo. Para mi él es mucho más importante de lo que se pueden imaginar, querido público. No tanto en lo personal (que, bueno, es mi amigo y lo es), sino en otro plano. Si les digo en qué, van a dar inmediatamente con quién es. ¿Les he contado cómo acabé enredada entre antiguos y medievales? (¡sí esponja! ¡lo has hecho muchas veces!) cof, cof... bueno, resumiré. 

Inscribí un extra con él (materia que reprobé con él por un trabajo... jajaja... por un trabajo sobre... jajajaja... JAJAJAJAJA... la única materia que he dado en la UNAM: ¡De ente et essentia! JAJAJAJA... Karma... it's called KARMA). Lo perdió. Rehice 20 veces el trabajo sobre Agustín. Entré de oyente con él a Historia III y conocí a Plotino. Él –sin darse cuenta– me bautizó como Esponjita, me presentó el asunto del Intelecto (o la Mente Angélica, dicho en ficiniano). Y si acabé conociendo a mi Asesor mucho tiene que ver con aquellas clases sobre la Mente Angélica de Ficino: el Intelecto (y si me metí a clásicas fue por Plotino... y el griego y... ¡ya saben!). 

Pero mucho antes de que su mera existencia revistiera tanta importancia para mi destino futuro, él era simplemente un profesor que usaba anteojos, caminaba de un lado al otro del salón alzando su potente y cavernosa voz diciendo frases brillantes que aún quedan grabadas en mi cabeza. Y la foto aquella lo traía 13 años más joven y con sus lentes. Y un golpe furórico llegó a mi en forma de recuerdo. 

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Gracias Ernesto, 
por todos los dones:

Esponjita

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PD: En otras cosas...


Bueno, pues sí, de veras que no me podía concentrar y me puse a leer posts viejos... pensé muchas cosas (ninguna que ver con la tesis ¡pecado mayúsculo!) y, bueno... no sé. En realidad regresé para poner video. Ayer y hoy he estado escuche y escuche esta canción. Me gustó mucho. Hasta había escrito algo sobre ella... o no exactamente sobre la canción sino sobre una frasesita: Como eu nâo sei rezar, só quería mostrar meu olhar. La gran ventaja del portugués es que basta oír muchas canciones para aprender a escucharlo y a leerlo sin dificultad. Y (ejem ¿se dieron cuenta?) me la he pasado oyendo música en portugués. Necesito ampliar mis horizontes porque no he pasado de Elis Regina y de Chico Buarque. Tuve mi época Os Mutantes gracias a Z., obviamente mi época Madredeus, y luego oí algunos fados por causa del Danilo y sus gustos hipsters.

Lo que me recuerda que tengo que acabar de escribir, algún día, el cuento de Valerio de las Alamedas. El cuento original (antes de ponerse surrealista) se trataba del viaje que Valerio (el del cuento... bueno, ya no existe otro) hacía de Alemania a Portugal. Porque en el cuento él era hijo de una portuguesa. Y a él le gustaba mucho Pessoa. Pero en aquél tiempo apenas conocía yo dos o tres poemas de Pessoa.

Pero luego me desesperé porque y jamás he viajado de Alemania a Portugal... y no había leído suficientemente a Pessoa. Por eso el cuento se puso surrealista. Pero el Valerio original debía usar un traje años treinta o cuarenta y usar un sombrero como el de Buster Keaton.... ¿cómo se llama? No me acuerdo. Pero hay una foto de mi abuelo, de 20 años (que nació en 1903) que lo lleva. Así, así usaba en mi imaginación su sombrero Valerio. Y escondido detrás del Livro do Desassossego espiaba las conversaciones de los parroquianos del café donde esperaba el tren.

El cuento era sobre el viaje. Pero el viaje parecía terminarse y... y yo no quería. Así que se volvió otro viaje... y cuándo ese pareció acabase, comencé otro: total que el cuento ya lleva tres viajes inconclusos. Bueno. Eso se tiene que terminar. El cuento, la tesis, el viaje... el viaje... y los amores platónicos.

Habrá que arrojarse al abismo. Con todo y zapatos rojos. Y a pesar de Pessoa.




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