Séptima e intempestiva entrega de los cuentos de La bola de Cristal.
Que no sea de silicio, no quiere decir que no sea cristalina |
¡Debieron sospechar que algo no andaba bien con la narración anterior! ¿Cuál edificio? ¿En dónde? ¿Por qué "Ella" pasaba de ser una entidad prudente y luego era el deus ex machina de toda la narración? ¡Algo apesta en Dinamarca! digo, en esta narración. ¡Sean más desconfiados, por el amor de la sacrosanta bola de cristal!
Algo que no saben ustedes es que nuestros tres personajes padecen distintos grados de ansiedad social... y cada uno de manera diferente respecto a cada uno. A la personaja A, denominada como "yo" le pasa que jamás le para la boca... excepto cuando está enfrente del personajo B denominado "Él". A la personaja "C" la prudencia siempre la acompaña, excepto cuando está frente al personajo "B" y entonces a la que no le para la boca es a ella. Y "B" tiene el ansioso comportamiento de hacer EVIDENTE cuando le desespera lo que está diciendo el interlocutor. Total que, cuando los tres están juntos, A usa a C para comunicarse con B aprovechando que C es muy prudente en esa situación. Así que aquello no fue tan sencillito como fue narrado. ¡Falso! Pero la tortuosa descripción de cómo se comunican, cuando están los tres presentes, haría esta una narración psicologisto-naturalisto-costumbrista. Y no ese no es el chiste.
Con todo, las cosas ocurrieron más o menos así. En medio de una tortuosa y circunlóquica explicación de A —o sea, yo— de cómo funcionaba la bola de cristal para B (o sea Él) —frente a la desesperación de C (ella)—, un rayo partió por la mitad el árbol que casi los mata. B estaba preocupado, aunque a estas alturas ya no sabemos si por su propia salud mental, por la de A, por la de todos, o porque se comenzó a creer eso de que A sí lo espiaba mediante la bola. Y como la explicación de A fue de lo más confusa, podemos creer eso de que B (o sea, Él) dijo ¡¿De qué bola están hablando?!
Pero dado que casi son chamuscados, y que, deus ex machina hubo testigos, el tema obnubiló por un buen rato el asunto de la bola. En la universidad no se hablaba de otra cosa sino del milagroso modo en que los tres sobrevivieron a la ira de Zeus-Jehová-Thor-Quetzalcóatl. Y el heroísmo de B quedó grabado en la memoria de la comunidad durante largo tiempo.
Sin embargo A y C, con fundadas, epistemológicas y probabilísticas conjeturas, decidieron que eso de la bola podía ser peligrosísimo. Quizás habían despertado alguna fuerza poderosísima por andar jugando con energías que simplemente no comprendían, en las que no creían, y que ponían en cuestión todas sus certidumbre metafísicas... o quizás les asustó darse cuenta de que la Bola era un medio muy efectivo para espiar a B, pero no precisamente para imbuirse en sus pensamientos. Porque eso había quedado muy claro: cuando "C" le pidió a la bola ver sus ojos, Él volteó y ambas lo vimos. El terror, pues, era más bien que la bola funcionara como una especie de muñeco vudú (¿vieron "Las brujas de Eastwick? Algo así, pero en vez del Jack Nicholson el objeto de las vejaciones brujiles era Él... su amado Él.
Ella y yo nos debatimos un tiempo sobre la moralidad del asunto. Al fin de cuentas lo queríamos... para cada una. Y no podíamos dividírnoslo. O al menos no racionalmente. Y para estas alturas ya deberían ustedes haber adivinado el porqué él era una entidad imposible para ambas: su totalidad y completud pertenecía a... pues a... a... a la Señora de B. Así que aquello era simplemente sumamente inmoral. Por donde lo vieran. Y sí, también lo querían... de cariño.
Pero también pudo el espíritu científico de ambas. Puesto que –seamos honestos– él ya conocía o al menos sospechaba que algo apestaba en Dinamarca (¡dale como Hamlet!), no tenía caso seguir persiguiéndolo: de por sí B siempre le había tenido como algo así como entre repeluz y miedito a A (o sea, a yo, o sea a mi), y aquello francamente lo agravaría (o le daría ventaja a C, cosa que A no podía permitir... o sea yo...). Así que A utilizó todas sus armas dialécticas para convencer a C de develarle el secreto a B, y hacerlo partícipe de sus experimentos.
–¿Pero es que no has visto "Quieres ser John Malkovich?" dijo espantada C.
–Yo lo que veo difícil es convencerlo de quedarse a dormir en mi casa para que pueda usar la bola.
–¡No seas mensa! (aquí hay una falsedad: C es una dama. Nunca me diría mensa). ¡Se la prestamos!
—¿y si nos ve a nosotras?
—Pues ya lo sabemos... y nos dejamos ver... no nos va a agarrar desprevenidas... total... a lo mejor a él ni le interesa espiarnos, y va y espía... pues a otra persona...
Lo meditamos un tiempo... 15 minutos, porque entonces él salió de su cubículo y nos saludó entre nervioso y solícito: ¡los eventos del rayo que casi nos parte no eran para menos!
Saqué la bola de mi mochila (de Kitty que tanto me criticó Ella, pero yo no estaba dispuesta a gastar mil quinietos pesos en una bolsa de señora. Pero mi dificultad para crecer queda fuera de este relato). Se la enseñé. Él la tomó nervioso. Ella le dio unas hojas donde, a las carreras, apuntamos las instrucciones... y nuestras observaciones. Y nos fuimos sin mediar palabra...
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