29 julio 2012

El primer encuentro con la bola de cristal

Les voy a contar un cuento en fascículos. Aquí el primero.





Una vez que llovían granizos descomunales me quedé atrapada en una tienda esotérica y me puse a curiosear entre los libros. Sí suelo meterme a esas tiendas, pero más bien a comprar inciensos o a mirar las velas de formas extrañas... y las bolas de cristal. Pero la lluvia ya llevaba mucho rato y me paré frente a unos libreros. Al abrir los libros, con un poco de desazón me fijé que eran fotocopias –ni siquiera bien sacadas– primorosamente enfundadas en terciopelo. 

Pero, con todo, los libros eran buenos: clásicos del esoterismo. Estaba la única traducción al castellano de una obra de Alberto Magno, que es más bien apócrifa aunque sí tiene pedacitos de De mineralibus; estaban también Madame Blavatsky, Crowley y hasta el famoso Swedenborg que los filósofos conocemos por Kant pero que, al igual que a Scott y su famoso Waverley, jamás hemos leído. Sin embargo, el que me llamó la atención fue uno que explicaba cómo leer las bolas de cristal. 

Y pues no, contra mis expectativas no traía técnicas de cómo hacer aparecer bonitas imágenes como suele salir en las películas. La cosa era mucho más ramplona y complicada. Dependiendo del material de la bola (que suelen ser cuarzos) resulta que tienen pequeñas fisuras interiores que refractan la luz. Y, así como el lector del café les da significado a las formas de las manchitas, así ocurre con los patrones que las rajaditas producen. Vaya: otra de "usted interprete la mancha del pan de la tostadora como le venga en gana a su cruel inconsciente".

No, así no está bonito. Yo hubiera querido que la técnica mostrara cómo hacer aparecer los secretos más íntimos del futuro, o del hombre de mis sueños. Y, para colmo, yo ya había invertido en una cafeterita de café turco y el molinito de café: si mis predicciones iban a salir chafonas, al menos antes me habría degustado el café (que me sale bueno. Debería invitarlos a tomar uno). 

Sin embargo, la lluvia no amainaba y ahí vendían una bola de cristal de un precio bastante accesible, contra lo que suele ocurrir con ese tipo de objetos. No era demasiado grande ni pequeña, tenía un bonito soporte con tres patas de león, y venía con un cojincito de terciopelo rojo y una cajita de madera muy, pero muy bonita....



2 comentarios:

Anónimo dijo...

Muy interesante su post, cuando la visite le leo el cafe no me sale tan mal simpre que la preparación queda excelente que dado su caso no lo dudo.

M.

luciana Rubio dijo...

Bueno y ¿el que sigue?, me quedé pica.